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Columna
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El 'voto bronca' como opción democrática

Las pasadas elecciones celebradas en Argentina han servido para poner en circulación una nueva variedad relativa al sufragio, el voto bronca. Se trata sin duda de un vocablo sonoro y con posibilidades de convertirse en algo más que una simple anécdota si alguien no pone remedio a las limitaciones y contradicciones de los actuales sistemas de representación política y de toma de decisiones. Hasta ahora existía el voto secreto, a mano alzada, directo o indirecto, restringido o universal.... Desde hace unos días tenemos también el voto bronca, una respuesta un tanto ácrata de la gente ante el hastío que produce tener que optar necesariamente entre listas de personas que no ofrecen demasiada confianza a los electores.

Lo de Argentina se venía venir después de más de dos décadas de promesas incumplidas, programas electorales que una vez alcanzado el poder se esfumaban para dar paso lo contrario de lo ofrecido, políticos corruptos más preocupados por su intereses que por el ejercicio del cargo para el que habían sido elegidos. Hace unos meses, durante un viaje a Buenos Aires, pude observar de cerca ese hastío en buena parte de la población. En las paredes de la ciudad había numerosas pintadas con la siguiente inscripción: 'Nadie te da bola. Vota a nadie'. El 15 de octubre pasado los votos blancos y nulos, unidos a la abstención, llegaron a representar el 47%. El 'voto a nadie' había cristalizado en el voto bronca.

El problema suscitado tiene sin embargo una dimensión que desborda ampliamente la realidad social argentina y que afecta a la eficacia y a la propia legitimación de los sistemas de representación. Las urnas representan cada vez menos la oportunidad de reorientar el rumbo de la política y apoyar alternativas diferentes, para convertirse las más de las veces en depósito del escepticismo del personal, que cuando acude a ellas parece hacer suyo el dicho de que la democracia es el menos malo de los sistemas conocidos. Salvo en circunstancias excepcionales, el cambio de personas o de partidos apenas representa alteraciones en la manera de enfocar los problemas cotidianos de la gente, pues los políticos siempre acaban aduciendo que su margen de maniobra es escaso y que el marco legal, la coyuntura económica, el clima, los poderes fácticos, o la globalización, limitan sus posibilidades de poner en marcha programas realmente alternativos.

Todo ello ha contribuido a que muchas consultas electorales se hayan convertido en rituales en los que los partidos políticos tratan de colocar a sus gentes tras largos y tortuosos procesos internos en los que cada hijo de vecino utiliza todas sus influencias para estar bien situado. De ahí la animadversión que produce en ellos la reclamación de listas abiertas que pudieran otorgar a los ciudadanos la facultad de ampliar su capacidad de elección, y de ahí también el hecho de que, cada vez más, el enemigo a batir sea la abstención. Ya hay quien ha propuesto que, de no corregirse esta tendencia, los escaños de los parlamentos y otros órganos de representación sean cubiertos en función de la participación, quedando vacantes aquellos que representarían a los abstencionistas. El voto bronca tendría así una mayor visibilidad.

Pero las democracias actuales tienen también otras curiosidades. Algunas muy próximas a nuestra realidad más inmediata. Es el caso de la utilización que unos y oteros hacen de los referéndum. Paradójicamente, los mismos que reclaman una consulta popular para decidir el futuro del país., niegan ese derecho a la población de Amorebieta para poder opinar sobre sus problemas concretos. Definitivamente, a quienes queremos participar más, elegir en listas abiertas, ser consultados con más asiduidad sobre tantas y tantas cosas que hacen los gobiernos sin que las mismas figuren en sus programas electorales, no nos van a dejar otro remedio que seguir el ejemplo argentino. A ver si así se enteran.

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