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Tribuna
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CC OO: dentro de 25 años

I. En estas fechas se conmemoran los 25 años de la transformación de las comisiones obreras en Confederación Sindical. Fui uno de los que participaron, como padrino, en aquel fecundo bautizo. En este corto lapso de tiempo, la CS de CC OO se ha convertido -junto con la UGT- en la primera fuerza sindical de España. Pero no creo que en este momento sea útil rememorar el pasado ni dejarse llevar por la complacencia. Por el contrario, hay que encarar el futuro desde algunas lecciones que la historia del movimiento sindical -y de las propias CC OO- nos ha transmitido.

Cuando las comisiones surgen en los centros de trabajo, aquí y allá, al calor de las movilizaciones de principios de los sesenta, España se encontraba inmersa en plena dictadura y la represión era severa. El capitalismo español estaba saliendo de la autarquía; la emigración a Europa y del campo a la ciudad era intensa; el nivel tecnológico general correspondía a la fase de la industrialización; las guerras de liberación nacional estaban en su apogeo: Europa daba los primeros pasos en su proceso de integración y el mundo vivía sometido a las reglas de la guerra fría. En estas condiciones, el éxito de las Comisiones consistió en hacer una interpretación correcta de la realidad que tenía delante; ser conscientes de los límites y las posibilidades de acción y fijar con claridad los objetivos a alcanzar. La realidad, como siempre, no era precisamente simple. Una dictadura férreamente represiva y cerrada a cal y canto en lo político, pero obligada, no obstante, a abrirse económicamente hacia el exterior, lo que conllevaba introducir elementos de negociación con los trabajadores para poder aumentar la productividad y la competencia. Ésa era, en resumen, la contradicción que explotó hábilmente CC OO para desarrollarse y acabar siendo la pesadilla del régimen.

El autor, uno de los impulsores de CC OO, resalta el papel del sindicato en la democracia y destaca la necesidad de su impulso en el presente y en el futuro.

II. La experiencia de la CNT, de la UGT y de otros países había demostrado que era inviable montar organizaciones sindicales en condiciones de clandestinidad. Sólo la combinación de lo legal -aunque el margen fuese mínimo- y lo ilegal, de lo organizativo y del movimiento, de lo reivindicativo y de lo político-social, podía permitir, poco a poco, movilizar a los trabajadores y tirar a la postre de otros sectores sociales. Y el invento funcionó. Es cierto que el dictador murió en la cama, pero su dictadura no. Hecho que se suele ocultar interesadamente con demasiada frecuencia. La contribución de las CC OO -junto con otros sindicatos, partidos, organismos y medios de comunicación- para hacer inviable cualquier continuidad de la dictadura bajo otras formas fue decisiva. A pesar de las insuficiencias, los objetivos básicos como la amnistía, la libertad sindical y política, las autonomías, en una palabra, la democracia, se alcanzaron con la Constitución de 1978. Constitución que también debe mucho a los sindicatos, que hicieron posible y apoyaron los pactos de La Moncloa, acuerdo básico que propició el tránsito pacífico, no siempre fácil, de la tiranía a la libertad. Luego la historia se ha hecho presente. La CS de CC OO se ha convertido en un gran sindicato, que forma parte de la Confederación Europea de Sindicatos, que negocia todos los convenios colectivos de este país y es interlocutora permanente del Gobierno y la patronal en las grandes negociaciones de las cuestiones sociales que afectan a todos los ciudadanos.III. Ahora bien, desde hace tiempo tengo la impresión de que los sindicatos -no sólo los españoles- están en una situación difícil, quizá la más difícil de su historia, y, sin embargo, son más necesarios que nunca. La situación ha cambiado por completo en los últimos años. España es una democracia que va perdiendo consistencia, inmersa en un proceso de integración europea en múltiples direcciones, en la que los sindicatos están jugando un papel menor; el nivel tecnológico general ha pasado de estar basado en la lógica analógica a estarlo en la lógica digital, con el cambio esencial que ello supone en los procesos productivos y en las formas de organización del trabajo y del propio sentido de éste; las desigualdades sociales y vitales, a nivel mundial, se han acentuado, originando un imparable proceso migratorio con riesgo, entre otros, de que la contradicción de intereses pase de ser 'vertical' a ser 'horizontal' (pobres contra pobres); sólidas bases de las sociedades europeas de la segunda mitad del siglo XX como el Estado-nación, la estabilidad en el empleo o el Estado del bienestar están puestas en cuestión; a la guerra fría le ha sucedido un mundo unipolar e inestable -con una sola potencia hegemónica y prepotente- que no augura precisamente la 'paz perpetua' de la que hablaba Kant, sino más bien la guerra permanente que se anuncia durante estos días.

Ante estas circunstancias, los sindicatos aparecen en posiciones meramente defensivas, cuando no fuera de juego. Es sintomático que ante una situación de máxima tensión, al borde de una guerra y de una recesión económica, con despidos masivos, no se haya escuchado la voz de los sindicatos a nivel europeo o incluso mundial. Síntoma, probablemente, de que encuentren serias dificultades para establecer una estrategia global operativa y eficaz que oponer ante la impresionante reestructuración -fusiones, absorciones, liquidaciones, deslocalizaciones, etcétera- que el capitalismo realiza a nivel planetario, con costes sociales importantes. De ahí que no aparezcan liderando, por lo menos de momento, una alternativa de globalización diferente, en la que primase la extensión del bienestar y los derechos democráticos, a la vigente que está originando niveles insoportables de miseria y desesperanza en buena parte de la humanidad. Con ello no estoy diciendo que los sindicatos tengan que liderar el actual movimiento antiglobalización; lo que señalo es que el movimiento sindical debería participar en el liderazgo de un proceso diferente de mundialización, encauzando las preocupaciones justas y las energías crecientes que se están manifestando en la actual movida antiglobalización. De no hacerlo así, el riesgo de que toda esa energía y voluntad de cambio en dirección a que 'otro mundo es posible' se perderá o será presa de radicalismos, a la postre, estériles. En mi opinión, por lo menos, los sindicatos de los países occidentales no tienen ningún futuro si no ligan su suerte y encabezan una gran iniciativa, durante los próximos 25 años, por otro mundo, pues otro mundo es posible. Toda la gente tiene derecho a vivir decentemente -a la alimentación, a la salud, a la educación, a la vivienda, etcétera-, y si el sistema sigue condenando a miles de millones de seres humanos a la indigencia y la enfermedad, deja de ser legítimo y es imperioso cambiarlo. Y reformarlo por medios pacíficos y democráticos, pues el terrorismo -como he sostenido desde hace muchos años, no de ahora- es un enemigo mortal de los trabajadores, que además del daño que produce sólo alimenta olas de belicismo y recortes de libertades a las que hay que oponerse firmemente, e ideas conservadoras y autoritarias. Éste es, precisamente, el riesgo que corremos en estos momentos. Éste es el mundo al que tiene que enfrentarse el movimiento sindical -y todos los ciudadanos-. Creo sinceramente que cometería un grave error si se limitase a defender, en lo que pueda, los intereses de los trabajadores más o menos instalados de los países occidentales, en una actitud resistencial. Por el contrario, quizá debería intentar, junto con otras fuerzas progresistas, levantar una gran alianza para globalizar el bienestar y la democracia. Sería una interesante contribución también a la lucha contra el terrorismo.

Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.

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