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Crítica:EQUIPAJE DE BOLSILLO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El miedo y la esperanza

Javier Rodríguez Marcos

Como no hay poeta sin miedo, no hay héroe sin esperanza. José Martí fue, curioso destino, las dos cosas. El fin del heroísmo es conocido. El de la escritura, algo menos. En una ocasión preguntaron a Umberto Saba qué quedaba por hacer a los poetas. Su respuesta fue: 'Escribir poesía honrada'. En el prólogo a su Versos libres, Martí, por su parte, escribe: 'La poesía tiene su honradez, y yo he querido ser siempre honrado'. 'Yo soy honrado, y tengo miedo', se lee en un poema de ese mismo libro. La honradez y el miedo. Extraños atributos para un héroe que inspiró la independencia cubana y murió por ella en plena batalla después de conocer el exilio y de viajar por España, Francia, Venezuela y Estados Unidos. Extraños atributos para un héroe clásico. Tal vez no para un héroe moderno. En esas dos claves -el heroísmo del compromiso y el individualismo de la modernidad- se sitúa la poesía martiana.

Años antes que el Rubén Darío de Azul, José Martí introdujo el simbolismo de la poesía europea en la literatura en lengua española, algo que va más allá de un mero trasvase culturalista. Así, el cubano salpicó su obra con un aviso: 'He visto esas alas, esos chacales, esas copas vacías, esos ejércitos. Mi mente ha sido escenario, y en él han sido autores todas esas visiones. No hay aquí una sola línea mental'. Los riachuelos de sus poemas, dirá también, habían pasado por su corazón. Por los mismos años, a propósito de la influencia europea en su obra, Horacio Quiroga sentenciaba: 'Los monstruos de mis cuentos no vienen de Alemania, vienen de mi alma'.

Del alma de Martí salieron dos libros publicados (Ismaelillo, 1882, y Versos sencillos, 1891) y un gran número de poemas inéditos que hacen buena la pretensión de usar un estilo nuevo para cada estado de ánimo: el futuro representado por la nueva poesía y por su hijo, alejado de él tras la ruptura familiar, en Ismaelillo ('Hijo soy de mi hijo! Él me rehace!'), el existencialismo de los Versos libres ('porque es grave / Cosa esta vida, y cada acción es culpa'; 'Ando en el buque de la vida: sufro / De náusea y mal de mar') y el carácter testamentario de los Versos sencillos o de Flores del destierro ('Está vacío / Mi pecho, destrozado está y vacío / En donde estaba el corazón. Ya es hora / De empezar a morir. La noche es buena / Para decir adiós. La luz estorba / Y la palabra humana. El universo / Habla mejor que el hombre').

Pese a que buena parte de la fama le viene por las canciones ('Yo soy un hombre sincero / De donde crece la palma...), el Martí más contemporáneo está en las composiciones de arte mayor. También allí está el más filosófico, y el más melancólico: '...el misterio / En una hora feliz de sueño acaso / De los jueces así, y amé la vida / Porque del doloroso mal me salva / De volverla a vivir'.

Junto al Martí modernista que canta a la belleza, la noche y el otoño está el Martí moderno, desencantado, escéptico y urbano. Como señala Carlos Javier Morales en un prólogo ejemplar, el suyo es un universo que busca conjugar la analogía romántica que cree en la unidad esencial y en la armonía cósmica de las cosas del mundo con la ironía de una modernidad descreída y consciente de la fragmentación de esas mismas cosas. Como administrador, antes que la vanguardia, de la herencia del romanticismo, el modernismo, es decir, el simbolismo, es tal vez el último momento de la cultura occidental en el que mantienen su sentido antiguo términos como armonía y cósmico. Puede que el resto no sean más que epigonismos menos inspirados que calculados, más escolásticos que místicos. En Martí, además, la analogía pasada por la Historia otorga una conciencia que convierte la moral individual en colectiva. De ahí el héroe, de ahí el poeta, la esperanza y el miedo.

Nota. Con motivo del terremoto ocurrido en Charleston en 1886, José Martí, que vivió largas temporadas en Nueva York y conocía bien Estados Unidos, escribió un poema que comienza: 'Cruje la tierra, rueda hecha pedazos / La ciudad', y que, unos versos más adelante, sigue: 'La soberana espiral bambolea, / El pórtico corintio tiembla luego, / Vota y jura la gente, el suelo humea / Y sobre el llanto y el pavor pasea / De torre en torre el misterioso fuego'. Léanlo antes de que lo prohiban.

Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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