La falta de política
El mercado ha terminado por imposibilitar la política. Es la tesis de dos libros que enfrentan su análisis de la sociedad a la teoría del Juicio de Hannah Arendt.
LA CIUDAD INTANGIBLE. ENSAYO SOBRE EL FIN DEL NEOLÍTICO
Santiago Alba Rico. Hiru Hondarribia (Guipuzcoa), 2001 286 páginas. 2.300 pesetas
En la defensa de su tesis doctoral, Louis Althusser disertó, en 1975, sobre la dificultad de ser marxista en filosofía. ¿Hasta dónde alcanza esta dificultad en 2001? Puede considerarse, ciertamente, que los hechos acaecidos desde su muerte hasta hoy no hacen sino darle la razón a Marx -es decir, confirman con creces su teoría acerca del proceso de conversión de todas las cosas en mercancías-, pero la paradoja consiste en que, precisamente debido al éxito de sus teorías, sus prácticas (el programa revolucionario del comunismo) han sido sistemática y sucesivamente derrotadas. Por tanto, así como se decía que el capitalismo se alimentaba de sus propios fallos -utilizando las 'crisis económicas' para ampliar los ciclos de su reproducción ilimitada-, así también el comunismo marxista es capaz de crecer como teoría en el terreno mismo de sus fracasos como práctica.
Lo prueban estos dos libros de Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria (autores que, desde sus comienzos, constituyen una suerte de dúo intelectual indisociable), cuya potencia teórica arraiga en el reconocimiento de la impotencia práctica: que las condiciones estructurales del capitalismo 'no se pueden suprimir, como parece que hay que aceptar después de los fracasos que han jalonado nuestro siglo' (Santiago Alba), o que la nuestra es la única sociedad de la cual ha desaparecido la política, ya que 'jamás el espacio público ha estado tan sometido a los dictados ciegos e ingobernables del curso natural' (Carlos Fernández). La imposibilidad de la política (y su sustitución por el Mercado, con mayúscula) provoca, pues, un escenario en el cual no quedan más que la razón teórica (la universidad es la única 'casa de la palabra', y los funcionarios vitalicios del Estado los únicos espíritus libres, según Fernández Liria, porque son los depositarios de la geometría), por un lado y, por el otro, el FMI y el Banco Mundial que, como dice Santiago Alba, solucionan problemas a la economía, pero causan enormes desgracias a los hombres (desgracias que justifican el repliegue 'indigenista' que forma parte de su tragedia).
Cualquier visión que intente
articular un terreno intermedio entre ambos que pretenda llamarse 'política' será experimentada, pues, como una refutación -sospechosa de liberalismo- de la hipótesis, y éste es el motivo de que estos dos libros se presenten como un 'ajuste de cuentas' con Hannah Arendt y su teoría del Juicio, que precisamente utiliza el modelo kantiano de la Crítica de la Facultad de Juzgar para establecer el lugar fundacional de la política -la polis ateniense- a mitad de camino entre la casa y la academia.
Esta discusión con Arendt ofrece a los dos autores la oportunidad de desplegar brillantemente sus conocimientos antropológicos, y es también ella quien les obliga a una revalorización del concepto clásico de arte (aquello que 'deja ser a las cosas', según Fernández Liria, lo que las 'devuelve al lugar del que proceden', según Santiago Alba) que no acaba de encajar bien en su inteligente crítica de la 'poesía' frente a la 'filosofía' o en su tesis de que el capitalismo ha eliminado definitivamente el lugar de lo maravilloso. La pugna con Hannad Arendt se revela, pues, como una pugna con Kant: la enésima constatación de que el imperativo categórico no es de este mundo; no podemos, según los autores, ni exigirles a los pobres que sean buenos (que ya tienen bastante con su miseria), ni alabar a los ricos cuando lo son (porque les resulta demasiado fácil). Mientras no haya política -vienen a concluir ambos tex-tos-, es decir, mientras dure el capitalismo, el Juicio debe quedar suspendido o, lo que es lo mismo, es demasiado cruel obligar a alguien a cumplir las reglas del juego y, al mismo tiempo, privarle de las condiciones materiales en las que podría hacerlo. Lo único malo de este 'imperativo pragmático' es que su fórmula -que se tolere el juego sucio si es por una buena causa- se parece demasiado a las justificaciones que suele utilizar el diablo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.