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Reportaje:GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

Tony Blair, primer ministro de los aliados

Somos los griegos en el Imperio Americano', decía hace 40 años el primer ministro británico, Harold Macmillan. 'Los americanos le parecerán como los romanos les parecían a los griegos: un pueblo grande, vulgar y dinámico, con más energía que nosotros'.

La observación, hecha a un colega del Gabinete, refleja una impresión duradera entre los británicos de que no se puede confiar en que los norteamericanos actúen siempre con prudencia en el escenario mundial, sin lo que Winston Churchill llamaba 'el arte de gobernar y la experiencia superiores' de la vieja Madre Patria. Aunque la imagen de los griegos y los romanos pueda resultar simplista, lo cierto es que Gran Bretaña, hoy, ha logrado introducirse de una manera sorprendente en las máximas esferas de la toma de decisiones dentro de la capital de la superpotencia. La crisis internacional desencadenada por los asesinatos de septiembre ha precipitado dos acontecimientos que antes habrían sido impensables.

'Los americanos son para los británicos lo que a los griegos les parecían los romanos: un pueblo grande, vulgar y dinámico, con más energía que nosotros'
Blair y Bush dan la impresión de ser un tándem casi tan eficaz como Franklin Roosevelt y Winston Churchill durante la II Guerra Mundial
Gran Bretaña ha logrado introducirse de una manera sorprendente en las máximas esferas de la toma de decisiones dentro de la capital de la superpotencia

Uno, que el Gobierno británico ha contribuido a una redefinición de las tácticas diplomáticas y la estrategia política de la Administración de Bush con el mundo árabe.

Dos, que, al contrario de lo que habría podido imaginar Macmillan, su sucesor Tony Blair está resultando, por lo que se ve hasta ahora, más dinámico y enérgico que George W. Bush o cualquiera de sus principales colaboradores.

Blair ha pronunciado tantos discursos como el presidente Bush, pero, además, ha sido él quien ha explicado con detalle al mundo las 'pruebas' contra Osama Bin Laden; ha sido Blair el que ha visitado a los jefes de Estado de Rusia, Pakistán, Egipto y Omán para convencerles de que se unieran a la 'coalición internacional contra el terrorismo', mientras enviaba a su ministro de Exteriores a Irán; es Blair quien se ha dirigido por las claras al mundo musulmán a través de una difícil entrevista ('¿Condenará el terrorismo israelí en Oriente Próximo?') con la CNN árabe, Al Yazira; es Blair quien ha mantenido conversaciones en el 10 de Downing Street con Yasir Arafat, al que otorgó toda la pompa y circunstancia normalmente reservada para jefes de Estado reconocidos, y quien tiene previsto, según funcionarios británicos, reunirse con Ariel Sharon a principios del próximo mes.

Más aún, Blair se ha dedicado a repetir que es preciso un acuerdo en Oriente Próximo 'para que no haya generaciones que utilicen la causa palestina como excusa para el terrorismo', y que dicho acuerdo debe incluir la creación de 'un Estado palestino viable'. Unas opiniones similares expresadas por Alwaleed Bin Talal, un jeque saudí y sexta persona más rica del mundo, han hecho que el alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani rechazara, furioso, una donación de diez millones de dólares que hizo la semana pasada al Fondo de las Torres Gemelas.

Sin embargo, ni Giuliani ni Bush han dejado entrever la más mínima muestra pública de descontento o desacuerdo con ninguna de las declaraciones o actuaciones del hiperactivo Blair, desde que éste anunció, el mismo día de los atentados terroristas en Nueva York y Washington, que Gran Bretaña estaría 'codo con codo' junto a Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo mundial. De hecho, Blair y Bush dan la impresión de ser un tándem casi tan eficaz como Franklin Roosevelt y Winston Churchill, cuya madre era norteamericana y que acuñó el término 'relación especial' en 1946 durante la II Guerra Mundial. 'Las acciones de Tony Blair han estado minuciosamente sincronizadas con las del Gobierno de Estados Unidos', ha dicho un funcionario de la Casa Blanca, según cita la prensa norteamericana. 'Todo lo que hacen norteamericanos y británicos en el frente diplomático está coreografiado', afirmaba un alto diplomático en Londres, uno de los varios entrevistados por EL PAÍS esta semana. 'Lo que estamos viendo es una división del trabajo. Gran Bretaña se encarga de tareas que a los norteamericanos, quizá, les gustaría asumir pero que - debido a las presiones internas- no pueden'.

Fuerza moderadora

El resultado es que Gran Bretaña ha demostrado ser, según otro diplomático, 'una fuerza moderadora en Washington'. En dos aspectos, consideran los británicos. Uno, al ayudar a contener lo que habría podido ser una acción militar inmediata, vengativa y contraproducente por parte de los norteamericanos. Según fuentes bien informadas, ello incluyó transmitir en los primeros días a Estados Unidos el mensaje de que cometer el error de lanzar misiles contra plantas farmacéuticas, como ocurrió bajo el mandato de Clinton en Sudán, sería totalmente perjudicial. Y dos, al asesorar y contribuir a elaborar las reacciones políticas en Oriente Próximo, donde Gran Bretaña tiene presencia desde hace largo tiempo y, en opinión de algunos diplomáticos, más sutileza y sabiduría que Estados Unidos. Un ejemplo, dicen las fuentes, fue subrayar rápidamente a los norteamericanos la importancia de explicar que la campaña contra el terrorismo no debía presentarse como 'una guerra contra el islam'.

¿Qué ha hecho Blair para ocupar una posición que los políticos y los periódicos norteamericanos han calificado, según los casos, como 'portavoz' de Estados Unidos, 'ministro de Exteriores' o 'uno de los principales asesores en el círculo íntimo de Bush'?

Por un lado, una eficaz labor de relaciones públicas. Aparte de las muestras inmediatas de pena y solidaridad por el 11 de septiembre, Blair ha pronunciado varios discursos conmovedores, discursos de una elocuencia que, gracias al idioma, no podría haber pronunciado ningún político alemán o español, y que han hecho de Blair un héroe nacional en Estados Unidos. Pero Blair es un hombre frío y calculador. Como explicaba un diplomático en Londres, el primer ministro británico ha adoptado una política de 'decir las cosas apropiadas en público y emplear un lenguaje duro -y, así, garantizarse sus credenciales como 'uno de los nuestros'- mientras que discute, en privado y, por lo que se ve, con gran éxito, a favor de una política pragmática que permita a otros, tanto en Europa como en Oriente Próximo, seguir a bordo de la nave norteamericana'.

Un hombre de los que más saben sobre cómo funciona la relación entre Estados Unidos y Gran Bretaña es lord Robin Renwick, autor del libro, fundamental sobre el tema, Fighting with allies (Combate con los aliados), y embajador británico en Washington durante el mandato de Clinton. Renwick, al que su amigo Colin Powell ha calificado de 'magnífico embajador', es un antiguo favorito de Margaret Thatcher que, hoy en día, goza de la confianza de Tony Blair.

'El primer ministro es un sagaz conocedor de la relación con Estados Unidos', dice lord Renwick. 'Sabe que en una crisis como ésta, o como la guerra del Golfo, si Estados Unidos no tiene un aliado o, mejor aún, dos o tres, que actúe a su lado, y no se limite a dar su apoyo verbal, se agudizará su impulso aislacionista. Sabe que a la hora de influir en los norteamericanos existe un principio denominado pagar y jugar. Si se quiere tener influencia sobre ellos, hay que participar. Si se participa, uno se incorpora a su proceso de toma de decisiones. La participación, en la perspectiva norteamericana, significa estar dispuestos a lo más duro: carros de combate, y armas, y artillería. Lo que ayuda a Blair es el poder actuar de acuerdo con una tradición de cooperación militar entre Estados Unidos y Gran Bretaña, y de compartir información recogida por los servicios de espionaje, que ha existido desde la II Guerra Mundial.

Al atenerse al principio de pagar y jugar, Gran Bretaña ha ayudado a fortalecer -no sólo en opinión de lord Renwick, sino de varios expertos diplomáticos en Londres- la que se considera tendencia Colin Powell en la Administración de Bush. Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, es uno de los que han defendido una reacción más beligerante por parte de Norteamérica, que incluyera 'acabar con Estados' como Irak. Hasta ahora, Powell, cuyas ideas sobre cómo abordar la crisis son, de acuerdo con diplomáticos británicos, muy semejantes a las de Blair, sigue prevaleciendo. 'Powell es un tipo muy duro, con un cerebro de primera categoría', dice lord Renwick, que le conoce bien. 'Pero es muy precavido respecto al uso de la fuerza. Una de las paradojas de Washington es que son los civiles los que suelen defender el uso de la fuerza. Los militares son más precavidos. Y Powell procede, sin duda, de esa escuela. Colin sabe que en Oriente Próximo, si se aplica la fuerza, no se llega muy lejos'.

Blair intenta aprovechar la simpatía que ha generado entre el público, los medios y la clase política de Estados Unidos para que este país se oriente hacia una política más cercana a la de Gran Bretaña en Oriente Próximo. Desde que Ernest Bevin, ministro laborista británico de Exteriores en 1947, advirtió de que 'la existencia de un Estado judío podría ser un factor constante de malestar en Oriente Próximo', ha habido una discrepancia permanente entre las concepciones británica y norteamericana de qué hacer con esa parte del mundo. Por primera vez es posible que ambas posturas se acerquen.

'Hemos tenido una clara diferencia de opiniones con los norteamericanos sobre la cuestión palestina desde hace mucho tiempo', dice Renwick. 'Pero ahora estamos intentando que se aproximen a nuestra posición, y lo estamos consiguiendo. En parte gracias a nosotros, pero, sobre todo, porque hay algunas personas muy preparadas en la Administración de Bush'.

Seguridad norteamericana

Personas que, según Renwick, que las conoce bien, han modificado su visión de lo que hay que hacer en Oriente Próximo debido a que, de repente, no es sólo la seguridad israelí la que está en juego, sino la seguridad norteamericana. 'Powell y también Cheney tienen la preparación suficiente para comprender que no es posible ganar la disputa en el mundo árabe mientras no se reanuden las negociaciones. Hemos oído a Bush hablar de Palestina, cosa que los republicanos no habían hecho nunca. Y vamos a oírlo más. Porque en Washington existe la convicción, como aquí, de que, si la situación entre Israel y los palestinos no deja de empeorar, el mundo árabe se radicalizará. Y eso hace que las cosas sean muy difíciles, porque se puede detener a unos terroristas, pero inmediatamente les sustituirán otros'.

Nadie en el Gobierno británico, de Blair para abajo, se hace ninguna ilusión de que, como sugería la retórica inicial del presidente Bush, el terrorismo vaya a quedar erradicado. La política británica, como dice Renwick, va a intentar asegurar que no gane el otro bando. 'Lo cual requiere ante todo un proceso político', dice Renwick, cuyo contacto habitual con Blair le ha otorgado un conocimiento privilegiado de lo que se piensa en el 10 de Downing Street. 'Ésta es la lección que hemos aprendido de Irlanda del Norte. El problema actual es endiablado, y, en mi opinión, va a prolongarse durante años y años, pero la única forma de marginar a los terroristas es que, en un momento dado, se haga un esfuerzo serio para instaurar un Estado palestino'.

Blair, en su residencia londinense del 10 de Downing Street
Blair, en su residencia londinense del 10 de Downing StreetREUTERS

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