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Tribuna:RELACIONES INTERNACIONALES
Tribuna
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La oportunidad perdida del FMI

El autor analiza los nombramientos del Fondo y critica que no sirvan para acercarse a los países en desarrollo.

Joseph E. Stiglitz

La salida de Stanley Fischer como primer subdirector ejecutivo del FMI ofreció una oportunidad ideal para reexaminar la ideología del Consenso de Washington del Fondo, consistente en privatización, liberalización (sobre todo comercial) y macroestabilización. Esa ideología fue la que imperó en la administración del señor Fischer. Sin embargo, al nombrar a Ann Krueger como su reemplazo, el FMI ha consagrado a una de las altas sacerdotisas de la ortodoxia, e indica más un obstinado apego al pasado que fracasó que una esperanzadora dirección para el futuro.

Ann Krueger es una respetada profesora de economía en Stanford, ex economista en jefe del Banco Mundial, y una persona de gran energía, integridad y compromiso con lo que ella cree que es bueno para los países en desarrollo. No obstante, su historial es también su mayor carga: las políticas del Consenso de Washington han demostrado ser un total fracaso para promover el crecimiento y la estabilidad en las economías en desarrollo y de transición. Su campo de conocimiento, la política comercial, difícilmente es uno en el que el Fondo se pueda apoyar para restablecer su golpeada credibilidad.

La elección de la doctora Krueger refleja en parte el proceso de nombramiento en sí mismo, un legado de la conformación de las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods durante la posguerra. Bajo esos compromisos e intercambios, a Estados Unidos siempre le correspondió nombrar al director del Banco Mundial, mientras que un europeo encabezaría siempre el FMI, con un estadounidense como segundo de a bordo. Así es todavía.

A pesar de la desaparición del colonialismo, los candidatos de los países en desarrollo (el objetivo de las actividades del Fondo) ni siquiera son tomados en cuenta. Antes del nombramiento de la doctora Krueger, nadie dijo: 'El FMI es verdaderamente internacional. Busquemos al mejor candidato, un experto en política macroeconómica y en economía monetaria, sobre todo relacionadas con el mundo en desarrollo, que pueda curar las heridas del pasado y recuperar la confianza de los pobres en una institución que parece ignorar sus preocupaciones'.

No, éste era un nombramiento de EE UU, que además no está sujeto a la aprobación del Congreso. Así, a pesar de la vergüenza relacionada con el reciente nombramiento del actual director ejecutivo del FMI, Horst Kohler, en el que la Administración de Clinton vetó duramente la primera elección europea para el cargo, nunca se consideró con seriedad a alguien que tuviera una profunda experiencia en los países en desarrollo y un nuevo enfoque para sus problemas. Las consideraciones de realpolitik prevalecieron: EE UU insistió en su supuesto derecho y el FMI accedió.

Sin importar la experiencia y prestigio como economista de la doctora Krueger, la política comercial es un tema estructural que cae dentro del mandato del Banco Mundial. ¿Acaso habrán de borrarse aún más las líneas divisorias entre el Banco Mundial y el FMI?

Economistas monetaristas de renombre como Stanley Fischer tuvieron dificultades con las complicaciones de las finanzas modernas. Para un experto en comercio, esas complicaciones pueden resultar aún más desconcertantes. Las altas tasas de interés que el FMI recomendó en aras de la estabilización condujeron a una bancarrota masiva y a la destrucción de capitales. En lugar de promover economías estables con crecimientos más rápidos y tasas de interés más bajas, las recetas simplistas del Fondo para la liberalización de los mercados financieros y de capitales frecuentemente provocaron lo contrario: sectores financieros colapsados, costos prohibitivamente altos para los préstamos, dislocación social extendida y desórdenes políticos.

¿Qué fue lo que no funcionó? Las políticas de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial que combinaban la liberalización comercial con políticas monetarias estrictas debían desviar los recursos de usos menos productivos a usos más productivos. En la práctica, sin embargo, cuando se echa a andar una política monetaria restrictiva sin dar la atención suficiente al desarrollo de instituciones financieras orientadas hacia el otorgamiento de créditos a las pequeñas y medianas empresas nacionales, es casi imposible crear nuevos empleos y empresas. En un país tras otro, los trabajadores pasaron de los trabajos de baja productividad al desempleo de cero productividad.

Diseñar políticas que funcionen para el mundo en desarrollo exige un conocimiento profundo de los mercados financieros y del desarrollo. Desgraciadamente, el historial de la doctora Krueger no es reconfortante. Cualesquiera que sean sus méritos como economista especializada en comercio, una liberalización comercial poco juiciosa sin las precondiciones adecuadas no es una solución.

A juzgar por su trabajo mientras fue economista en jefe del Banco Mundial, tampoco hay razón para esperar una participación más sustantiva de los países en desarrollo, y mucho menos un debate genuino sobre estrategias alternativas. Esto es mucho más trágico hoy en día porque los líderes, en la mayor parte del mundo en desarrollo, están en mejores condiciones que nunca para tomar decisiones informadas sobre políticas sensibles a los contextos de sus países.

El enfoque del FMI hacia el mundo en desarrollo está cortado de la misma tela neoliberal que el del Banco Mundial, con escasa consideración sobre si se ajustan realmente a la situación de los países a los que deben ayudar. El resultado inevitable ha sido la incapacidad del FMI para manejar crisis, la falta de comprensión de las necesidades de las economías en transición y los fracasos para promover el desarrollo. Aunque la doctora Krueger parece congeniar con los críticos de los rescates masivos que el FMI hizo durante la era de Fischer, saber a lo que uno se enfrenta no es suficiente. El FMI necesita un paradigma nuevo, no un recalentado de una ideología caduca y repugnante.

Un cambio de guardia en el FMI era necesario e inevitable. Ofrecía una oportunidad para que el Fondo demostrara que estaba listo para avanzar en una nueva dirección, que estaba preparado para interactuar con los países en desarrollo en formas novedosas, que los años del Consenso de Washington habrían de quedar en el pasado. Por supuesto, tratar de interpretar demasiado con base en un solo nombramiento está mal. No obstante, por decir lo menos, la llegada de la doctora Krueger al Fondo no es buen presagio, ni para el mundo en desarrollo ni para apuntalar la erosionada legitimidad del FMI.La salida de Stanley Fischer como primer subdirector ejecutivo del FMI ofreció una oportunidad ideal para reexaminar la ideología del Consenso de Washington del Fondo, consistente en privatización, liberalización (sobre todo comercial) y macroestabilización. Esa ideología fue la que imperó en la administración del señor Fischer. Sin embargo, al nombrar a Ann Krueger como su reemplazo, el FMI ha consagrado a una de las altas sacerdotisas de la ortodoxia, e indica más un obstinado apego al pasado que fracasó que una esperanzadora dirección para el futuro.

Ann Krueger es una respetada profesora de economía en Stanford, ex economista en jefe del Banco Mundial, y una persona de gran energía, integridad y compromiso con lo que ella cree que es bueno para los países en desarrollo. No obstante, su historial es también su mayor carga: las políticas del Consenso de Washington han demostrado ser un total fracaso para promover el crecimiento y la estabilidad en las economías en desarrollo y de transición. Su campo de conocimiento, la política comercial, difícilmente es uno en el que el Fondo se pueda apoyar para restablecer su golpeada credibilidad.

La elección de la doctora Krueger refleja en parte el proceso de nombramiento en sí mismo, un legado de la conformación de las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods durante la posguerra. Bajo esos compromisos e intercambios, a Estados Unidos siempre le correspondió nombrar al director del Banco Mundial, mientras que un europeo encabezaría siempre el FMI, con un estadounidense como segundo de a bordo. Así es todavía.

A pesar de la desaparición del colonialismo, los candidatos de los países en desarrollo (el objetivo de las actividades del Fondo) ni siquiera son tomados en cuenta. Antes del nombramiento de la doctora Krueger, nadie dijo: 'El FMI es verdaderamente internacional. Busquemos al mejor candidato, un experto en política macroeconómica y en economía monetaria, sobre todo relacionadas con el mundo en desarrollo, que pueda curar las heridas del pasado y recuperar la confianza de los pobres en una institución que parece ignorar sus preocupaciones'.

No, éste era un nombramiento de EE UU, que además no está sujeto a la aprobación del Congreso. Así, a pesar de la vergüenza relacionada con el reciente nombramiento del actual director ejecutivo del FMI, Horst Kohler, en el que la Administración de Clinton vetó duramente la primera elección europea para el cargo, nunca se consideró con seriedad a alguien que tuviera una profunda experiencia en los países en desarrollo y un nuevo enfoque para sus problemas. Las consideraciones de realpolitik prevalecieron: EE UU insistió en su supuesto derecho y el FMI accedió.

Sin importar la experiencia y prestigio como economista de la doctora Krueger, la política comercial es un tema estructural que cae dentro del mandato del Banco Mundial. ¿Acaso habrán de borrarse aún más las líneas divisorias entre el Banco Mundial y el FMI?

Economistas monetaristas de renombre como Stanley Fischer tuvieron dificultades con las complicaciones de las finanzas modernas. Para un experto en comercio, esas complicaciones pueden resultar aún más desconcertantes. Las altas tasas de interés que el FMI recomendó en aras de la estabilización condujeron a una bancarrota masiva y a la destrucción de capitales. En lugar de promover economías estables con crecimientos más rápidos y tasas de interés más bajas, las recetas simplistas del Fondo para la liberalización de los mercados financieros y de capitales frecuentemente provocaron lo contrario: sectores financieros colapsados, costos prohibitivamente altos para los préstamos, dislocación social extendida y desórdenes políticos.

¿Qué fue lo que no funcionó? Las políticas de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial que combinaban la liberalización comercial con políticas monetarias estrictas debían desviar los recursos de usos menos productivos a usos más productivos. En la práctica, sin embargo, cuando se echa a andar una política monetaria restrictiva sin dar la atención suficiente al desarrollo de instituciones financieras orientadas hacia el otorgamiento de créditos a las pequeñas y medianas empresas nacionales, es casi imposible crear nuevos empleos y empresas. En un país tras otro, los trabajadores pasaron de los trabajos de baja productividad al desempleo de cero productividad.

Diseñar políticas que funcionen para el mundo en desarrollo exige un conocimiento profundo de los mercados financieros y del desarrollo. Desgraciadamente, el historial de la doctora Krueger no es reconfortante. Cualesquiera que sean sus méritos como economista especializada en comercio, una liberalización comercial poco juiciosa sin las precondiciones adecuadas no es una solución.

A juzgar por su trabajo mientras fue economista en jefe del Banco Mundial, tampoco hay razón para esperar una participación más sustantiva de los países en desarrollo, y mucho menos un debate genuino sobre estrategias alternativas. Esto es mucho más trágico hoy en día porque los líderes, en la mayor parte del mundo en desarrollo, están en mejores condiciones que nunca para tomar decisiones informadas sobre políticas sensibles a los contextos de sus países.

El enfoque del FMI hacia el mundo en desarrollo está cortado de la misma tela neoliberal que el del Banco Mundial, con escasa consideración sobre si se ajustan realmente a la situación de los países a los que deben ayudar. El resultado inevitable ha sido la incapacidad del FMI para manejar crisis, la falta de comprensión de las necesidades de las economías en transición y los fracasos para promover el desarrollo. Aunque la doctora Krueger parece congeniar con los críticos de los rescates masivos que el FMI hizo durante la era de Fischer, saber a lo que uno se enfrenta no es suficiente. El FMI necesita un paradigma nuevo, no un recalentado de una ideología caduca y repugnante.

Un cambio de guardia en el FMI era necesario e inevitable. Ofrecía una oportunidad para que el Fondo demostrara que estaba listo para avanzar en una nueva dirección, que estaba preparado para interactuar con los países en desarrollo en formas novedosas, que los años del Consenso de Washington habrían de quedar en el pasado. Por supuesto, tratar de interpretar demasiado con base en un solo nombramiento está mal. No obstante, por decir lo menos, la llegada de la doctora Krueger al Fondo no es buen presagio, ni para el mundo en desarrollo ni para apuntalar la erosionada legitimidad del FMI.

Joseph Stiglitz es profesor de economía en la Universidad de Columbia, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente de EE UU William J. Clinton y economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial.

© Project Syndicate, septiembre de 2001.

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