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Columna
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Las ruedas de la prensa

A los contactos periódicos entre los informadores y los grupos sociales que quieren comunicar algún asunto a través de los medios informativos se les denomina ruedas de prensa, aunque casi nunca la disposición en la sala donde están concentrados los periodistas y los convocantes forme una rueda redonda sino más bien oblonga o en forma de herradura. Últimamente predomina la forma de teatro a la italiana (los actores en la caja y enfrente los periodistas que toman nota o graban imágenes y sonido) y sin embargo la denominación insiste en su antiguo proyecto de ser rueda. A bordo de estos singulares neumáticos viajamos los periodistas a diario: rueda de corro y rueda de fortuna.

Lo que quizá desconoce el lector común (siempre que no haya dado una rueda de prensa en algún momento de su azarosa existencia) es que este tipo de encuentros poseen una estética, un ritmo y un carácter singular en cada caso. En el fondo son como una función de teatro con sus actores (los comparecientes), su director de escena (la organización a que pertenecen) y su patio de butacas.

Si me taparan los ojos podría reconocer el sótano donde celebra las suyas Izquierda Unida en Granada. La humedad de la estancia, su aroma a cal levantada y champiñón y su agradable frescor en verano, que se convierte en escalofrío en invierno, son elementos fijos de un decorado al que se accede por una pina escalera con una advertencia a la mitad para que el informador novato no se destroce el cráneo con el borde demasiado bajo del piso superior.

Otra característica de las ruedas de prensa es el estilo que les imprimen en cada caso los anfitriones, sobre todo si se trata de anfitriones expertos u obsesivos, de esos que no pueden vivir sin dar una rueda de prensa diaria como si fuera su pan de cada día. Hay comparecientes (los menos) tan breves que acaban cuando uno tiene la sensación de que empiezan, como es el caso del concejal nacionalista de Granada Jesús Valenzuela.

Pero entre los diversos estilos que compiten por atraer la mayor atención de los periodistas destaca el de Antonio Sanz, secretario del PP andaluz. Si hubiéramos de enmarcarla dentro de un subgénero preciso habría que elegir la tragedia bufonesca o algo semejante. Es tragedia, porque las vehementes admoniciones de Sanz parecen estar destinadas a los pobladores del Séptimo Círculo del Infierno del Dante, pero es bufonesca porque su exposición es histriónica.

Aparece Sanz por la puerta balanceando un cartapacio con fotocopias de periódicos frescos y un trajín de recortes y avisos, toma asiento con una breve sonrisa cortés y enseguida desata un discurso desmañado, que hiere la sintaxis y peca de reiteraciones, pero tan fogoso y atronador que suena como sentencia bíblica. Sanz gusta de las digresiones y su mirada encendida no tiene piedad con el rostro perplejo de los informadores que han anotado ya con gestos de mártires la enésima comisión de investigación solicitada por el PP. A veces son tan largas que uno, con tal de que acabara, le compraría a Sanz el crecepelo. O lo que venda, vamos.

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