Nuestra guerra
Estoy en guerra: no sé contra quién. Es justa: la sociedad la ampara; y es legal: Estados Unidos sufre un acto de guerra y reclama el artículo 5 del pacto atlántico a sus aliados -uno, nosotros-, que aceptan y entran en guerra. Es la primera guerra de la OTAN (lo de Serbia, ya se sabe, no era guerra: era defensa de la paz). Los pacifistas estamos dentro y tenemos que dejar de serlo. Lo he visto mucho: al pacifista le matan los belicistas: le llaman enemigo, o traidor. Cumpliremos con el viejo deber. Empiezo por el grito moral: de ayuda: ancianos, mujeres, niños, primero. Yo y los míos.
El enemigo invisible, que dice Bush, es de un talento extraordinario. Ha realizado el primer acto de guerra sin armas que se conoce en la historia. Quizá unas navajas: dicen que degollaron a las azafatas para tomar los aviones. Diez mil muertos sin armas, pero con ese espíritu terrible del que va a morir para ir al Paraíso, que creen que es una continua orgía sexual: el mejor inventado. Me dejo llevar por la corriente de la culpabilidad islámica. Pero es que lo creo. Son los ofendidos y humillados.
En el idioma de Estados Unidos, desde hace muchos años, el terrorismo es sólo el árabe, o islámico. Lo de Irlanda, lo de España, apenas les importa, ni lo saben. El de Irlanda lo apoyan, por la enorme y laboriosa población irlandesa/americana: como el judío.
Una guerra sin armas: un secuestro simultáneo de cinco aviones en los aeropuertos comerciales más seguros. Organización, cálculo, adiestramiento, un dineral, de los que no se sabe que ninguna potencia árabe disponga, a no ser las amigas, las grandes petroleras. Diez mil muertos de los que no se ha visto ni uno en las mil cámaras.
El mejor país del mundo se queda sin teléfonos, su presidente, comandante en jefe, demudado, huye volando por medio país, emite por radio un mensaje que previamente había dado Reuters, y que luego salió cortado. Una ley de silencio que no cesa: no saben qué decir ni qué hacer. Y en esa guerra estamos usted y yo. Nos dicen que por la libertad, la democracia y la civilización: antes decían que era por dios o la igualdad. Yo tengo una solidaridad fuerte con estas víctimas, como con las anteriores de esta larga guerra: soy de ellos, soy un civil, con todo lo que significa esa palabra.
Han muerto sin saber por qué, en su trabajo civil: buenas o malas personas, jefes o subordinados, cada uno de su religión y muchos de ninguna. Serían, seguramente, pacifistas. Hermanos.
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