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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los poderes en la Red

Tomàs Delclós

Que un libro escrito por un profesor de Derecho se llame El código da la sensación de que la imaginación académica escasea. Pero éste no es el caso de Lawrence Lessig, porque el autor propone un deslizamiento del concepto hacia lo digital. A la hora de regular las conductas de los ciudadanos, Lessig enfrenta el código jurídico con el código informático y obtiene una conclusión contundente: regular a través del código informático es más fácil que regular la conducta de quienes lo usan a través de la ley. El autor pone varios ejemplos de ello. Por ejemplo, lo sucedido con las cintas DAT. Antes, copiar un CD en una cinta analógica suponía tal merma en la calidad que era preferible desistir de ello. Con la aparición de las cintas digitales (DAT) se superó este obstáculo. El Congreso norteamericano, para evitar la piratería fácil, podía haber dictado una ley que aumentara el castigo para quien traficara con copias ilegales. Podía haber gravado las cintas vírgenes con un impuesto. Pero, al final, optó por obligar a los fabricantes a incluir un chip en las cintas que deterioraba la calidad de las copias. En lugar de penalizar la conducta por ley, intentó obstaculizarla a través de la técnica. Este rodeo es fácil y rentable cuando los fabricantes son pocos y el código de su programa es cerrado. Sin embargo, cuando los autores de una determinada solución informática son muchos y el código está abierto a los desarrolladores que quieran colaborar (el movimiento del software libre que rechaza las patentes), entonces resulta muy difícil que un Estado pueda imponer la arquitectura del programa. '¿Cómo puede el Estado regular a los autores de código que se sientan contrarios a tal regulación?', se pregunta. De ahí la importancia que da Lessig a la creación del software libre para preservar, precisamente, la libertad en la red. Lessig, con todo, distribuye en su texto contundencia y matices. Y en este caso, 'mientras se resuelve el dilema de qué es mejor', el código abierto o el cerrado, 'al menos deberíamos empujar al código cerrado en una dirección que pudiese facilitar una mayor transparencia'.

EL CÓDIGO Y OTRAS LEYES DEL CIBERESPACIO

Lawrence Lessig Traducción de Alberto Alberola Taurus. Madrid, 2001 540 páginas. 3.100 pesetas

El autor, que se manifiesta contrario a una farisea poética libertaria de la red, no pretende desactivar la intervención del Estado en Internet, pero prefiere que esta intervención sea transparente, pública, a que permanezca enmascarada a través de la manipulación de códigos informáticos opacos. En este aspecto es preferible la ley que impone claras restricciones a una conducta (prohíbe, por ejemplo, traficar con droga) y es motivo de debate público que una arquitectura embebida en un programa informático que impide una acción sin que el ciudadano sea consciente de la prohibición.

Uno de los procesos que más preocupan a Lessig es la creciente necesidad que tiene el usuario de identificarse digitalmente en la red para obtener servicios. No está obligado, pero si quiere obtener algo ha de acatar las condiciones de quien se lo ofrece. Desde el momento en que un navegante está identificado personal y geográficamente, se puede limitar su circulación por la red. Por ejemplo, el Estado de Nueva York puede prohibir que los servidores de su zona den acceso, desde Nueva York, a un ciudadano de Minnesota (un Estado que prohíbe las apuestas de azar) que quiera jugar en un casino en línea. Y esta política, basada en la reciprocidad (yo te controlo a los tuyos, tú controlas a los míos) podría extenderse. 'Un Internet en el que abunden los certificados de identidad facilitaría la zonificación internacional y posibilitaría una arquitectura de control de carácter internacional'. A Lessig no le gusta este horizonte policial en la red, 'lo odio', pero está convencido de que caminamos hacia él.

En el libro abundan los pensamientos francos y directos como este 'yo lo odio'. También hay alambicadas sintaxis, herederas, quizá, de la literatura jurídica, e instantes de confusión, no tanto en la descripción del problema como a la hora de desplegar remedios. Pero superados estos momentos, el libro abre muchas interesantes reflexiones de futuro sobre la red. Obviamente, el trabajo está lleno de citas a la jurisprudencia doméstica de Estados Unidos, pero ello no nos aleja del asunto, nos acerca a la sociedad que más lo ha debatido. Ahora que en Estados Unidos, el Gobierno ha reanudado la batalla contra el cifrado de los mensajes, resulta reconfortante leer el Lessig más apasionado asegurando que 'la tecnología de la encriptación constituye el avance tecnológico más importante de los últimos mil años'.

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