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LA CRÓNICA
Columna
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Adiós a la feria

Lo primero que me vino a la cabeza cuando me enteré de que la Fira de Salou estaba a punto de cerrar fue un bocadillo de salchichas de Frankfurt. Me veía yo, adolescente, hincando el diente con pasión a un pan chorreante de mostaza amarillenta. Es algo que no he vuelto a comer en mi vida y que asocio a caballitos y autos de choque, aviones voladores y una tómbola con gigantescas muñecas y lavadoras que no tocaban a nadie. Un tiempo algo tristón al que, por cierto, no querría volver: tardes de sábado esfumándose en esa explanada del puerto de Salou con unas cuantas amigas, esperando el día mágico en el que ya nos dejarían entrar en las discotecas -por aquel entonces nuestra máxima aspiración-. Y esperando ese momento, que luego duraría de la noche a la mañana, cogimos afición a las casetas de tiro, a los saltamontes o a esas salchichas con mostaza de gusto indescriptible. Ahora todo esto se va al diablo por orden judicial y después de 40 años los amos de las casetas lloran su pérdida y se preguntan a dónde irán.

La Fira de Salou cierra a finales de mes. Un mundo antiguo se va: hoy el ocio requiere emociones más fuertes, como las de Port Aventura

Hace 12 años que los feriantes tienen orden de desmantelar las casetas situadas en el Espigó del Moll de Salou, un espacio que depende del Ministerio de Medio Ambiente por ser zona marítima. Los feriantes recurrieron al Tribunal Supremo y así aguantaron esos 12 años de regalo hasta ahora, cuando tienen 15 días (el plazo termina el 31 de octubre) para desmontar lo que muchos crearon hace cuatro décadas. 'Esto es nuestra vida. Mis hijos nacieron aquí. Muchos feriantes ya son mayores y no saben qué hacer con su caseta'. Es la voz desesperada del presidente de la Fira, Manuel Gené, que empezó aquí hace 38 años -cuando nació su hija- con una tómbola y ahora regentaba unos autos de choque. Manuel recuerda el día en que nació su hija porque actuaba la Chunga al lado de su caseta, en un famoso local llamado entonces La Alhambra. 'Antes se vivía en las roulottes y todos éramos una gran familia, pero con el tiempo fuimos buscando piso en el pueblo, aunque seguimos siendo una familia. Y ahora más que nunca'.

Los feriantes pagaban un canon al Ayuntamiento, que tenía la concesión del ministerio, renovable cada año. Ahora el Ayuntamiento propone un solar situado en la autovía de Reus a Salou, pero no parece ser la solución más idónea. Sea como sea, el día 15 de octubre se cerró oficialmente la feria y empezaron a derribarse las casetas. Algunos se resisten, como los del recinto de las máquinas de azar, que piensan seguir hasta que los echen; otros, como Manuel, son más realistas y ya hace días que desmontan. También los hay que han dado su caseta al chatarrero.

El primer feriante de Salou fue Francisco Godall con su churrería, le siguió la rueda de los caballitos de Elvira Martí, que años más tarde se cambiaría a la noria. Vinieron luego los autos de choque, el tiro y los famosos helados de la Ibense, que ahora tienen sucursales por todo el pueblo. ¿Qué será de Francisco Godall -se pregunta Manuel- y de tantos veteranos del oficio que se sienten desamparados y no saben a dónde ir? 'Podemos enorgullecernos de que en estos 40 años no ha habido nunca ningún accidente', asegura Manuel. Aunque era difícil que esto sucediera, me refiero a 25 años atrás, cuando las casetas eran inofensivas: caballitos, tómbola, la churrería... Lo más peligroso podían ser los autos de choque, nuestro pasatiempo preferido, pero aun así no pasábamos del típico coscorrón.

Las tardes de sábado empezaban en la última esquina del Raval de Robuster, en Reus, alargando el dedo pulgar para hacer autostop (fer dit, como decíamos entonces). No tardaba mucho en parar un coche cuyo dueño -normalmente con la novia al lado- se iba a la tan soñada discoteca. La carretera de Reus a Salou era poco más que un paseo donde se formaban colas interminables, se atropellaban perros, gatos y alguna gallina de las masías colindantes y se hacían carreras con el famoso y desgraciadamente desaparecido carrilet. Los controles de alcoholemia aún no existían, la carretera apenas tenía una curva y los plátanos que antiguamente habían protegido del sol a las mulas y carromatos se convirtieron en un blanco catastrófico durante décadas. Hasta que se construyó la autovía, se arrancaron los árboles, se suprimió el fatídico cruce con la carretera nacional Barcelona-Valencia y, con las masías vacías, también desaparecieron los perros. Aun así, más de uno se ha dejado el pellejo igualmente.

Una vez en la Fira nos íbamos directamente a los autos de choque y nos dejábamos asaltar por muchachitos a medio hacer que empotraban su coche contra el nuestro, acto que resumía claramente -lo he visto ahora, no entonces- la frustración de otros intentos de unión más osados e impensables. La voz del señor de la tómbola y las canciones del momento distorsionadas por un precario altavoz acompañaron esas tardes del sábado en la Fira de Salou. Ahora que desaparece revivo una mezcla de imágenes, olores y sabores únicos que me devuelven un trozo de mi adolescencia y un paisaje que este 31 de octubre se perderá.

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