Justicia infinita para gordos y flacos
Todos sabemos que, en 1999, murieron de hambre 30 millones de personas en el mundo y que al menos 800 millones de personas -se dice pronto- están atenazadas por la desnutrición grave y permanente, según cifras de la FAO (Food and Agricultural Organization, de las Naciones Unidas). Acostumbrados a vivir con estas tremendas cifras, no sólo no hemos dado mayor importancia al fenómeno inverso, el de la obesidad, sino que, alegremente, hemos visto cómo se convertía en un negocio -una obsesión- el mantenerla a raya. El hambre y la hartura son hoy expresión clara de la cultura del exceso y de la locura. Morir de hambre o de obesidad reclama, pues, una verdadera Operación de Justicia Infinita.
En su reciente informe anual sobre las tendencias que marcan nuestro futuro, el Worldwatch Institute de Washington (publicado en catalán por el Centre UNESCO) diagnostica, por primera vez, el alcance de 'la epidemia de la obesidad'. Mil millones de personas tienen hoy sobrepeso. 'Y este grupo es comparable con el de la población que presenta deficiencia de peso en el mundo', se añade. Un equilibrio del terror corporal equivalente al de los que dicen 'no podéis matarnos porque ya estamos muertos'. Obesos y hambrientos son otra cara del mismo mal que nos deja el alma con necesidades infinitas de justicia, justeza y humanidad.
La Organización Mundial de la Salud dice que la epidemia de obesidad 'es el problema sanitario principal del mundo y el que menos se tiene en cuenta'. Un 61% de la población de Estados Unidos -la cifra más alta del mundo- tiene sobrepeso y este porcentaje se ha incrementado en un 55% desde 1994. Un 27% de los norteamericanos son hoy obesos, cuando en 1987 lo eran sólo un 15%. Y hoy uno de cada cinco niños del mismo país -donde los niños ven la televisión más de cinco horas diarias- o son obesos o tienen sobrepeso. El costo sanitario anual de esta situación en Estados Unidos es de 118.000 millones de dólares. Es decir, el 12% del gasto sanitario. Un total de 300.000 norteamericanos mueren anualmente de esta epidemia de obesidad, que, además, ayuda a volver crónicas otro tipo de enfermedades. Curiosamente, también Colombia e Irán participan con cifras significativas en la epidemia de gordos.
Algunos gobiernos, como el australiano, promueven medidas sencillas, como el uso de la bicicleta. Y en la Universidad de Yale (EE UU) se propone gravar con un impuesto los alimentos calóricos, liberando verduras y frutas. Los norteamericanos han fijado como objetivo que en 2010 la epidemia baje hasta un 15% de obesos.
El problema, en estos países donde sobran alimentos y televisión, es cómo impedir que la gente le tome gusto a la comida basura aliñada con un cóctel interminable de horrores y frivolidades televisivas cuyo efecto sobre el cerebro equivale al reblandecimiento muscular de horas de sofá. La epidemia de idiotas repletos de neuronas fláccidas es otro modo de negar la vida. En España hay un dato espeluznante: muchos cines ya hacen más negocio con las palomitas y las chuches que con las películas. Mientras tanto, mueren de hambre 30 millones de personas. También esto retrata la esquizofrenia de nuestro mundo global. Ahora que los militares de Estados Unidos proponen una fastuosa Operación (militar y propagandística) llamada Libertad Duradera para perseguir sospechosos de horrendos crímenes, no está de más solicitar, humildemente, que se incluya en esa búsqueda a los responsables del terror alimentario. Responsables por exceso o por defecto.
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