Virenque es único
El ciclista francés gana en solitario la clásica llana París-Tours después de una escapada de 242 kilómetros
Hace menos de un año, Richard Virenque era un hombre acabado.
Acababa de terminar el juicio del caso Festina, allí donde el juez había logrado arrancar la confesión que el ciclista francés, orgulloso y testarudo, se había negado a pronunciar durante años. 'Sí, me he dopado', dijo Virenque. Todos aplaudieron. Todos se sintieron aliviados. La UCI, el Tour, organizadores varios y demás puritanos. Virenque había confesado. Ya se podía dar carpetazo al caso Festina, ya había un cabeza de turco perfecto para cargar con todo el peso de los años negros del ciclismo. Y, encima, Virenque estaba acabado. Pocas semanas después, una sanción de varios meses era la losa definitiva sobre su tumba.
Pero la tenacidad y el orgullo legendarios de Virenque no eran sólo una pose.
Hace medio año, el Virenque que había estado a punto de firmar su derrota y retirarse definitivamente acababa con los nudillos destrozados de llamar infructuosamente a las puertas de todos los equipos del mundo. Sólo cerca del final de su sanción, ya en verano, el Domo, belga, le abrió la suya. Sólo en agosto volvió Virenque a ser ciclista profesional. La tenacidad y el orgullo habían sido sustituidos por la rabia, el deseo de venganza, la soberbia.
Sólo conocido todo esto pueden entenderse los extraordinarios hechos que ocurrieron ayer en Francia, en Tours; la hazaña formidable protagonizada por Virenque en una de las grandes clásicas del ciclismo mundial. En la París-Tours, nada menos, que celebraba su 95ª edición. En una carrera llana, sin puertos, sin Tourmalet, Aubisque o Galibier, el terreno, las montañas, donde el joven Virenque, el Richard corazón de león, había conquistado a la afición francesa.
Ayer, a las seis de la tarde, en la capital del Loira, al final de la interminable avenida de Grammont, 2.600 metros rectos, la catedral de los sprinters, no fue el joven y salvaje Virenque el que levantó el dedo índice; se volvió mirando casi con desprecio al pelotón, que había sido incapaz de alcanzarle durante 242 kilómetros; volvió a mirar al frente y empezó a vocear su rabia, su rabia, su rabia. Los ojos, de agua. No, no fue el joven y feliz Virenque a quien todo estaba permitido. Fue un Virenque viejo y desencantado; un ciclista de casi 32 años y una larga vida detrás; un Virenque triste; un Virenque feroz que, para pasmo de todos, fue capaz de sobrevivir a uno de los castigos más duros que ningún deportista ha sufrido.
Virenque, ciclista antiguo, la gorra hacia atrás, levantó el índice derecho, gritó hasta enronquecer y cruzó la meta ganador. Dos segundos después llegó el pelotón, Óscar Freire, segundo, por fin por delante de Erik Zabel, tercero, buenas noticias para el cántabro en vísperas del Mundial, buenas noticias, pero secundarias. La historia de ayer, la extraordinaria historia, era la de Virenque.
En el kilómetro 12, y la carrera tenía 254, Virenque se fugó en compañía de Jacky Durand, otro francés veterano, otro ciclista de otra época. Los dos se lanzan contra el viento de cara, contra toda lógica, contra toda esperanza. Alcanzan 18 minutos de ventaja y todavía quedan 200 kilómetros de carrera. Aún imposible. Cuando los grandes equipos, el Telekom, el Rabobank, el Tacconi, empiezan a trabajar, a acelerar el pelotón, la ventaja se viene abajo enseguida. Cuatro minutos a 40 kilómetros, tres a 30, 30 segundos a ocho kilómetros. Fuga condenada.
No. A ocho kilómetros empiezan a sucederse hechos inexplicables. Comienza el repecho de Epan y Durand se desfonda. No es el único. Grandes nombres también revientan detrás: Bartoli, Dekker, Tafi... Grandes equipos se quedan sin hombres. El pelotón, atónito, avanza sin saber adónde.
Por delante, Virenque. Solo. Sin mirar atrás. El viento que hace que la media no llegue a los 37 kilómetros por hora, convierte cada repecho en un Tourmalet, un Aubisque, un Galibier. Allí, Virenque florece, es el Virenque de toda la vida. Allí, el pelotón se desespera. Diecisiete segundos a tres kilómetros. Dos segundos en la meta.
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