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DIARIO DE MOHAMED (3)
Columna
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Intolerancia

Estoy desconcertado conmigo mismo. La semana pasada acabé la página de este diario con una frase que hoy se me ha vuelto extrañamente premonitoria: 'Siento que el mundo se está descomponiendo y que no podré hacer nada para evitarlo. Pero no se lo digo a nadie'. Eso escribí. Su verdadero sentido, sin embargo, no me ha llegado hasta hoy, cuando el mundo se estremece con los atentados terroristas que han herido gravemente al país más poderoso de la Tierra. La verdad es que estoy tan aturdido que no sé qué pensar.

He necesitado poner varias horas por medio. Esta mañana fui al instituto, a copiar la lista de libros obligatorios para primero de bachillerato. Luego me entretuve charlando con los que van a ser mis compañeros, todos más jóvenes que yo, puesto que yo he tenido que adaptarme en estos cinco años que llevo viviendo en Andalucía con mis padres adoptivos. Pero no me importa. Los conozco a casi todos de otras andanzas del pueblo, del fútbol principalmente. Y sólo a esta hora de la noche, cuando en la casa reina el silencio, me atrevo a abrir de nuevo este cuaderno.

Hoy la sobremesa ha sido más larga que de costumbre. Mis padres y mi hermano Juan Luís parecen más preocupados por mí que otras veces, cuando otros acontecimientos internacionales saben que se agitan en mi interior saharaui, en mis recuerdos infantiles, desierto y horror. Mi padre me ha señalado en el mapa dónde están las bases de Morón y de Rota. Luego se ha esforzado en ver la situación de forma más positiva, y como es un buen aficionado al cine, me ha estado hablando de una película norteamericana de 1916, llamada Intolerancia, de un tal Griffith. Por lo visto es una obra maestra. En ella, durante ocho horas, se pasa revista a las trágicas consecuencias de la intolerancia política, social y religiosa, a todo lo largo de la historia. Me gustaría verla. Y que la vieran todos los pueblos del mundo en las televisiones, que para eso están. Que todos los gobiernos se pusieran de acuerdo en eso, al menos. Sería un hermoso comienzo de una nueva era, pues es obvio que así no podemos continuar. Esto último es también una frase de mi padre, que ha añadido algo un poco más enigmático para mí: 'El discurso teórico de Occidente se está agotando otra vez'. Lo ha dicho con pesadumbre, pero también con un brillo fugaz en los ojos, multiplicado por sus gafas, como los relámpagos lejanos que se atisban en el horizonte de la Hamada, con la esperanza de lluvia. Y aunque la lluvia nunca llega a ese lugar agreste del desierto argelino, donde los seres humanos corren el riesgo de convertirse en escorpiones, sabemos que es necesaria para el mundo, y que algún día nos llegará a nosotros también. Es más, pienso que el ejemplo del pueblo saharaui sería bueno para ese comienzo. No somos fanáticos (nuestro islamismo es más bien cultural, un poco como el cristianismo del pueblo que tan generosamente me ha acogido, que fácilmente se convierte en fiesta). No somos proselitistas, pues no creemos estar en posesión de ninguna verdad absoluta. Nuestra idea de gobierno es la república democrática y... Qué raro. Han caído unas gotas sobre el cuaderno, y todavía no llueve.

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