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Reportaje:Aulas

Se acabaron los laberintos

La Biblioteca de Ciencias de la Educación de Córdoba enseña a sus usuarios cómo orientarse entre libros

Una biblioteca puede ser un regalo de los dioses o una fuente de sufrimiento. Si el estudiante sabe adentrarse en ella y buscar lo que necesita, está salvado. Montañas de datos perfectamente ordenados y sistematizados se disponen ante sus ojos, y sólo hace falta que levante la mano y se sirva a su gusto. Pero, ¿qué pasa cuando uno no conoce las reglas del juego, cuando se pierde entre los estantes como un explorador incompetente incapaz de encontrar nada? Pues que un lugar que alberga una documentación valiosísima se convierte en un laberinto inútil y oscuro.

Precisamente para evitar este triste desperdicio, el equipo de seis personas que lleva la Biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba, con Daniel Rodríguez Cibrián al frente, ha puesto en marcha un programa permanente de formación de los usuarios. La idea, explica Cibrián, es 'conseguir que los estudiantes y los investigadores sean autosuficientes y conozcan bien las herramientas, los métodos y los sistemas para llegar a la información'.

¿Cómo se alcanza ese objetivo? Primero, dando cursos prácticos a los alumnos. Ya han comenzado dos de ellos; uno, para aprender a consultar el catálogo informatizado, y enterarse, sólo con teclear en una de las terminales de ordenador que se distribuyen por las salas, de qué libros están disponibles y dónde se hallan. Este taller seguirá impartiéndose todos los martes lectivos del curso, entre las 14.30 y las 15.00, en grupos máximos de diez personas, y para apuntarse no hay más que acudir al mostrador de información de la biblioteca.

El otro curso trata sobre la organización y ordenación de los libros y la Clasificación Decimal Universal, ese conjunto de códigos de números y letras, aparentemente misteriosos, que llevan los libros en el lomo, inscritos sobre una etiqueta que recibe el poético nombre de tejuelo. Se dará todos los jueves lectivos. Las horas y las condiciones son las mismas que en el caso anterior. 'Y preparamos más talleres para el segundo trimestre', advierte Cibrián.

El equipo también ha editado, casi artesanalmente, una Guía del Usuario, la primera que se hace en la Universidad de Córdoba. En sus 24 páginas se explica todo lo necesario para dar con el título buscado, se incluye un mapa (aquí Geografía, allá Expresión Artística) y, entre otras cosas, se especifican las condiciones de préstamo y las normas de funcionamiento general, algo muy necesario.

'Como no hay bibliotecas escolares, justifica Cibrián, 'los estudiantes llegan a la Universidad sin cultura del libro, sin saber cómo moverse aquí dentro. Lo más probable es que la biblioteca les haga falta a lo largo de toda su carrera. Y no sólo tendrán que desenvolverse en ella con facilidad: más adelante, cuando sean profesores, habrán de educar a sus alumnos en el mismo sentido. Por eso es tan importante que estén bien formados'. El balance parece bueno. 'El programa funciona', señala Cibrián, 'los alumnos aprenden, y se lo cuentan unos a otros'. María Luisa Abeytua, que está en segundo de Educación Musical, se muestra de acuerdo. 'Es una idea estupenda. Yo entré, pregunté, me ofrecieron la guía y me aclararon todo lo necesario. Me orientaron muy bien y a los de primero, que están recién llegados, les ayuda mucho', concluye agradecida,.

A pocos metros, el personal de la biblioteca pone la guía en marcha a viva voz. Paqui Morales se encuentra en un terminal de consulta enseñando a una muchacha cómo dar con el libro que le recomendó su profesor. 'Mira, aquí, ¿ves?, fonética lingüística'. La muchacha asiente y se dirige hacia el lugar correcto; la próxima vez lo hará ella sola. Es la victoria de la formación.

Daniel Rodríguez Cibrián, en la biblioteca de Ciencias de la Educación de Córdoba.
Daniel Rodríguez Cibrián, en la biblioteca de Ciencias de la Educación de Córdoba.F. J. VARGAS

El arte de pensar

Esta biblioteca, amplia, luminosa y atravesada por un patio acristalado, fue concebida a medias por Daniel Cibrián y el arquitecto Gerardo Olivares. ¿En qué se basaron? Cibrián se acerca a su ordenador y muestra la imagen que protege la pantalla. Es una pintura de Antonello da Messina, San Jerónimo en su estudio. 'Todo está montado sobre este cuadro', cuenta, con aire de secreto. 'El santo está sentado en su escritorio, con sus libros y sus cosas, pero se puede observar que alrededor hay otros espacios estructurados de otra manera, dentro de un conjunto más amplio. Bien, pues esta biblioteca está compuesta por muchas pequeñas bibliotecas, de modo que cada usuario pueda cubrir sus necesidades en su zona concreta, aunque si sale de ella para interesarse por algo fuera de su área, no hay problema, todo está a su alcance'. 'Mucha transparencia', añade Cibrián, señalando a unas alumnas que estudian en el extremo más lejano de la sala más retirada y que parecen estar a dos pasos. 'Aquí no hay paredes ni despachos. Todo está a la vista, los usuarios, el personal, el material bibliográfico: se ven fácilmente, y eso no impide que haya un sitio perfectamente delimitado para cada uno. Cada cual está en su propio mundo'. Esta biblioteca alberga un total de 80.000 volúmenes, y todos ellos están en régimen de libre acceso, excepto los antiguos, que suman 4.500. Además, hay 2.000 títulos de revistas, y no faltan materiales especiales como mapas, vídeos, discos, diapositivas, disquetes, CD ROM... El recinto, silencioso pero no muerto, no está nunca vacío. Porque no sólo da cobijo a los 1.500 alumnos de esta facultad, sino a muchos otros que vienen de fuera, atraídos, entre otras cosas, por los horarios, que se extienden hasta los fines de semana. Los sábados y los domingos se puede venir entre las 9.00 y las 21.00.

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