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Columna
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La mosca

Llegó a Chamartín, a las 20 horas del 11 de septiembre. Los últimos días, los pasó en la UVI de un hospital, con solinitrina, queso insípido y sustancias que le suministraba por la sangre, gota a gota, en tránsito a un corazón descorazonado. Harto de todo aquello, pidió el alta voluntaria y un taxi, y se planto en la estación. Quería regresar a su ciudad y sentir la arena húmeda de la playa, donde las huellas de sus pies, se esfumaban en cada ola: el Mediterráneo, tan sabio, no se distraía en rastros que iban a ninguna parte. Suavemente, el tren arrancó. Entonces, encendió un cigarrillo. Creía que estaba solo en aquel coche de clase preferente, hasta que descubrió la mosca. La mosca paseaba de la moqueta a la base del asiento delantero. De vez en cuando, daba un corto vuelo. Como estaba aburrido y sin ganas de leer los periódicos, la observó atentamente: cada minuto, se elevaba y hacía una figura acrobática: un rizo, una barrena, una subida en candelero. Al viajero, algo perplejo, le pareció que el insecto se instruía en las técnicas aéreas. Qué absurdo.

La pantalla del vídeo se iluminó con un mapa de la península que mostraba el trayecto recorrido; luego, pusieron un documental de Manhattan, y él evocó su visita al museo de la Casa Dyckman, una antigua granja holandesa. Llegó una azafata y le sirvió un catering de menú presuntuoso, en recipientes de plástico. Y fue al destapar uno de ellos, cuando la mosca se puso a su altura y lo miró con sus ojos febriles y rojos. De golpe, se lanzó contra el plástico, en sucesivas acometidas. Pero inesperadamente, realizó un looping impecable y se estrelló con furia en la pantalla, cuando asomaban las torres del World Trade Center. El viajero vio una sombra y escuchó el estrépito: de la pantalla salían llamas y humo. Atónito, dio unos pasos: el suelo estaba cubierto de cristales y escombros. Después, el tren se detuvo en un apeadero ignorado. El interventor entró, con una pareja de la guardia civil, lo señaló y se lo llevaron esposado. Le dijeron que era la guerra y él, un terrorista, sin pizca de corazón.

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