La gran noche de Ana, Víctor... y Sabina
Aunque la tarde había augurado una noche fresquita y pasada por agua, Víctor Manuel y Ana Belén consiguieron que Las Ventas pareciera anoche que estaba llena.
El idilio de algunos madrileños con la pareja de artistas es una historia que viene de lejos, y que se repite casi inexorablemente cada año en el mismo lugar, cuando el verano toca a su fin. Anoche, además, ambos presentaban sus dos recientes discos publicados por separado: Ana, Peces de ciudad; y Víctor, El hijo del ferroviario. Pero en realidad la expectativa no estaba tanto en comprobar en directo cómo suenan las nuevas canciones, sino en volver a sentir la experiencia de poder cantar a grito pelado las del viejo repertorio de la pareja, como cada vez que se citan ellos y su público en la plaza de toros de Madrid.
Y un morbo añadido que había creado más tensión. Algunos medios de comunicación avanzaron horas antes del concierto que Joaquín Sabina, convaleciente aún de su reciente achaque cerebral, podría cantar un par de estrofas con Ana de A la sombra de un león, algo que no habían conseguido hace tan sólo una semana Los Secretos, en la fiesta del PCE.
Cualquiera que sea el grado de afinidad que se tenga con Víctor Manuel y Ana Belén, hay que agradecerles el esmero con que conciben y cuidan sus espectáculos. Éste que ruedan por España bajo el título Dos en la carretera, supone un exquisito trabajo de buen gusto y aprovechamiento de espacio, diseñado por el director escénico José Carlos Plaza. Unos planos, como de tiralíneas que se estudiaban en la asignatura dibujo lineal del viejo Bachiller, cuyas paralelas confluían en el centro del escenario donde se ubicaba una batería acristalada. A los lados dos enormes ventanillas como de tren por el que se sucedían imágenes alusivas a las canciones. 'Esto es como un viaje', había dicho Ana Belén en su primera intervención hablada. Y no le faltaban razones.
El sonido, además, lució todo la noche sin un solo fallo. Víctor, de negro riguroso y Ana, de azafrán, condujeron la travesía sobre esos raíles proyectados con mucho criterio, y alternándose en el escenario para cantar juntos las escasas canciones que sus repertorios unen.
Y llegó Sabina, y la plaza se vino abajo. Muchos lo esperaban, pero a otros les pilló de sorpresa. Al viejo truhán se le vio bien, saludable y devolviendo emocionado besos al público. Antes, el argentino Fito Páez cantó con Ana Yo vengo a ofrecer mi corazón, una canción de esperanza que ni pintada para los amenazantes tiempos que corren. Pedro Guerra hizo lo propio con su espléndido e integrador Contamíname. Serrat, otro reciente convaleciente, y Miguel Ríos, acompañaron en los primeros bises a Víctor y Ana con la canción Hoy puede ser un gran día. Era el inicio de la traca final, que contó con las inevitables La muralla o La Puerta de Alcalá.
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