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Columna
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Rayos y fiestas

Han sido dos tardes y dos noches tormentosas mientras sonaba música de feria y el ruido de los truenos parecía un interminable rodar de máquinas pesadas y metálicas, vibrantes, y llovía y granizaba y se iba la luz. Yo, sin luz en mi casa, acabé en un restaurante irlandés donde los ingleses se asomaban a la ventana y se maravillaban ante la lluvia y el granizo. 'Es extraordinario', decía la señora de la casa irlandesa, 'llevan todo el año viendo llover y se admiran ahora'. Pero quizá miraban el aguacero andaluz como si hubieran visto salir a la reina de Inglaterra del aparcamiento municipal, en la misma calle que el restaurante.

Luego la noche fue larga. Llegaba al dormitorio la feroz alegría de la música, la música y las voces feriales, los relámpagos, sus chispazos azules, y yo pensaba en los chirimoyos. Estarán cayendo de los árboles. Había oído una conversación en la calle porque es tiempo de recoger los chirimoyos (chirimoyas, debería decir, como Adolfo Bioy Casares anotó en su diario: magnolia se llama la flor y magnolio el árbol). Uno de mis vecinos ya está recogiendo los chirimoyos (aquí se dice así), pero otro, que no es mi vecino, esperará unos días. El fruto parado, hecho ya, no dura en la rama, se cae por su propio peso si no lo coges, me aclara mi vecino. Y ahora habla de la tormenta de finales de septiembre. A las cuatro menos cuarto de la madrugada vio caer un rayo entre Pinto y la Cuesta del Cielo, e, inmediatamente, tres puntos de fuego en el monte.

'Se me puso el vello de punta, mira', y nos enseña el vello de punta. 'Pues el fuego era mi aguacate: lo quemó el rayo', dice el otro. 'Fue el rayo más grande de mi vida', precisa mi vecino. ¿Fue más grande que los rayos de anoche? Tengo que buscar a mi vecino para preguntárselo. La ilógica unión de la noche de rayos y el tronar de la feria de Nerja volvía más irreal la irrealidad guerrera de estos días, días sabios, por otra parte, si en las escuelas aprovechan para hablar del mundo, de un país tan raro como Afganistán, del Islam e incluso del carbunco o, a la americana, como es debido, el ántrax, una bacteria que, vista por el microscopio, parece una mezcla de galletas y pienso para animales.

El mundo es problemático, criminal, no es sólo una conversación sobre cuándo recoger la fruta, pero, hablando de estas cosas en la escuela, quizá los niños empiecen a adquirir responsabilidad de ciudadanos democráticos, capaces de decidir con su voto la marcha de la vida en común. Y entonces, a la luz de la tormenta, de noche, pienso de pronto, infantilmente, que estas ocasiones terribles desmuestran nuestra irresponsabilidad perdurable y forzosa: no tenemos capacidad para decidir sobre asuntos que afectan profundamente a nuestra realidad. Tenemos, eso sí, capacidad de asentimiento. Antonio Yélamo utilizó una palabra en estas páginas: servidumbre. Leo que las bases americanas andaluzas ni siquiera pagan impuestos locales, y, en cuanto a la euforia otánica de España, ¿se acuerda alguien de las increíbles astucias de los propagandistas del referéndum de la OTAN, que prometían una OTAN no militar y sin bases americanas? Sobre aquellas astucias se adquirió la legitimidad de hoy.

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