Merece un gran debate
Lo que el ministro de Defensa calificó ayer justamente como 'la crisis internacional más grave desde hace años' merece un gran debate parlamentario, una definición de posiciones en el Parlamento y una intensa labor explicativa del presidente del Gobierno. Lo que ofrecieron ayer en el Congreso los titulares de Defensa, Federico Trillo, y Exteriores, Josep Piqué, fue un sucedáneo. Se limitaron a repetir pronunciamientos ya conocidos del Consejo de Seguridad de la ONU y de la UE sin aportar ninguna información complementaria. Sus intervenciones socavaron incluso el consenso y enajenaron a los grupos que apoyan la intervención, como el socialista y el catalán.
España ha actuado como debía tras los atentados del 11 de septiembre: de forma solidaria con EE UU. Como los demás aliados de la OTAN, se ha sumado a la aplicación del artículo 5 de defensa mutua invocado por Washington y ha puesto fuerzas a disposición de esta operación. Que España se considere 'atacada' plantea una situación totalmente distinta a la de la guerra del Golfo, en 1990-1991, o a las diversas operaciones realizadas en los Balcanes. Y, por ello, que el Gobierno haya ofrecido fuerzas españolas antes de consultar al Parlamento va no sólo en contra del espíritu de la Constitución -aunque ya no haya declaraciones formales de guerra-, sino también contra los principios básicos del derecho en una democracia parlamentaria.
El empleo de fuerzas armadas españolas en una acción excepcional bélica -que no resulta equivalente a la participación en operaciones de mantenimiento de la paz, como en Bosnia, o de control, como en el Golfo- debe requerir siempre, por principio, la autorización parlamentaria, asegurada por amplísima mayoría en este caso, dado el consenso (si el Gobierno no se empeña en dinamitarlo) entre los grupos parlamentarios. Sólo IU y el Grupo Mixto están en contra.
Aznar, como ya hiciera cuando la guerra de Kosovo, ha perdido muchas oportunidades de hacer pedagogía política y trabar mayor consenso parlamentario. El domingo fue uno de los líderes europeos que más tarde comparecieron en televisión. Ha convocado un debate en el Congreso para el próximo día 18; es decir, 11 días después de que empezara la respuesta armada de EE UU contra Afganistán. Es verdad que otros también actúan de forma nebulosa. El buen ejemplo es el que ha dado Tony Blair, que el pasado lunes convocó una sesión extraordinaria de la Cámara de los Comunes, y en vez de hablar de las relaciones con los árabes, ayer mismo viajó a Omán y a otros países musulmanes en una gira para asegurar la coalición internacional contra el terrorismo. En contraste con su homólogo español, Blair no se ha cansado de hacer labor pedagógica con visión de futuro.
De poco sirve, como hace Aznar, repetir una y otra vez que el terrorismo no admite distinciones, pues sí las admite, no en su condena, sino en el análisis de cómo combatir los distintos terrorismos según sus diferencias. Probablemente lo ocurrido sirva para reforzar la cooperación europea e internacional contra ETA. Pero esta banda terrorista, incluso si mantiene contactos con otros grupos, no funciona de la misma manera que Al Qaeda, aunque sus efectos sean igual de execrables.
Aznar, que en enero asumirá una presidencia de la UE dominada por esta crisis, podía haber viajado ya a Washington, aunque no apareciera en la lista de los más estrechos aliados que citó Bush el domingo. Y podría explicar más y mejor qué es lo que está en juego en este conflicto para España y para todos, y qué tipo concreto de apoyo está brindando nuestro país a EE UU. Ha faltado liderazgo. Incluso cuando hacen lo que hay que hacer, Aznar y su Gobierno no saben explicarlo.
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