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Crónica:Mundial de fondo en carretera | CICLISMO
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Así da gusto trabajar'

Carlos Arribas

Cuando acabó la carrera aún no había estallado la tormenta. Sólo había alegría. Llegó Sevilla, el enorme, cruzó la meta, la cara negra, de minero, barrillo que le había salpicado desde las ruedas de los demás, el peinado aún perfecto, pese al casco, guiñó un ojo, sonrió de oreja a oreja y dijo: 'Así da gusto trabajar'. Lo decía por Freire, claro, por el corredor que nunca falla, el delantero que mete los goles. Lo dijo Sevilla y fue a abrazarse con todos los demás. Con Ángel Casero, también, con su rival en la Vuelta; ahí es nada, el primero y segundo de la Vuelta olvidando sus egos, trabajando de gregarios. Y el tercero del Tour también, Joseba Beloki, que dijo: 'Hemos demostrado que las figuras también sabemos trabajar. Y lo hemos hecho con mucho gusto para Óscar, que da garantías. Freire sabe decidir'. Fue una explosión electrizante la que sacudió al box de la selección española. Abrazos, besos y felicitaciones. Todos los egos resumidos en uno, en el del único Freire.

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Ninguno, claro, pensaba en el dinero. En los casi dos millones de pesetas de prima que ofrecía el Consejo Superior de Deportes, ni en los 25 millones, a repartir entre todos, que daba Giorgio Squinzi, el patrón del Mapei, un loco del Mundial, el jefe de Freire.

Luego empezó a llover. Empezó a llover a mares justo después de que un centenar de fans de Freire, de su peña de Torrelavega, invadiera la zona de meta; justo después de la ceremonia del podio, Freire, sí, con zapatos de ciclista, no de calle, del himno y demás, de la emoción del cántabro vistiendo su segundo arcoiris.

Después llovió. Freire, el taciturno y somnoliento ciclista que a las nueve de la mañana miraba preocupado el cielo encapotado, ya no sufría. Estaba bajo techo, estaba dando su conferencia de prensa. Aún feliz. 'Pero no es comparable a lo que sentí en Verona. Aquella victoria cambió mi vida deportiva y también la personal. Entonces ni me la esperaba, y ésta, que es superimportante, era yo el favorito. Pero no la cambiaría nunca por la primera'. Entonces, en Verona, Freire no existía para nadie, ni siquiera para su equipo, el Vitalicio, que no le renovaba. Fue un ciclista en el paro quien ganó aquel Mundial. Un ciclista único quien ganó éste.

Termina la conferencia de prensa. Freire dedica la victoria a su novia y a su abuela, que está enferma. Habla por teléfono con su patrón y le promete que en 2002 ganará la Milán-San Remo. Después corre bajo el diluvio. No le da tiempo a oír al seleccionador, a un Antequera súbitamente meditabundo. 'Me preocupa que hemos entrado en una dinámica de conseguir medallas todos los años y el día que no se logre va a parecer un fracaso'. Parece que no conoce a Freire, o que no se acuerda de que Freire sólo tiene 25 años.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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