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Columna
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Sauna

Se puede ir a Finlandia sólo a comer arenques con nata y a meterse en una sauna. El bosque que une Helsinki con la ciudad de Turku posee ahora el amarillo de los abedules disuelto en la niebla de otoño, pero algunas ramas de esos abedules, las que todavía verdean, son necesarias para azotarse. En medio de ese bosque vive una amable familia de campesinos y cuando llegué después de mucha soledad hasta su cabaña de troncos me recibió en el porche un viejo con rasgos de lapón y una niña tan rubia que parecía recién nevada. La tarde anterior había oído en la catedral luterana de Turku el Requiem de Mozart cuya música estremecedora no logré aislar de la tragedia de Manhattan. La sauna de estos campesinos se hallaba en un pabellón separado de la casa y sabiendo de antemano que yo deseaba usarla el viejo mandó a la niña que trajera ramas de unos abedules cercanos. La sauna es un lugar mágico para los finlandeses. Allí parían antes las mujeres, allí limpiaban el cadáver de sus muertos y esta familia aun conservaba esos ritos. Mientras me azotaba con ramas de abedul, como un pálido personaje de Igmar Bergman, dentro del fuego recordaba el terrible Requiem de Mozart: 'Rey de la Gloria, libérame del profundo lago, de la boca de los leones, del terror que va a venir'. Y cada latigazo liberaba a su vez un aroma de abedul que se acomodaba en la mente al espantoso augurio de la Sibila. Salí de la sauna muy purificado. Aquella familia de lapones había dispuesto en una mesa rústica un te de rosas y los restos de una tarta muy primitiva. La niña nevada me sonreía, toda la familia en silencio hacía gestos de paz hacía mi, pero, de pronto, en mitad de la merienda, apareció en la televisión George Bush para anunciar que las primeras bombas estaban cayendo sobre Afganistán. Con la tarta de moras silvestres comencé a paladear también los salmos escatológicos del Requiem: 'esparciendo su sonido por los sepulcros de todas las regiones las trompetas convocarán a los muertos ante el trono'. Y entonces la niña preguntó: ¿quienes son los terroristas?. Nadie contestó. La paz de aquellos bosques quedó atrás. De regreso los escasos pasajeros entramos respetuosamente en el avión como en una capilla ardiente examinando de reojo nuestras respectivas cataduras. Pese a las bombas y al advenimiento del ántrax, antes de despegar, quise contribuir al placer universal comprando unos arenques con nata.

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