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Columna
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Nueva York

Además de ser el corazón del capitalismo, como es percibida desde el rencor que generan muchas de las decisiones de sus dirigentes, Nueva York también es la capital de la libertad y quizá la única ciudad del mundo que cuenta con un monumento a la inmigración. Ambos símbolos se encuentran muy cerca de donde hasta el martes pasado estuvieron las dos columnas de acero y cristal del World Trade Center, y en cierto modo también fueron derribados por la acción del fanatismo. Sobre ninguna plataforma terrestre se han tolerado tanto la diversidad de razas como en Manhattan, acaso porque América también surgió como una segunda oportunidad para la humanidad, como una tabla rasa sin intereses creados ni valores sociales adquiridos. Para muchos inmigrantes, fuesen cristianos, budistas, musulmanes, agnósticos o ateos, el perfil de Nueva York fue la sensación más profunda de libertad jamás sentida. Los atentados del 11 de septiembre también afectaron a la raíz de este sentimiento. Hoy la población musulmana de esta ciudad, aunque sea de modo provisional, ha perdido ese derecho que obtuvieron todas las razas y religiones en Nueva York. Uno de los primeros síntomas del fanatismo es la pérdida de la perspectiva de la complejidad y la consiguiente confusión de la parte por el todo. El sistema americano ha auspiciado o protagonizado muchas atrocidades en el mundo, y puede que por esta razón algunos tardaron mucho en orientarse en la guerra de los Balcanes, puesto que los Estados Unidos no participaban en el conflicto. Pero ese mismo sistema ha permitido las mayores críticas y denuncias a sus atrocidades a través de sus periódicos y su cine, hasta el punto de llegar a perder sus propias guerras en el ejercicio de ese derecho. Incluso ha levantado mecanismos para derribar a sus gobernantes cuando se ciegan de poder. Todos esos instrumentos de defensa de la humanidad estaban en el espíritu de Nueva York. En cambio, un buen puñado de tipos que se tienen por demócratas no han podido reprimir estos días media sonrisa, aun a riesgo de proyectar su complicidad sobre regímenes feudales gobernados por la Inquisición, que someten al hombre y anulan a la mujer.

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