Jordan y sus muchachos
En algún momento de los últimos años, los Wizards de Washington disponían de un espectacular núcleo de jugadores. Qué otra cosa se puede decir de Chris Webber, Rasheed Wallace y Juwann Howard, chicos con un futuro ilimitado, capaces de convertir un equipo mediocre en uno de los mejores del campeonato. No era el mejor síntoma que los tres ocuparan la misma posición, ni que fueran problemáticos, pero lo cierto es que ninguno de ellos continúa en los Wizards y los tres son fundamentales en sus nuevos equipos: Weber en los Kings; Wallace en los Blazers; Howard en los Mavericks. Todos los síntomas que han ofrecido los Wizards han sido malos. El club no ha tenido dirección, cada vez más instalado en una mediocridad que comenzó en los años ochenta, después de los gloriosos años de Wes Unseld, aquel torito que se atrevía a dominar con apenas dos metros de altura a los mejores pívots de la NBA. Finalmente Michael Jordan ha comprendido que los Wizards necesitaban una catarsis que sirviera como divisoria para comenzar una nueva etapa.
Jordan llegó como director ejecutivo y accionista del equipo de Washington. Su presencia en los despachos -no demasiado frecuente porque prefería seguir instalado en Chicago- no activó a los Wizards, que no tenían talento ni voluntad competitiva. Con esa plantilla no había posibilidad alguna de progresar. Jordan decidió que era necesaria una limpia: traspasó a Howard y despidió a Mitch Richmond. A cambio, contrató a Courtney Alexander, un joven base anotador y algo conflictivo que comenzó a demostrar en Washington las cualidades que había ofrecido en su etapa universitaria. El flaco Richard Hamilton también destacó como fino anotador. Por lo menos había alguna esperanza. La elección de Kwame Brown, un muchacho de 18 años del que hablan maravillas, añadía juventud y talento. Pero eso no es suficiente para convertir a los Wizards en un conjunto competitivo. Ni para enganchar a los aficionados. Para que eso ocurriera se necesitaba la llegada de un veterano de prestigio. Así que Jordan pensó que ningún jugador cumplía mejor que él las dos condiciones para poner a los Wizards en órbita.
Dice que regresa por amor al juego, pero es más probable que haya regresado por la necesidad que los Wizards tienen de Jordan en todos los aspectos. Como jugador y como reclamo publicitario. Nadie se atreve a pronosticar qué clase de Jordan se encontrará la NBA. No hay duda, sin embargo, sobre el efecto que tendrá sobre su equipo. Los Wizards serán vistosos y combatitivos. Por Jordan y por las características de los demás jugadores. También contribuirá el talante de Doug Collins, un entrenador con fama de duro, hábil para sacar lo mejor de jugadores en fase de formación.
El efecto Jordan supondrá una recuperación del club. Ahora bien, mucho de lo que suceda con los Wizards dependerá del rendimiento de Kwame Brown. Si es la estrella que se supone, tendrá el mejor maestro del mundo. Jordan lo exprimirá hasta sacar lo mejor de él. Si Brown es menos de lo que se espera, los Wizards estarán nuevamente condenados a la mediocridad. No este año, sino en el futuro, porque Jordan es mágico, pero no infinito.
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