Armonía y deconstrucción
La compañía monegasca es hoy, sin lugar a dudas, uno de los pocos conjuntos europeos capaz de hacer con altura y rigor los ballets balanchinianos puros; esa trilogía que Walter Terry llamó la del black and white y que comprende Agon, Cuatro temperamentos y Violin concerto, estrenado este último en 1972 dentro del Festival Stravinski. El apelativo de Terry parte de la indumentaria con que se hacen estas obras: ropa de ensayo en blanco y negro, pues Balanchine quiso despojar sus ballets neoclásicos de todo lo accesorio. Ni decorados, ni tules ni lentejuelas: sólo baile puro.
A pesar de un violinista algo gris, los bailarines sacaron adelante y con brillo la compleja obra que sentó definitivamente las bases del neoballet deconstructivo (ha sido reinterpretado muchas veces, hasta llegar a Forsythe). El concierto de Stravinski ya había servido a Balanchine para hacer muchos años antes otra obra coreográfica con el Original Ballet Russe: Balaustrade (1941). Si la obra musical ya no es un concierto al uso, en lo coréutico tampoco. El Capriccio final es un ejercicio complejo de fragmentación y rápida reconstrucción armónica del conjunto. Los dos pas de deux centrales fueron bailados con gran concentración y ateniéndose al estilo por Samantha Allen y el vasco Asier Uriagerena, y Nathalie Leger y Chris Roeland, respectivamente.
Los Ballets de Montecarlo
Violin concerto: Stravinski / Balanchine; Dov'è la luna: Scriabin / Maillot; Vers un Pays Sage: John Adams / Maillot. Con la Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Nicolas Brochot. Teatro Real de Madrid. 13 de septiembre.
Los otros dos ballets de la velada fueron creaciones de Jean-Christophe Maillot. La primera es de aire intimista, y se apoya en unas excelentes piezas para piano de Scriabin, donde se explora en la penumbra y en el papel de las sombras. La segunda es, por el contrario, obra expansiva y luminosa, que goza de su pulsación geometrista. Maillot usa la música de John Adams titulada Fearful symmetries, heredera directa del universo estético de Reich y del repetitivo Glass, y ha versionado su propia obra (originalmente para siete bailarines) ampliando la plantilla hasta 18, algo que ya parece estar contenido en la literatura musical que la soporta.
El estilo coreográfico de Maillot es el resultado más reciente y, en síntesis, de lo que ha dejado el neoclasicismo balletístico junto a su particular selección de apuntes y detalles de los códigos de la danza contemporánea, acentos que se perciben tanto en las frases coreográficas como en la intención artística. Duplicando las formaciones o a veces jugando al espejo virtual, la obra gana en empaque y formato. Hoy, sábado, y mañana, domingo, aún puede verse en el Real esta elegante y buena velada de ballet moderno.
Babelia
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