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Tribuna:LOS ERRORES DE LIZARRA
Tribuna
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Nuevo curso, asignatura pendiente

Cuando dentro de un tiempo, el que sea, ETA nos anuncie una nueva o ilusionante tregua, que lo hará, convendría no olvidar lo ocurrido a propósito de la anterior y durante todo el periodo transcurrido desde entonces hasta la actualidad. A la vista de esta experiencia, tanto durante el anterior curso como en toda la legislatura pasada, el inicio de un nuevo curso, que esta vez coincide también con la apertura de una nueva legislatura, es un momento oportuno para hacer algunas consideraciones sobre el tema. Aunque sólo sea para no reincidir en los mismos errores ya cometidos en el pasado reciente.

Hace justamente tres años (el 16 de septiembre de l998), en vísperas de las elecciones que iban a abrir la pasada legislatura, ETA hacía pública su tregua, vinculándola expresamente al Acuerdo de Lizarra que acababa de ser suscrito por el conjunto de las fuerzas nacionalistas (si bien se había venido gestando y elaborando desde meses antes). Se producía así una situación nueva en la que, por primera vez, el conjunto de las fuerzas nacionalistas aparecen aglutinadas en una plataforma común en torno a los objetivos reivindicativos de la soberanía, la territorialidad y el ámbito vasco de decisión. Pero lo más importante, al menos desde la perspectiva de la pacificación, no era la formación de tal frente nacionalista, que en cualquier caso no parece lo más idóneo para la normalización de las relaciones políticas, sino la vinculación que se establecía entre la pacificación y la satisfacción de las reivindicaciones nacionalistas del Acuerdo de Lizarra.

El necesario acuerdo para hacer frente a ETA no puede condicionarse, según el autor, al consenso sobre otras cuestiones.

Planteada la cuestión en estos términos, las consecuencias que iban a derivarse de ello no podían ser otras que las que han venido produciéndose durante toda la legislatura pasada. En primer lugar, una fractura política sin precedentes entre las fuerzas democráticas vascas, polarizadas en una permanente y abrupta confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas que no dejaba espacio a ningún planteamiento integrador. Y lo que es mucho más grave, la frustración de toda expectativa de pacificación, que si de verdad se apuesta por ella nunca puede estar condicionada por la consecución de ningún objetivo territorial, soberanista o de cualquier otro tipo. Aquí y ahora, la paz civil tiene valor en sí misma y es en ese marco en el que cabe plantear y reivindicar cualquier objetivo; y no al revés.

Conviene tener presente lo ocurrido porque, a juzgar por algunas actitudes que vienen manifestándose ante el nuevo periodo que se abre a partir de ahora, no faltan quienes siguen manteniendo la necesidad de volver a reeditar una nueva versión de la tregua de Lizarra. Si bien el primer experimento en este sentido resultó fallido, su espíritu seguiría vigente; es decir, se trataría de conseguir un nuevo acuerdo entre nacionalistas acompañado de otra tregua para, en ese marco, lograr la pacificación a cambio de la satisfacción de las reivindicaciones en las que se basa ese acuerdo. Es sabido que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no hay que olvidar que los efectos de las caídas sucesivas suelen ser acumulativos.

Hay otro factor que no puede ser ignorado al abordar el nuevo periodo que se abre tras las recientes elecciones. Desde la tregua de Lizarra hasta la actualidad ha habido cuatro procesos electorales: autonómicas del 98, municipales y forales del 99, generales del 2000 y, nuevamente, las recientes autonómicas del 13-M. Además de saber contar los votos y los escaños hay también que saber leer los resultados electorales; y esa lectura, se haga como se haga, pone de manifiesto dos cosas principalmente: la pluralidad de la sociedad vasca, no como dato meramente coyuntural, sino como componente básico; y, más claramente aún, la inviabilidad de cualquier operación frentista, sea cual sea la forma bajo la que se presente, para conseguir la normalización y, sobre todo, la pacificación del país.

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En estas condiciones, que son las que realmente se dan en e1 momento presente en la sociedad vasca y que los recientes procesos electorales han puesto reiteradamente de manifiesto, la pacificación, auténtica asignatura pendiente para el curso (y la legislatura) que ahora comienza, sólo puede ser abordada a partir del acuerdo entre las fuerzas políticas democráticas, nacionalistas y no nacionalistas, para hacer frente al terrorismo. Y hay que añadir que ello no implica que necesariamente haya que llegar también a un acuerdo simultáneo y global sobre otras cuestiones en las que hay diferencias, legítimas por otra parte en toda sociedad democrática, tales como las relativas al marco de organización política, que pueden, y deben, ser objeto de controversia entre las distintas fuerzas políticas pero que no han de constituir un impedimento ni un condicionante para la paz civil.

Es preciso deslindar con claridad ambos campos, que se sitúan en planos distintos, para poder avanzar en el camino de la pacificación; lo que supone adoptar una posición que difiere por completo de la que se ha venido manteniendo últimamente como consecuencia de los efectos inducidos por la tregua de Lizarra, vinculando la paz a la consecución de determinados objetivos políticos. El respeto a la vida de los concejales de cualquier partido, o de cualquier ciudadano con una posición política, o sin ella, no es una opción política alternativa a ninguna otra ni se sitúa siquiera en el plano de lo político; se sitúa en el terreno de lo prepolítico como un requisito previo de civilidad, con independencia de las distintas opciones políticas que puedan existir. Mientras no se asuman consecuentemente estos criterios, no es posible alternativa alguna en clave de pacificación.

El nuevo curso que ahora comienza nos proporciona otra oportunidad para poder aprobar de una vez la asignatura pendiente de la pacificación, que es llave para las demás asignaturas y en la que nos hemos atascado desde hace ya varios cursos. Pero para ello, como en los cursos académicos, hay que dedicarla atención prioritaria y centrarse en ella sin mezclarla con otras cuestiones que induzcan a la confusión. De lo contrario, es decir, si se sigue cometiendo el mismo error que se cometió al iniciarse la legislatura de Lizarra y que luego se ha venido reproduciendo reiteradamente en los tres últimos cursos transcurridos desde entonces, no cabe duda de que seguiremos estancados en el mismo pantano en el que ya llevamos demasiado tiempo. Con el riesgo cierto, además, de que el pantano entre en un estado de descomposición irreversible.Cuando dentro de un tiempo, el que sea, ETA nos anuncie una nueva o ilusionante tregua, que lo hará, convendría no olvidar lo ocurrido a propósito de la anterior y durante todo el periodo transcurrido desde entonces hasta la actualidad. A la vista de esta experiencia, tanto durante el anterior curso como en toda la legislatura pasada, el inicio de un nuevo curso, que esta vez coincide también con la apertura de una nueva legislatura, es un momento oportuno para hacer algunas consideraciones sobre el tema. Aunque sólo sea para no reincidir en los mismos errores ya cometidos en el pasado reciente.

Hace justamente tres años (el 16 de septiembre de l998), en vísperas de las elecciones que iban a abrir la pasada legislatura, ETA hacía pública su tregua, vinculándola expresamente al Acuerdo de Lizarra que acababa de ser suscrito por el conjunto de las fuerzas nacionalistas (si bien se había venido gestando y elaborando desde meses antes). Se producía así una situación nueva en la que, por primera vez, el conjunto de las fuerzas nacionalistas aparecen aglutinadas en una plataforma común en torno a los objetivos reivindicativos de la soberanía, la territorialidad y el ámbito vasco de decisión. Pero lo más importante, al menos desde la perspectiva de la pacificación, no era la formación de tal frente nacionalista, que en cualquier caso no parece lo más idóneo para la normalización de las relaciones políticas, sino la vinculación que se establecía entre la pacificación y la satisfacción de las reivindicaciones nacionalistas del Acuerdo de Lizarra.

Planteada la cuestión en estos términos, las consecuencias que iban a derivarse de ello no podían ser otras que las que han venido produciéndose durante toda la legislatura pasada. En primer lugar, una fractura política sin precedentes entre las fuerzas democráticas vascas, polarizadas en una permanente y abrupta confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas que no dejaba espacio a ningún planteamiento integrador. Y lo que es mucho más grave, la frustración de toda expectativa de pacificación, que si de verdad se apuesta por ella nunca puede estar condicionada por la consecución de ningún objetivo territorial, soberanista o de cualquier otro tipo. Aquí y ahora, la paz civil tiene valor en sí misma y es en ese marco en el que cabe plantear y reivindicar cualquier objetivo; y no al revés.

Conviene tener presente lo ocurrido porque, a juzgar por algunas actitudes que vienen manifestándose ante el nuevo periodo que se abre a partir de ahora, no faltan quienes siguen manteniendo la necesidad de volver a reeditar una nueva versión de la tregua de Lizarra. Si bien el primer experimento en este sentido resultó fallido, su espíritu seguiría vigente; es decir, se trataría de conseguir un nuevo acuerdo entre nacionalistas acompañado de otra tregua para, en ese marco, lograr la pacificación a cambio de la satisfacción de las reivindicaciones en las que se basa ese acuerdo. Es sabido que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no hay que olvidar que los efectos de las caídas sucesivas suelen ser acumulativos.

Hay otro factor que no puede ser ignorado al abordar el nuevo periodo que se abre tras las recientes elecciones. Desde la tregua de Lizarra hasta la actualidad ha habido cuatro procesos electorales: autonómicas del 98, municipales y forales del 99, generales del 2000 y, nuevamente, las recientes autonómicas del 13-M. Además de saber contar los votos y los escaños hay también que saber leer los resultados electorales; y esa lectura, se haga como se haga, pone de manifiesto dos cosas principalmente: la pluralidad de la sociedad vasca, no como dato meramente coyuntural, sino como componente básico; y, más claramente aún, la inviabilidad de cualquier operación frentista, sea cual sea la forma bajo la que se presente, para conseguir la normalización y, sobre todo, la pacificación del país.

En estas condiciones, que son las que realmente se dan en e1 momento presente en la sociedad vasca y que los recientes procesos electorales han puesto reiteradamente de manifiesto, la pacificación, auténtica asignatura pendiente para el curso (y la legislatura) que ahora comienza, sólo puede ser abordada a partir del acuerdo entre las fuerzas políticas democráticas, nacionalistas y no nacionalistas, para hacer frente al terrorismo. Y hay que añadir que ello no implica que necesariamente haya que llegar también a un acuerdo simultáneo y global sobre otras cuestiones en las que hay diferencias, legítimas por otra parte en toda sociedad democrática, tales como las relativas al marco de organización política, que pueden, y deben, ser objeto de controversia entre las distintas fuerzas políticas pero que no han de constituir un impedimento ni un condicionante para la paz civil.

Es preciso deslindar con claridad ambos campos, que se sitúan en planos distintos, para poder avanzar en el camino de la pacificación; lo que supone adoptar una posición que difiere por completo de la que se ha venido manteniendo últimamente como consecuencia de los efectos inducidos por la tregua de Lizarra, vinculando la paz a la consecución de determinados objetivos políticos. El respeto a la vida de los concejales de cualquier partido, o de cualquier ciudadano con una posición política, o sin ella, no es una opción política alternativa a ninguna otra ni se sitúa siquiera en el plano de lo político; se sitúa en el terreno de lo prepolítico como un requisito previo de civilidad, con independencia de las distintas opciones políticas que puedan existir. Mientras no se asuman consecuentemente estos criterios, no es posible alternativa alguna en clave de pacificación.

El nuevo curso que ahora comienza nos proporciona otra oportunidad para poder aprobar de una vez la asignatura pendiente de la pacificación, que es llave para las demás asignaturas y en la que nos hemos atascado desde hace ya varios cursos. Pero para ello, como en los cursos académicos, hay que dedicarla atención prioritaria y centrarse en ella sin mezclarla con otras cuestiones que induzcan a la confusión. De lo contrario, es decir, si se sigue cometiendo el mismo error que se cometió al iniciarse la legislatura de Lizarra y que luego se ha venido reproduciendo reiteradamente en los tres últimos cursos transcurridos desde entonces, no cabe duda de que seguiremos estancados en el mismo pantano en el que ya llevamos demasiado tiempo. Con el riesgo cierto, además, de que el pantano entre en un estado de descomposición irreversible.

Andoni Pérez Ayala es profesor de Derecho Constitucional de la UPV.

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