_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Soldadito español

No hace demasiados años, el sociólogo alemán Ulrich Beck consideraba a los 'Ejércitos sin enemigos' como un típico ejemplo de instituciones zombies. Con tan curioso nombre aludía a aquellas instituciones que logran sobrevivir por pura inercia y se van arrastrando en el tiempo como muertos vivientes, sin una clara función que cumplir. Esta nueva crisis nos ha mostrado que estaba equivocado. Para bien o para mal, es evidente que las Fuerzas Armadas no sólo no van a desaparecer sino que se han convertido en una pieza decisiva a la hora de evaluar el protagonismo internacional de los diferentes países. Y lo serán aún más a medida que crezca el furor hobbesiano que ha comenzado a prender tras los atentados del 11 de septiembre. Urge, pues, aproximarse a este renovado protagonismo del que ahora parecen gozar.

Como tantas otras veces, esta situación nos ha pillado con el paso cambiado: con un Ejército en plena fase de profesionalización y asimilando apenas sus nuevas tareas de intervención humanitaria en misiones de la ONU o de la OTAN. Añádase a esto la perplejidad derivada de tener que asumir ahora a la carrera nuevas funciones frente a un enemigo esquivo y difuso como es el 'terrorismo internacional'. ¿Cómo distinguir el combate a este formidable y todavía bastante invisible adversario de nuestra propia lucha contra el tan manifiesto terrorismo 'interno'? No es de extrañar que el almirante Antonio Moreno Barberá tuviera un acto fallido en el Congreso y cortara por lo sano: el Ejército está para repeler cualquier 'amenaza para la supervivencia del Estado'. Es cierto que después hubo de matizar sus palabras en la línea que luego reforzaría el ministro de Defensa, Federico Trillo: las amenazas que competen al Ejército son de 'naturaleza externa', y punto. Y no hay verdaderas razones para pensar que esta distinción entre 'dentro' y 'fuera' no vaya a ser respetada.

Lo que sí muestran estas intervenciones es la necesidad de replantearse seriamente la política de defensa, la ya iniciada reforma de los servicios secretos y las pautas de la colaboración internacional en materia de seguridad. De otros países llegan señales similares. No hace mucho, la propia Alemania se desayunó con las polémicas declaraciones del carismático general Kujat afirmando que el Ejército alemán no estaba preparado para satisfacer sus obligaciones en Macedonia (!?). Con la diferencia de que allí se suscitó de inmediato un debate sobre el Ejército y su previsible futuro. Aquí se percibe, por el contrario, una gran indiferencia y distanciamiento público hacia nuestra propia implicación bélica y, en general, hacia el papel internacional de España. Puede que sean los ecos de esa larga tradición de aislacionismo español tan bien analizada en Mater dolorosa, el reciente libro de José Álvarez Junco (Taurus). Actitud que encuentra una exacta correspondencia también en, por ejemplo, el raquitismo de nuestro servicio exterior o en la ausencia de centros de excelencia en estudios internacionales. Pero que a todas luces contrasta con la ya conocida retórica de nuestro presidente del Gobierno sobre el protagonismo exterior de España.

Mucho se ha hablado ya del desdén de Aznar al Parlamento al posponer su presencia en las Cortes para ofrecer explicaciones sobre el conflicto bélico y sobre nuestro papel e implicación efectiva en él. Esta actitud muestra un desprecio que tiene una dimensión de tipo simbólico más que 'informativa' o 'didáctica'. Como hemos visto en todos nuestros vecinos, la información al Parlamento es algo más que un acto de cortesía, forma parte de la misma esencia de lo que significa el ejercicio del poder en una democracia parlamentaria. Es ya tanta la reiteración en la atención que reciben las Cortes que bien parece que pretenda hacerse de ellas otras instituciones zombies. Recurrir al lejano precedente de la guerra del Golfo y a la entonces tardía comparecencia de Felipe González ante las Cortes no exime a Aznar de su propia responsabilidad. Sólo cabe esperar que ese acto no se quede de nuevo en un cruce de acusaciones mutuas entre los distintos grupos políticos y comience ya de una vez el imprescindible debate sobre la nueva guerra y la nueva dimensión y papel de las Fuerzas Armadas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_