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Columna
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El debate y la inmigración

Joan Subirats

Empieza en el Parlament un nuevo debate de política general. Probablemente no ha habido un debate igual a otro en estos 20 años, pero supongo que no me considerarán excesivamente retórico si considero que éste es un debate especial. Es el primer debate en el que tenemos un conseller en cap que discute el protagonismo desde el Gobierno con el sempiterno Pujol y que antecede a la prometida moción de censura de Maragall. Es un debate previo a varios congresos de partido y al acuerdo de federación entre CDC y UDC. Y todo ello enmarcado en un contexto sin duda peculiar. Clima bélico, constantes alusiones a conflicto entre culturas y civilizaciones, y sensación general de que se está acabando una época sin que sepamos demasiado en qué consiste la nueva. Por si fuera poco, los quebraderos de cabeza de la 'coalición duradera' (que no infinita) entre CiU y el PP no dejan de crecer y agrandarse. Por una parte, los populares han de aprovechar estos meses para dejar huella y presentar un balance presentable ante su electorado, que no entendería que no llevaran adelante su programa con la mayoría absoluta de que disponen (leyes de reforma educativa, ley de cooperación autonómica, ley de estabilidad presupuestaria...). Por otra parte, los convergentes han de tratar de no quedar engullidos por su dependencia enfermiza del partido conservador, y es necesario que procuren demostrar que no sólo les preocupa permanecer el poder como sea, sino que también tienen ideas y proyecto.

Pero, puestos a escoger, me gustaría que éste fuera también el debate de la inmigración. Hasta ahora, las autoridades de todo pelaje han ido funcionando con la fotografía que quedó en España tras los sucesos de El Ejido de febrero de 2000. La imagen que ha quedado en la retina de la mayoría de los ciudadanos es ésta: nos están invadiendo, no paran de llegar más y más inmigrantes sin dinero, sin papeles, sin casa, y acaban provocando conflictos, delitos y problemas de convivencia. Da igual si ésa es una imagen que no concuerda con la realidad. Da igual si España es uno de los países europeos con menor número de inmigrantes. Da igual si la política emprendida por el PP no se sostiene. Los grandes partidos en España han llegado a la conclusión de que si contradices esa imagen los electores te lo harán pagar. Y nadie quiere salir movido en la foto.

Estos días estamos teniendo abundantes confirmaciones de que éste va a ser un tema central en los próximos meses y años. Veamos si no las reacciones a los atentados terroristas de Nueva York y Washington. El mismo día del atentado, en la COPE, Jiménez Losantos nos prevenía sobre las evidentes cosecuencias negativas de tanto musulmán en España. Algunos periódicos, como El Mundo, han publicado artículos en los que se glosa la idea de que tanta mezcla cultural no acaba de funcionar y de que ahora pagamos los platos rotos de tanta tolerancia. Como no podía ser menos, Berlusconi se ha añadido a tal deriva insistiendo en que nuestra civilización es superior y en que islamismo y derechos humanos son incompatibles. En casa, Duran Lleida nos advierte de que se ha de poner límite a la 'masiva' llegada de inmigrantes y han de endurecerse las vías de acceso para prevenir males mayores. Pujol hace tiempo que insinúa que hay inmigrantes más asimilables que otros y que no podemos caer en la mezcla indiscriminada.

Quizá me equivoque, pero me temo que a algunos partidos les empieza a tentar la idea de que, a pesar de lo resbaladizo del tema, conviene aprovechar la oleada de preocupación y la tópica desconfianza hacia el moro para pescar en aguas revueltas. El escenario parece propicio. Dudas constantes sobre la compatibilidad entre islamismo y derechos humanos.

Problemas aquí y allá con grupos o colectivos de inmigrantes magrebíes. Y la sensación de que el PP consiguió dividendos de su endurecimiento ante la inmigración justo antes de las elecciones generales de 2000. Las declaraciones de Duran fueron claras: necesitamos a los inmigrantes, pero con acceso controlado. Y la receta es la del PP: policialización del problema, fronteras impermeables, expulsión de los sin papeles, acuerdos bilaterales con países de origen y definición anual de contingentes que establezcan criterios de llegada.Lástima que ésa es precisamente la política que se viene llevando a cabo desde hace meses sin que nada de ello ocurra. En un solo día de agosto la guardia civil detuvo a más de 500 inmigrantes ilegales. No hemos conseguido expulsar más que a unas decenas de los miles de irregulares del país. Los acuerdos bilaterales no son operativos. Y los contingentes tardan meses en concretarse y cuando ven la luz sólo sirven para regularizar a los ilegales.

No podemos ser ingenuos e infantiles, se nos dice, pero la política que se aplica es, por irreal, ingenua e infantil. Uno piensa, en su ingenuidad, que todo está diseñado para que el mercado encuentre siempre a quien esté dispuesto a trabajar sean cuales sean las condiciones de la oferta. Se apuntan los problemas de las condiciones de vida en que se encuentran los que llegan, pero se hace muy poco para adecentar su situación y evitar los problemas de convivencia que acaban produciéndose, que han de afrontar los ayuntamientos.Pujol afirmó hace tiempo que no se puede permitir que los valores de la gente de aquí no sean preeminentes y que sean pisoteados por los que llegan (Casino de Madrid, 4 julio 2000). En estas ideas seguía a Sartori (La sociedad multiétnica, Taurus), quien afirma sin tapujos que 'la integración sólo puede darse entre integrables' y que los 'musulmanes' (en general) no lo son. Berlusconi, de manera más simplona y directa, ha remachado el clavo aprovechando el clima prebélico. Me gustaría ver en el Parlament un poco de debate sobre un tema que, sin duda, estará en primera línea de los próximos meses. Y me gustaría ver posiciones que fueran más allá del oportunismo más ramplón y se preguntaran qué vías de acción positiva pueden emprenderse desde el pluralismo político y social, y no desde una pretendida superioridad de los catalanes-europeos-occidentales. O si no, que se nos diga de una vez que hay inmigrantes asimilables y otros que no lo son. Y actuemos en consecuencia.

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