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Columna
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El tonto

Rosa Montero

Mientras escribo esto, los tambores anuncian un ataque inminente contra bases terroristas en Afganistán: tal vez para cuando lean estas líneas habrán empezado ya los zambombazos. Espero que la ofensiva atine con las bases; sería trágico que acabaran muriendo los civiles afganos, que son las primeras víctimas del delirio genocida talibán. Bastante han sufrido ya en los últimos días, en su éxodo desesperado hacia las fronteras cerradas a cal y canto.

Pero no quería hablar de esta obviedad, sino de algo bastante sorprendente. No sé qué sucederá (y me preocupa) a partir de ahora, pero lo cierto es que, en las tres primeras semanas tras la matanza, Estados Unidos se ha comportado con una prudencia y una sagacidad política notables. ¡Y todo esto con el indescriptible Bush en la Casa Blanca! Tras el horror del 11 de septiembre, muchos temimos que, pocas horas después, Estados Unidos aplanara a bombazos algún país. Traumatizada por el atentado, pensé que era una pena que tal enormidad le hubiera tocado al presidente más tonto de la historia. No es que Clinton me parezca Einstein, pero al principio me hubiera sentido más segura con él.

Sin embargo, no se contestó con un zarpazo ciego, sino que se investigó a los culpables, se buscó un consenso internacional, se intentó una mediación paquistaní, se repitió hasta la saciedad que no era un conflicto contra los musulmanes; ojalá el estruendo de las bombas no les haga ahora perder el buen sentido. Que Bush, tan aficionado él a la pena de muerte, actuara razonablemente, me dejó patidifusa. Pero luego empecé a pensar. Clinton bombardeó objetivos civiles en Sudán; y Kennedy, otro listo, casi metió al mundo en una guerra nuclear. Quiero decir que, si hasta ahora nos hemos ido salvando de lo peor, probablemente sea porque Bush es tonto; supongo que no se atreve a actuar por sí solo, que se ha rodeado de expertos y que las decisiones se toman por consenso. Como debe ser. Los listillos, en cambio, están empeñados en pasar a la historia y en dejar la impronta personal de sus genitales en el mundo: o sea, puede que Clinton hubiera bombardeado a lo bruto a los dos días. Al final va a resultar que los dirigentes seductores y brillantes son los más peligrosos y los más necios.

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