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Columna
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La mochila

Antes las mochilas las acarreaban casi exclusivamente los exploradores, pero ahora las llevan, sobre todo, los escolares. Más que eso: la vida moderna se hilvana con visiones de jóvenes -o no jóvenes, pero resueltos, como Mercedes Milá- que portan mochilas por las calles. En general, este panorama de mochilas denota que el mundo no está nada quieto y sus renovados habitantes se desplazan de aquí para allá, en busca de destinos o de escaladas.

A lo largo de estos días empieza en varias comunidades el curso para los alumnos de primaria y enseguida se verán incontables niños provistos de la mochila repleta con los instrumentos de estudio. La tarea de aprender, que hace años se abordaba desde un infante dócil con la cartera colgando del brazo, se sustituye por esta disposición más agresiva y desprejuiciada. A la vieja acción de instruirse, formalista o ritual, le sigue esta otra, más deportiva e intrépida. Antes los alumnos iban orientados masivamente a hacerse empleados de banca o viajantes de comercio, mientras ahora aspiran a convertirse en agudos empresarios y veloces gestores financieros. La diferencia en el grado de riesgo que va de una ocupación a otra se proyecta sobre la naturaleza del continente donde transportan los libros y el bocadillo. Los primeros caminan apegados al suelo por el vector que, como una plomada, decide la estampa de la cartera. Por el contrario, los segundos tienen en la mochila la señal de que ya se han cargado el mundo a las espaldas y avanzan hacia otros parajes.

Los médicos manifiestan estos días cierta inquietud por los efectos del peso de la mochila sobre la columna vertebral. Es decir: el riesgo comienza enseguida y en el objeto mismo. La cartera fue conservadora, protocolaria, registrable, pero la mochila es un artículo diferente: proteico, guerrero o silvestre, una adición casi biológica donde se prolonga la personalidad, y quién sabe qué misteriosas identidades orgánicas ocultas bajo la ondulación de sus bultos. Los niños, en fin, que en otro tiempo acudían al colegio como una copia directa de oficinistas disciplinados, llegan ahora a las clases como pioneros, 'geos' o alpinistas errantes. Imprevisibles, rebeldes e incalculables aventureros.

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