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Columna
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Eva Sannum

Magnífica cosa ésta de las novias plebeyas, que nos ha acercado a la monarquía como si ésta fuese algo terrestre y mágico a la vez, como si fuese mortal y divino, maravilloso romance que algunos identifican como el principio del fin de las monarquías europeas, maravilloso asunto, en fin, éste que nos permite hablar de la monarquía española como si fuese un cotilleo más del corazón, una banalidad más de la prensa rosa. Está claro que las monarquías son una cuestión que está en el pecho, en lo más hondo, allí donde viven los cuentos de los hermanos Grimm y de Andersen, una maravillosa colección de sueños reales que sirven para que los niños duerman, y así dormimos todos, escuchando las increíbles historias que hablan de amor real. La aristocracia de los cuentos forma ya parte de la caterva de personajes cortesanos que deambula en la corte de los milagros, evolucionando en las pantallas de nuestro televisor. Como bien dijo un amigo: 'No les mires así. Son reales'. Y es verdad, son personajes reales, con sus emociones y sus sentimientos, a pesar de que parezcan tan remotos, a pesar de que a veces no sepamos para qué sirven, pero están ahí, y quieren adornar nuestras vidas con sus majestuosos amores.

Así, Eva Sannum, la plebeya noruega que por lo visto enamoró al Príncipe, es un personaje de cuento, musa que inspira a monárquicos y republicanos, bello icono nórdico que se ha convertido en la polémica aspirante a reina, a pesar de los pesares de la tradición monárquica española. Ahora las publicaciones rosas acaban de divulgar que a Eva el príncipe le regaló una calabaza que se convirtió en un Seat. Verdadero o falso, la continuidad de Eva Sannum en la escena rosa es reveladora, y nos hace pensar que ya se puede hablar con entera libertad de la monarquía, o mejor dicho, de nuestros monarcas, y decir que el rey está desnudo, como en el famoso cuento. No obstante, la polémica no es tal, sino la hipotética aptitud de Eva para ser reina, no precisamente de hadas, aunque podría. En esto la población plebeya es inmisericorde con los de su propia condición. Muchos plebeyos no quieren doblar la espalda ante una plebeya, ésta es la dura realidad. Además, ha quedado claro que los súbditos ya no creen en los cuentos de hadas, en pleno siglo XXI. Así que el zapato de cristal de Eva Sannum aún está exhibido en una urna. A la vista de todos y a la espera de su destino.

Los cuentos de hadas mueren ahí, dentro de esa urna. ¿Cómo explicarle esto a nuestra hija cuando nos pregunte? Nos dirá: 'Papá, ¿soy una princesa?' Y nosotros le contestaremos: 'No, hija, tú eres una plebeya'. Menuda desilusión se va a llevar mientras sujeta a la Barbie vestida de noche entre las manos. ¿Y cómo contarle al atardecer el cuento de la Cenicienta? Seguramente, se parecerá a esto: 'Entonces la niña se probó el zapatito de cristal, y le quedaba estupendamente, pero los consejeros reales no permitieron al príncipe que se casase con ella, porque era una plebeya. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado'. Lógicamente, la niña agarrará una rabieta de escándalo, y con razón. Los niños son los que más saben de monarquías, porque las llevan en su corazón infantil. ¿Cómo explicarles a ellos que uno no puede ser príncipe o princesa porque sí? ¿Acaso la magia no sirve para eso? ¿Y el amor, qué pasa con el amor? ¡O sea, que todos los malditos cuentos de Walt Disney eran un fraude!

Las monarquías ya no son lo que eran, lo mismo que la nostalgia. Muchos dicen que después de Lady Di, ya nada fue igual. Por lo visto, la princesa marcó un antes y un después. Ahora, con la ascensión a la majestad de Mette-Marit y el advenimiento de Eva Sannum, muchos se llevan las manos a la cabeza. Profetas iluminados, generalmente monárquicos, proclaman tristemente que es el fin de las monarquías, y no soportan oír hablar de cuentos de hadas. No obstante, en este comienzo de siglo todo se vulgariza. Los reyes parecen no ser tan reyes como antes. Y son cosas del progreso. Ni siquiera los cuentos de hadas son de hadas. Lo que se lleva ahora es el Dragon Ball y el Pokemon. Las princesas salen de galaxias lejanas, y los príncipes son de Beukelaer. Todo ha cambiado, que diría el fantasma de Juana la Loca, recorriendo los claustros de la cárcel, una y otra vez, mientras grita que está enamorada.

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