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Nueva 'e-conomía', nueva cultura

Internet se constituye como el principal factor de transformación en la vida de las empresas

En la convergencia de la creciente integración económica y financiera internacional y la aceleración del progreso técnico, sintetizada en la amplia movilización de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones, se fundamenta esa intensificación de la metamorfosis del sistema económico que ha acompañado la transición al nuevo siglo.

Es en el último lustro del siglo XX cuando tiene lugar el encuentro de ambas dinámicas; la creciente interdependencia de economías y mercados, derivada del proceso de globalización, refuerza su arraigo mediante esa ampliación de la capacidad para utilizar y diseminar la información que posibilitan las nuevas tecnologías, en particular la explosión de Internet. La conexión global, la unificación del espacio económico, empieza ser una realidad; la geografía deja de ser el principal determinante de una diferenciación económica a la que, desde finales de los ochenta, se había impuesto una creciente homogeneidad institucional, en la organización de los sistemas y en la orientación de las políticas económicas, en torno al mercado como principal mecanismo de asignación de recursos. La economía mundial se nos presenta como una amplia retícula por la que discurren no sólo intercambios mercantiles, sino también información, técnicas y usos empresariales, conocimiento, en definitiva.

La economía en la Red. Nueva economía, nuevas finanzas

Emilio Ontiveros taurusesdigital ISBN 84-306-0438-3

Internet es el exponente más emblemático de esta nueva etapa, el catalizador de esa discontinuidad en las formas de organización y decisión de los agentes económicos cuya trascendencia apenas se ha puesto de manifiesto. Con independencia de otros ámbitos en los que su impacto es igualmente importante, es en la actividad empresarial y en la interlocución de las empresas con sus mercados donde la extensión de la digitalización de la información y de la conectividad determinará las principales transformaciones.

Sin menoscabo del legítimo y sano escepticismo que la pretenciosidad y ambigüedad que pueda generar la denominación nueva economía, su irrupción en el lenguaje ha sido amplia. Bancos centrales, agencias multilaterales y servicios estadísticos de todo tipo la asumen como expresiva de las transformaciones experimentadas en el sistema económico, que contrasten significativamente con el vigente durante las últimas décadas. Denominaciones adicionales o en algunos casos alternativas como las de economía del conocimiento, E-economía, economía digital, entre otras, pueden resultar demasiado estrechas para abrigar un proceso de transformación todavía inconcluso, y en el que inciden innovaciones adicionales a las hoy más visibles en las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones.

Hubo antes otras nuevas economías. Esa estrecha relación entre progreso técnico y el comportamiento de los agentes económicos que sintetiza los rasgos esenciales de la nueva economía no son precisamente nuevos. En otras fases históricas, de forma particular en los dos últimos siglos, se asistió a periodos de intensificación de la innovación (desde la extensión de las aplicaciones de la electricidad a las distintas formas de transporte, sin olvidar las más próximas a las actuales en las comunicaciones por radio y televisión) que justificarían una caracterización similar. En realidad, ha sido el siglo XX el que ha presenciado el mayor desarrollo científico y técnico y, desde luego, en el que ha sido más rápida su incorporación a la actividad económica.

Cambios en marcha

No son los principios ni las leyes económicas básicas las que han cambiado; no son nuevos paradigmas los que emergen de las posibilidades que ahora ofrecen las tecnologías de la información, sino nuevas formas de hacer, en general, las mismas cosas, pero consiguiendo una mayor eficiencia. Su impacto es susceptible, efectivamente, de alterar la propia dinámica económica y las formas de vida.

La dinámica con que abordamos el nuevo siglo tampoco es simplemente la suma de la vieja economía más Internet. Incorpora transformaciones empresariales de gran significación que acentúan esa sensación de transición, de incertidumbre con que se contempla su alcance, al tiempo que se abandona esa dosificación de cautelas en la utilización de los parangones con los que pueda contrastarse. La evocación de la segunda revolución industrial de mediados del siglo XIX ya no es exclusiva de quienes buscan atraer la atención sobre el potencial de las tecnologías hoy dominantes; historiadores de la economía y otros académicos admiten que estamos inmersos en una discontinuidad similar a la que supuso aquella afloración de innovaciones, o a las transformaciones estructurales originadas por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Nuevas realidades y nuevas demandas, que trascienden a nuestra condición de agentes económicos. Nuevos riesgos y nuevas oportunidades. Nuevas formas en las que las personas y las organizaciones viven e interactúan, asignan su tiempo y el resto de los recursos. Transformaciones todas ellas que reclaman no tanto nuevos principios teóricos como perspectivas analíticas adicionales y respuestas políticas más versátiles. Cambios generadores de esperanzas, pero también de temores y ansiedad, en tanto que esa capacidad de adaptación, de resolución de conflictos, es y seguirá siendo desigual en su alcance y en su ritmo.

Denominadores en gran medida comunes con la transición al siglo XX, iniciada también con esa 'paradójica combinación de esperanza y miedo' que destacan M. Howard y R. Louis. La primera derivada de la percepción de que se entraba en una 'nueva edad dorada' en la que los avances científicos y técnicos (la electricidad, el motor de combustión interna, la aeronáutica o los avances médicos) cuyas consecuencias serían favorables a las condiciones de vida y a la prosperidad económica. El miedo era menos concreto, como lo es hoy, y surgía del impacto de esas transformaciones sobre las estructuras sociales y los valores dominantes, así como de la intensificación de la competencia que se presumía: el temor, en definitiva, a que la aceleración de los cambios pudiera destruir las certidumbres. La diferencia entre ambos momentos es que hoy las esperanzas y temores son globales, no se limitan como hace 100 años a las sociedades industriales de occidente.

A pesar del desastre bursátil que sufrieron a partir de marzo de 2000 las empresas más directamente protagonistas de esa revolución tecnológica (desde las recién llegadas a las tradicionales operadoras de telecomunicaciones) y de la manifiesta desaceleración con que el crecimiento de la economía y de la productividad de EE UU abordaban el inicio del nuevo siglo, la era de Internet no ha hecho sino empezar. De la severa selección que el mercado está haciendo, de la no menos importante revisión de los principios de valoración de las compañías más directamente implicadas en el asentamiento de esta nueva era, no puede deducirse el agotamiento de la dinámica de cambio abierta con la extensión de la red. La asimilación de ese espectacular incremento en la inversión durante los años noventa está siendo paralela a la gradual transición a la red de procesos y decisiones en las empresas más genuinamente representativas de la economía tradicional.

Esa difusión entre empresas de distintos sectores es paralela a la que cabe observar entre países. A diferencia de otras fases de discontinuidad tecnológica, la actual no sólo está posibilitando una más rápida generación de aplicaciones empresariales, sino una mayor permeabilidad geográfica derivada de menores costes de asimilación, lo que en modo alguno permite garantizar la reducción de esa brecha, hoy suficientemente explícita, en la inserción digital de todos los países. La obtención de ventajas económicas equivalentes a las observadas en EE UU exige algo más que la mera trasposición de dotaciones tecnológicas similares.

Emilio Ontiveros es catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue vicerrector durante cuatro años, y autor de varios libros y numerosos artículos sobre economía y finanzas. Fundador y consejero delegado de Analistas Financieros Internacionales, grupo de consultores que engloba a la Escuela de Finanzas Aplicadas, Tecnología Información y Finanzas, SA, AFInet Global y Consultores de las Administraciones Públicas, SA, dirige la revista Economistas, del Colegio de Madrid, y forma parte del comité editorial de diversos consejos de redacción de publicaciones especializadas. Negocios adelanta en esta página un resumen de su última obra, La economía en la Red. Nueva economía, nuevas finanzas.

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