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Columna
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Crítica del desfile

La verdad es que uno se ha hecho muy comodón y prefiere ver los toros, el fútbol y los desfiles en televisión. Así lo contemplé íntegro el 12 de octubre. Y lo hice con el prejuicio de haber sufrido la víspera las irritantes medidas que se tomaron, para fastidio de cuantos vivimos en las cercanías de la Castellana. Me afecta poco que se cuestione la fecha y su conmemoración. Los franceses celebran la toma de la Bastilla, una gratuita mascarada, porque en la vieja prisión no había nadie. Los americanos lo hacen el 4 de julio, que tiene en contra el insoportable calor que hace ese día, al menos en la costa Este. No estuvo mal la apacible dulzura otoñal en nuestro Madrid, que amenazaba lluvia. Escribo estas líneas sobre las notas que tomé, a lápiz, al pie del televisor, porque pensaba que así como hay reseñas y críticas para tantas actividades públicas, cine, teatro, conciertos y exposiciones, además de las citadas al comienzo, no estaría mal un enjuiciamiento desapasionado acerca de estas demostraciones. Claro, que ni siquiera se celebra todos los años. Hagamos como si fueran frecuentes.

Duró casi dos horas y confieso que me sorprendió la afluencia de público, cuando se supone que gran parte de los madrileños se había largado el día anterior para disfrutar del suculento puente del Pilar. Como siempre que presencio actos así, me asombro de que tantísima gente sepa lo que tiene que hacer, simplemente a toque de cornetín. Pudimos ver a nuestro Rey, que cada día tiene más aspecto de rey, quitándose y poniéndose el guante de la mano derecha cuando la ocasión lo requería, estrechando manos como en un duelo, con el empaque de un general de todos los ejércitos. Muy bien, un 9 para don Juan Carlos y su distinguida familia. Correctos y pasables el resto de militares, civiles, altos cargos, parlamentarios y acompañantes. Mención especial para los espectadores que agitaban banderitas bicolores, un poco cortados, me pareció. Nota alta para los participantes, entre los que figuraban muchachos del último reemplazo, un puente entre reclutas forzosos, profesionales y voluntarios. Y para las muchas chicas que desfilaron con pareja marcialidad, cargando con armas mucho más pesadas que los fusiles y mosquetones de antaño. 'Si las mujeres mandasen...', pues vayan preparándose. Están en infantería, marina, artillería, aviación, en la Guardia Civil, en la Legión, en los Regulares, donde vimos varios planos de la que tocaba la chirimía.

Allí lo que escaseaba eran los moros. Cierta sorpresa entre la afición produjo el paso de la oca sin moverse del sitio, como si marcharan por una cinta transportadora. Gran distancia entre los marciales participantes, su atuendo y aquel triste y desaliñado aspecto del soldadito español de hace cien años. No es difícil vestir ahora a una tropa cuya talla ronda los 1,75 y causa lástima y ternura ver las imágenes retrospectivas de aquellos caloyos, los sorchis de 1,50, dentro de uniformes demasiado grandes, con las pantorrillas vendadas, botas con suela de cartón y aire de catetos atezados y sorprendidos. Iban a la guerra y a la muerte en el Rif sin la menor decencia estética, sin comerlo ni beberlo. En el pasado desfile todos parecían los gastadores del regimiento. Con todos mis respetos, aconsejo que se reconsidere el paso ligero de la admirable Legión. Siempre me produjo la impresión de personas urgidas por llegar a determinado lugar, sin duda imprescindible. Lo mismo sentía al ver trotar a los bersaglieri, correteando con las plumas del casco al viento. Y un comedido reparo a que, en el meditado orden de la demostración, aparecieran con su zancada morosa los regulares, tan elegantes con la airosa capa sobre los hombros. Parecía que no iban a llegar nunca a la Cibeles. Grata sorpresa encontrar a la vieja cabra, la inextinguible mascota legionaria, que marchaba un poco a su aire, aunque sin romper la formación. Tiempos nuevos, se incorporó un flemático tití, encaramado al hombro del abanderado, que cosechó nutridos aplausos a ambos lados del paseo.

Creo que no son necesarios grandes conocimientos para ejercer de crítico en cualquier materia. A veces basta con encontrarlo todo mal, lo que no es el caso. Sinceramente opino que se trató de un espectáculo del gusto de la gente que se tomó la molestia de presenciarlo directamente. Yo, los malditos achaques, lo hice en casa. Quizás lo que eché de menos fueran las pausas publicitarias, o que las distintas unidades, a pie, motorizadas o a caballo, aparecieran patrocinadas por alguna firma comercial. Es una sugerencia.

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