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Crítica:TELE 5 | 'MOROS Y CRISTIANOS'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La caverna

El Moros y cristianos 2001 sabe igual que los anteriores. Se mantienen la escenografía de teatro y público a granel y el nivel habitual de crispación. Cambia, eso sí, el jefe de pista. De la rapidez interventora de Javier Sardá a la serena autoridad de Jordi González se pasa al estilo informal de Antxón Urrosolo, que intentó aplicar su creencia de que el humor es lo contrario del sadismo.

Fracasó: en la primera edición de este más-de-lo-mismo hubo poco humor y mucho sadismo. El excesivo formato sabe a flagelo, sobre todo si consiste en dar vueltas sobre la mugrienta cuestión de si el dinero corrompe a cualquiera. El dinero no sé, pero un alud de sensacionalismo a esas horas de la noche del sábado sí puede corromper las almas más cándidas.

Al empezar, Urrosolo dijo que iba a ofrecer entretenimiento, polémica, información y participación. Cumplió sus cuatro promesas, aunque lo discutible es cómo lo hizo: con testimonios como los de El Dioni, ladrón a mucha honra; del padre Santos, chusquero antes que fraile; de Manolo, el taxista estridente; de Gil y Gil, y de los ponentes, entre los cuales destacaron, por su desfachatez, la concursante Marta de Gran Hermano; por soso, el cura Guijarro, a años luz del padre Apeles, y por sensato, Pepe Sancho, nuestro Armand Assante.

Vociferando mucho y argumentando poco se fue denunciando lo corrompida que está, oh, la sociedad española. No desmentiré semejante diagnóstico: el latido moral que destila Moros y cristianos viene a confirmar esta hipótesis. Labia, gritos e insultos fueron formando un totus revolutum que, por su propia desproporción, tiende al follón y a la histeria.

Si fuera posible prescindir de los aspectos éticos, podría decirse que el programa da lo que promete y resuelve con eficacia su compleja estructura. Otra cosa es que los invitados estén desafortunados o pasivos, que se invite a más gente de la que cabe o que el tema juegue con la más burda demagogia. Hubo un tiempo en el que, en nombre de la libertad de expresión, la novedad de estos debates consistía en llevar a televisión las discusiones de patio de vecinos o de tertulia de bar.

Ahora que en los patios y bares todo quisque habla como si estuviera en la tele, quizá ya no tengan el mismo sentido y convenga subir un poco el nivel de la expresión de la libertad.

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