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El sueño del durmiente

En el dibujo de Francisco de Goya un hombre reclinado duerme sobre una mesa y hay escrito 'el sueño de la razón produce monstruos'. Tan consabido parece ser el sentido de esta poderosa afirmación que se hacen, sin precauciones, crudas variaciones de ella. Regularmente, publicistas de todo tipo aluden a este tan temible, por sus efectos, sueño. Pero, ¿qué dicen o creen decir? ¿Sueña la razón? ¿Puede, realmente, hacerlo? ¿Son reconocibles sus sueños? Se trata, claro, de una metáfora. Es posible que inicialmente algunos de sus usuarios vieran en ella una descripción causal de cómo se obtiene el desvarío y de que a éste se llega en el momento en que se cruza el linde finísimo en que el ejercicio de la razón se convierte, por excesivo, en su contrario, en locura. Hete aquí una buena imagen, pues, del delirio a que, por ejemplo, Lenin y su Estado soviético inevitablemente habrían conducido el intento de regular la actividad humana de por sí caótica o libre. Éste vendría a ser el borde extremo de la apuesta 'ilustrada' por la razón, como condición secularizadora del pensamiento. La pedagógica advertencia era que la utopía social sólo es inocua si se sitúa en el pasado, en el Paraíso, por ejemplo. En cambio, su receta produce el mal. El porvenir debe excluirla. El ejercicio excesivo de la razón puede producir una locura del mismo tamaño que su colosal pretensión de ordenar la vida. La escueta metáfora lleva escondidas graves cuestiones quizá no del todo advertidas por sus entusiastas usuarios.

Escribió Goya junto a un dibujo suyo que 'el sueño de la razón produce monstruos'. Esos monstruos, que atienden un descuido del insomne, son los mismos de hoy

Sin embargo, no es nada seguro, en mi opinión, que la afirmación inicial escrita por Francisco de Goya pueda entenderse de esta manera. Sueño quiere decir aquí simplemente el acto de dormir. Cuando la razón duerme aparecen los monstruos. El delirio no sobreviene por el ejercicio de la razón, de su actividad, sino de su ausencia. La razón en vigilia impide la salida de los monstruos. Ningún ejercicio de la razón es excesivo. No hay límite conocido a su actividad. El sueño del hombre, siendo él el único animal capaz del ejercicio de la razón, produce los monstruos. La suspensión del raciocinio es la condición de la vida monstruosa, aunque no su causa.

Pero ¿qué era un monstruo? Un monstruo, por supuesto, no es cualquier cosa. En principio, el monstruo es una ocurrencia esporádica, algo intersticial dentro de una secuencia regular que no los produce. Imprevisto, adventicio, pues, pero no deforme. Puede, en efecto, ser contrahecho pero en ello no radica su cualidad monstruosa. Su carácter esporádico le hace resueltamente ininteligible, no su forma. Por ello es fácil que los monstruos pueblen regiones remotas, inexploradas, confines misteriosos. Antes del año 1492, del descubrimiento de América, lo hacían, nítidamente habitando el Oriente. Luego con tantos indios todo empezó a ser más confuso. Pero mucho antes el monstruo ya fue una metáfora política. Para Aristóteles todo aquel que pueda bastarse a sí mismo, que pueda vivir solo, sin deseos, que no forme parte de un Estado es una bestia salvaje, un monstruo. O un dios. Bestia feroz, solitaria y silenciosa, el monstruo era hacia 1750 un estado de anterioridad a lo humano, un postulado previo para poder pensar las variedades de la especiey, sobre todo, plantear la cuestión de los límites entre lo humano y lo animal. El monstruo vagaba, pues, dentro de límites imprecisos pero su presencia estaba herméticamente restringida al otro lado de la razón, por difuso que fuera el linde. No consigo ver a qué otros posibles monstruos podía hacer referencia el escrito que acompaña al dibujo de Goya.

De ser correcta mi lectura, resultaría que el sentido que se atribuye al escrito de Goya es en sí mismo, propiamente, un monstruo. La proclamación de la necesidad imperiosa de una razón vigilante, infinitamente secular, se convirtió en eclesiástica advertencia sobre el peligro social que representan los insomnes. Su descuido aguardan los monstruos para hacerse presentes. Pacientes, los monstruos de entonces son todavía los mismos de hoy. Vale.

Miquel Barceló es historiador.

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