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Columna
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Tiempo de otoño

Durante los años ochenta, cuando la reconversión industrial estaba en su apogeo y las luchas obreras ocupaban buena parte del espacio político y de la atención de los analistas, solía hablarse, siempre a la vuelta del verano, de otoños calientes para describir un tiempo que supuestamente se avecinaba cargado de tensión, de movilizaciones y de protestas en las calles. Parecía que el periodo estival había sido un paréntesis en el que algunos habían disfrutado de sus vacaciones mientras otros se habían dedicado a preparar la estrategia capaz de hacer valer sus reivindicaciones.

Últimamente se ha puesto de moda hablar de inicio del curso político para referirse a la puesta en escena de los planes urdidos por las distintas formaciones en sus cuarteles de verano. De una u otra forma, el mes de septiembre siempre lleva consigo una carga de innovación, de cambio, en casi todos los ámbitos de la vida social y política. Este año de 2001, el otoño que ya se nos echa encima anuncia movimiento en la escena política, con la entrada de Izquierda Unida en el Gobierno vasco y la consiguiente resaca que el asunto va a producir en otros partidos políticos.

El hecho, en sí mismo, no tendría nada de especial si se valora desde la mera aritmética parlamentaria, pues los escaños aportados no alteran sustancialmente el panorama. Sin embargo, a casi nadie se le escapa la trascendencia de dicha entrada, más allá del reconocimiento que supone de la valiente apuesta realizada por IU para superar el frentismo, navegando en unas aguas más revueltas que las que el otro día presentaba el Cantábrico durante la Bandera de La Concha. Porque la incorporación de Izquierda Unida al Gobierno no sólo refuerza a la formación liderada por Javier Madrazo sino que, de rebote, obliga a PSE y PP a repensar su estrategia futura y, probablemente, a mover alguna ficha.

En vísperas de su anunciada Conferencia de otoño, la situación del PSE es, probablemente, la más complicada. Sin haber asimilado aún las consecuencias de los resultados del 13 de mayo, a los socialistas se les mete ahora más presión para decidir su estrategia futura, mientras que cada vez son más los militantes de ese partido que, en privado, muestran su descontento con la línea trazada por Redondo Terreros desde que decidió salir del Gobierno vasco e iniciar una oposición al nacionalismo basada en la alianza con el PP. Ciertamente, el planteamiento, la gestión y la dramática prolongación del Pacto de Lizarra, junto a la sangrienta ofensiva de ETA, cebándose en muchas ocasiones en dirigentes y militante socialistas para forzar su mayor alejamiento respecto al PNV, hizo que muchas gentes vieran como algo natural una alianza con el PP basada en algo tan primario como el propio derecho a existir y defender sus ideas sin ser asesinados por ello. Sin embargo, el nuevo talante demostrado por Ibarretxe y su Gobierno hacia el mundo de la violencia, junto al éxito de algunas operaciones de la Ertzaintza frente a ETA, ha modificado, si no los problemas de fondo, sí al menos las condiciones del debate sobre cómo enfrentarlos.

La disyuntiva socialista se complica, en el corto plazo, por las heridas abiertas durante los dos últimos años y la desconfianza generada en ese tiempo, cuestiones que siempre afectan a la serenidad y la lucidez de la reflexión. Pero, más allá de los sentimientos encontrados, hay algo que, hoy por hoy, parece atenazar todos los debates en el partido socialista respecto a la cuestión vasca: el miedo a que las decisiones que puedan tomarse amenacen la estrategia de alcanzar la Moncloa dentro de dos años. El PP parece haber comprobado que los exhortos a la unidad de España y las acusaciones de ceder al chantaje terrorista tienen el efecto de un hechizo capaz de bloquear cualquier aproximación del PSE a los nacionalistas. ¿Hasta cuando?

De momento, el otoño está ya ahí, a la vuelta de la esquina, y las hojas de los árboles comienzan a caer de forma inexorable. ¿Qué efectos acabará produciendo la entrada de Izquierda Unida en el Gobierno vasco? ¿Y los resultados de las elecciones gallegas? El otoño es también tiempo de espera. Esperemos pues.

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