Una sencilla comedia

La fórmula es bien simple: juntar algunos actores jóvenes y con pinta de mostrencos, añadirles un par de chicas monas, contratar a un especialista en reciclar rostros televisivos en el cine (Dennis Dugan, antiguo actor: temible, el personaje) y hacer que, todos juntos, den a luz algo parecido a una colección de chistes de calibre grueso. Que no falten escupitajos, ni golpes; manchas de salsa y vomitonas, y a ser posible, que el lenguaje que se emplee se limite a lo básico: mucho 'tío', mucho 'joder', y así. Y por descontado, si se les va la olla con lo del machismo, no problem: como está destinado a públicos jóvenes, de esos que no piensan (de esos que, en realidad, no tienen que pensar), miel sobre hojuelas.

Pues eso es Tres idiotas y una bruja: una sarta insufrible de situaciones estúpidas protagonizadas por actores que tienen que hacer de estúpidos, escritas por dos que se creen graciosos (para la eternidad, sus nombres: Hank Nelken y Greg DePaul) y rodadas por alguien que tiene auténtica obsesión por parecer privado de cualquier virtud para situarse tras una cámara. Es patética, es penosa, es infame, pero sirve para algo: para demostrarnos hasta qué punto las distribuidoras multinacionales son capaces de tirarnos a los ojos basura y más basura. Usted mismo.