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Columna
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Seriedad

Se ha dicho de todas las guerras. Muchos sabrán cómo empieza, pero serán otros quienes la acaben. Aún no alcanzamos a creer en ésta, como siempre. Las masas de exaltados americanos que exigen el aplastamiento del enemigo son las mismas de 1914. ¿Y quién creyó seriamente que en julio de 1936 comenzaba una guerra que duraría hasta 1976? El jinete siniestro va al paso, pero cuando llega al galope nadie puede detenerle. Entonces ya no hay ni buenos ni malos. Serán culpables los vencidos, aunque, como le sucedió a Alemania, acaben dominando a sus vencedores. No por ello estarán libres de culpa.

Desde que Caín inventó el homicidio sabemos que está en la raíz de nuestro oscuro origen. La guerra es un asesinato cíclico causado por la soberbia de los poderosos, la desesperación de los oprimidos, la humillación del tiempo y la insolencia de la juventud. Una herencia que roe como un gusano tenaz el fruto de la razón hasta dejarlo seco. ¿Será la nueva guerra una tercera matanza mundial? ¿O sólo una operación de castigo, a la manera de las que emprendía el ejército colonial británico en el siglo XIX? Por si acaso, podríamos comenzar a tomarla en serio y olvidar las microscópicas estulticias que nos amargan la existencia. La aparición de un peligro real coloca las cosas en su sitio y de pronto advertimos lo ínfimo y mezquino de nuestros problemas diarios, la minúscula sociedad en la que nos movemos. Es el momento de torcer nuestra vida hacia lo que aparezca de gozo, vigor y entendimiento. Al menos con aquellos que nos caen más cerca. Es el momento del 'ahora mismo'.

En tiempo de guerra se vive al instante y todo puede cambiar en un parpadeo, todo está en juego, comenzando por la supervivencia. Es un tiempo serio, frente al tiempo trivial y feliz de la paz. Tolstói inicia Anna Karenina con una frase célebre: 'Todas las familias felices son iguales'. Sólo cuando la desdicha hinca sus dientes se nos da la posibilidad de ser lo que quizás podemos llegar a ser. ¿Se avecina un tiempo serio, un tiempo para el crecimiento, quizás también un tiempo digno? ¿O un nuevo espectáculo de poder ciego y bárbaro? Lo cierto es que, en buena medida, la decisión es nuestra.

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