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Columna
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Cristianos

'La justicia está por encima de la caridad', dicen que respondió Juan XXIII cuando decidió subir el sueldo a los empleados del Vaticano y le advirtieron de que ello obligaría a recortar los fondos destinados a obras caritativas. Esa y otras muchas anécdotas las recogió admirada Hannah Arendt en su libro Hombres en tiempos de oscuridad bajo el título bien significativo de Un cristiano en la silla de san Pedro (1958-1963). La humanidad de aquel pontífice elegido por casualidad que, sin embargo, desencadenó toda una revolución con el Concilio Vaticano II, la sencillez de su fe y su sentido común siguen proyectando luz en otros tiempos oscuros, cuando gobiernan la Iglesia gentes mucho menos libres. Aquel espíritu abierto inspira el talante de Saó, una revista que el próximo viernes celebrará, durante la cena de sus premios anuales, el primer cuarto de siglo de existencia. Progresistas y valencianistas, los cristianos que elaboran esta publicación mensual desde hace 25 años mantienen la libertad de criterio de quienes se niegan a esgrimir sus creencias con la rigidez estrecha de unos dirigentes eclesiásticos que, como el actual arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, confunden las objeciones razonables a las trapisondas de la 'empresa' con una peligrosa epidemia de laicismo. Un libro sobre la vasta obra del historiador Miquel Batllori y una distinción a la ONG Intermón centrarán el aniversario de Saó, para el cual ha diseñado el escultor Andreu Alfaro un cartel conmemorativo. Aunque excepcional por muchos motivos, el grupo de esta revista forma parte de un sector más amplio de católicos, gentes civilizadas que en momentos de rebrote dramático de los fundamentalismos se niegan a dimitir de su condición de ciudadanos, de su curiosidad y de su inteligencia, mientras defienden educadamente su identidad frente a las burlas del anticlericalismo tremebundo. Cuentan que Angelo Giuseppe Roncalli, antes de ser Juan XXIII, como nuncio apostólico en Francia, participó en un banquete del cuerpo diplomático. Uno de los presentes, para ponerle en un apuro, se dedicó a hacer circular por la mesa la fotografía de una mujer desnuda. Roncalli, que no era tonto ni tampoco un fanático, miró la foto y se la devolvió al caballero con este comentario: 'Su señora, supongo'.

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