La revolución
Habíamos quedado en que la paz de Occidente se debía a que exportamos hambres, miserias, analfabetismo y mortalidad a otros países: y así sacamos de nuestro continente las revoluciones. Europa dejó de ser revolucionaria, y si había todavía movimientos eran en flecos del mapa, o en algún país donde la vieja revolución se deshacía, como Rusia y Chechenia; o los Balcanes, manejados por nosotros para repartirnos la zona eslava. Estamos en ello, y hemos ensayado nuestra mejor guerra en Serbia, y nuestro flamante tribunal contra los otros jefes.
No debe extrañarnos que si hemos exportado revoluciones, lleguen de allí, y se formen en una ideología especial. Lo mismo da Mahoma que Lenin, salvando los talentos: importa quien prometa la liberación. Nosotros tenemos también nuestros profetas, Jesús o Moisés, y ahora los revolucionarios se amparan en Alá y los contrarrevolucionarios en una alianza de Dios y Jehová, con la diferencia de que no necesitan creer en ellos, y ni siquiera se atreven a esgrimirlos en esta guerra, como hicieron con las anteriores; cuando empezó la exportación del dolor a otros continentes. Coincide, decía Toynbee y algún otro filósofo de la historia, con el desarrollo de nuestras armas.
La exportación de las revoluciones no ha sido incruenta. Incluso cuando aparecieron los primeros revolucionarios los eliminamos, como a Lumumba. Nosotros hacíamos nuestras revoluciones internas contra todos los malestares: la represión sexual, el paternalismo, la explotación del hombre por el hombre o la opresión de la mujer. En los últimos años se han desarrollado menos, como consecuencia de algunos acontecimientos mundiales. No puede extrañar que las zonas del mundo donde queda un átomo de capacidad y de creencias, y una cultura vieja, y libros, llegue a la revolución de los que no soportan más humillación: contra nosotros. Es el desafío de este siglo: cuando Estados Unidos habla del tiempo largo y la guerra sucia, y la compara a la guerra fría de 50 años, dice eso. Estos revolucionarios asiáticos musulmanes creen que las Torres de Nueva York son el Palacio de Invierno en 1917. Creo que no, y que sólo quedará como barbarie, y no como heroísmo. Lo que sí creo es que hay una revolución en marcha, a veces como emigración cada vez más veloz, a veces como actos aislados. Como las de siempre: pobres contra ricos. ¿Quién ganará?
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