La enseñanza a cielo descubierto
Los educadores de calle atienden cada año a más de 6.500 menores vascos con problemas para socializarse
Se denominan educadores de calle y trabajan con niños y adolescentes de entre 11 y 17 años. ¿Con qué propósito? 'Son chavales que se están construyendo como personas. Intentamos ayudarles a madurar de una manera más o menos adecuada', señala Carlos Argilea, quien trabaja en Andoain. 'Apoyamos la socialización de los menores durante los años más críticos de su vida. Tratamos sus dificultades o vacíos sociales y personales. Les preparamos para relacionarse con los amigos, la familia o el trabajo', añade su compañera, Pilar Azpeitia.
Los educadores sociales huyen de expresiones y formas de trabajo que puedan 'etiquetar' a los adolescentes. A la hora de intervenir, hacen un mayor esfuerzo con aquellos menores 'en una situación difícil o cuyo entorno presenta algún tipo de dificultad'. Siempre de una manera 'normalizada', por lo que trabajan con 'cuadrillas naturales formadas por chavales con más o menos necesidades', dice Azpeitia.
'Intentamos ayudarles a madurar de forma más o menos adecuada', aseguran
Los inicios son los momentos más duros para los educadores de calle. Empiezan dejándose ver por los lugares que frecuentan los chavales. Poco a poco se relacionan con ellos, se convierten en una persona de referencia y se hacen una idea del grupo.
Organizan actividades para tomar contacto y construir espacios donde abordar diferentes temas y conflictos, desde las relaciones familiares hasta el sexo. Partidos de fútbol, salidas al monte,... 'Es importante que vayan aprendiendo a gestionar su tiempo', indican Jesús Otaño y Luz Clemente, coordinadores del programa en San Sebastián.
Los educadores de calle, además, están en contacto con los recursos del municipio: los centros culturales y de ocio, las escuelas y los servicios sanitarios y sociales. Azpeitia apunta que procuran convertirse en 'un puente para que los menores utilicen estos servicios'.
Pasaia y Andoain fueron los primeros municipios de Guipúzcoa que, en 1994, pusieron en marcha la figura del educador de calle. Después se sumaron Zumárraga, Tolosa, Irún, Billabona, Azpeitia, Zarautz, Zumaia, Eibar, Beasain y Hernani. San Sebastián se ha incorporado este curso, tras una primera experiencia sin continuidad. El programa en esta provincia está coordinado por el Consorcio de Educación Compensatoria, con la participación de la consejería de Educación y los departamentos forales de Juventud y Servicios Sociales, aunque en 2002 será gestionado por los ayuntamientos. Durante el curso 2000-2001, los educadores de calle de Guipúzcoa desarrollaron proyectos individuales con 180 chavales, proyectos grupales con 652 y contactos más superficiales con otros 3.300.
La figura del educador de calle en Álava se limita a Vitoria, donde trabajan 14 personas repartidas en siete zonas de la ciudad. Los antecedentes del programa se remontan a 1986, cuando diversas asociaciones, con el apoyo del Ayuntamiento, preparaban actividades con jóvenes desocupados. Dos años después, este trabajo se integró en un programa municipal de 'carácter preventivo' que se enmarca dentro de los servicios sociales de base, ubicados en centros cívicos. A lo largo del curso pasado atendidieron a 561 adolescentes, con una media de edad de 15 años.
En Vizcaya existe una red de 120 educadores de calle y más de 250 voluntarios que atienden cada año a unos 2.000 menores. El programa depende del Departamento de Acción Social de la Diputación, echó a andar a mediados de los 90 y funciona en casi todos los municipios con un número elevado de población.
Satisfacciones y frustraciones
Los menores con los que entran en contacto los educadores de calle no tienen 'ninguna obligación' de estar con éstos. 'Los educadores se acercan a los chavales y respetan el que quieran o no estar con ellos', remarcan los coordinadores del programa en San Sebastián, Luz Clemente y Jesús Otaño. Pero no siempre es fácil aceptarlo sin sentir cierta 'frustración', reconoce Pilar Azpeitia desde Andoain. 'Piensas que les podrías valer, pero por mucho que tú creas que te necesitan, si ellos no lo ven o no lo sienten así, no hay nada que hacer', insiste. En cualquier caso, y a pesar de que hay casos en los que no logran solventar situaciones de dificultad, tanto los educadores de Andoain como los coordinadores de San Sebastián hacen un balance general positivo del programa, no sin antes advertir de que 'este tipo de trabajo no se puede medir a corto plazo; los resultados los puedes ver a largo plazo'. 'Hay historias muy bonitas y satisfactorias', remarca Carlos Argilea, tras señalar que se suele trabajar con los chavales durante cerca de tres años.
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