Cine de verdad
Una de las tendencias en el momento de juzgar el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York fue definir el ataque terrorista como el fragmento de una película. Cabe suponer, evidentemente, que se referían a las producciones de Hollywood que triunfan con el apoyo de la alta tecnología, o quizá la comparación se hallaba en los monumentos a la puerilidad que TV-3 ofrece las noches de los sábados en Nit d'acció. En cualquier caso, y a pesar de la muestra de cinefilia aplicada a los asuntos de la vida real, quienes así hablaban no podían relacionar las escenas televisivas del 11 de septiembre con el cine en mayúsculas, con el cine que sabe que la magnificencia de la tragedia y el estruendo visual suelen encontrarse cerca de la banalidad y la estrechez de miras. Quienes así hablaban -y es una certeza- pocas películas debían de conocer de Robert Bresson (1907-1999), cineasta francés homenajeado durante esta primera quincena de octubre por la Filmoteca de la Generalitat con la colaboración del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia y el Instituto Francés. Quizá porque años atrás ya fue motivo de una retrospectiva completa, ahora se exhibe solamente la mitad de su obra, pero hay que añadir que ésta representa el 50% de su filmografía: 13 películas en 40 años no parece demasiado, pero la perspectiva cambia si se tiene en cuenta que todas admiten sólo el calificativo de obra maestra. Fue precisamente en una sala del Instituto Francés donde vi por primera vez una película de Bresson, Los ángeles del pecado, rodada en plena ocupación nazi después de pasar por un campo de concentración, ambientada en un convento, y que contiene una de las escenas que más impactaron a Buñuel, aquella donde una monja besa los pies de la monja muerta. Y fue en la Filmoteca de la Generalitat donde tuve ocasión de conocer su último trabajo, El dinero, película que rodó a los 77 años a partir de un relato de Tolstoi sobre un obrero injustamente acusado del robo de un billete falso, y que constituye -ya lo dijo Guarner- la suma de toda su obra. A pesar de los 40 años de distancia, tanto una como otra dibujan un paisaje reiterado y homogéneo, como si Bresson poseyera desde el principio un firme territorio imaginario donde poner paulatinamente personajes, tramas y alguna ambigüedad de trastornadora belleza alrededor del pecado, la gracia y la redención.
Robert Bresson acuñó la frase: 'El cine sonoro ha inventado el silencio'. La Filmoteca le dedica un ciclo
Bresson es siempre estilísticamente inconfundible, pero ninguno de sus glaciales giros retóricos, su mirada impasible, su extrema desnudez expresiva, corresponden a ningún malabarismo gratuito, sino que siempre sirven a un todo coherente, solucionan con originalidad un tramo argumental, o fomentan la presencia de un personaje en el drama. Ya sea en Pickpocket, una mezcla de documental místico alrededor de los carteristas parisinos, ya sea en El proceso de Juana de Arco, austera reconstrucción del proceso inquisitorial que llevó a la hoguera a la santa de Orléans -ambas presentes en el homenaje de la Filmoteca-, lo que interesa a Bresson no es tanto la sustancia teatral de lo que acontece como poner en práctica las teorías e intuiciones que apuntó en sus Notas sobre el cinematógrafo. Puede sorprender su desdén hacia los actores profesionales y su preferencia por los intérpretes aficionados, pero la raíz del cine de Bresson hay que buscarla en su estilo, un estilo visual fragmentado que, paradójicamente, avanza con fluidez y sin rupturas, que sabe crear un mundo de gestos, miradas y silencios, con la presencia obsesiva de superficies, luces y, sobre todo, objetos: se concede una importancia insospechable a un casco que cae, y una cuchara de madera se transforma en un elemento indispensable para que alguien huya de la cárcel.
El efecto hipnótico que produce su puesta en escena, sin embargo, no impide que cada secuencia rebose a raudales de una emoción contenida como pocas veces se ha dado en las pantallas. Puede constatarse en Mouchette, una de las películas seleccionadas: el suicidio de su joven y desgraciada protagonista es una de las escenas más tristes del cine de todos los tiempos. La lástima es que no se proyecte Un condenado a muerte se ha escapado, mi película preferida, para que todos los que lloran frente las adversidades domésticas pudieran contemplar cómo un personaje encuentra su salvación espiritual en los trabajos manuales.
También lo sabía Jacques Tati, pero lo escribió Robert Bresson: 'El cine sonoro ha inventado el silencio'. La importancia excepcional que tiene el silencio en sus películas, sólo roto por unos sonidos y ruidos combinados con un rigor sinfónico, se debe a la búsqueda que emprendió hacia el tiempo perdido del cine mudo, cuando el cine era un arte cargado de futuro, una búsqueda infructuosa donde Bresson es Lancelot y el Grial un cine imposible de encontrar: és lícito leer así Lancelot du Lac, su descenso a los infiernos medievales. De verdad, si no han tenido nunca la feliz ocasión de conocer una película de Bresson, yo les aconsejaría que no se perdieran lo que ofrece el homenaje de la Filmoteca. Que no se las pierdan, tampoco, aquellos que interpretaron el desastre de Nueva York como un episodio fílmico: el cine de Bresson, como todo el cine de verdad, enseña a ver las cosas con otros ojos.
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