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Columna
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Hablemos de autodeterminación

Si los hados no lo remedian, mucho me temo que vamos a pasar el curso que ahora comienza hablando de autodeterminación. Políticos y tertulianos nos van a aburrir durante meses con las bondades y maldades del consabido principio. Los problemas derivados de la globalización, las crecientes desigualdes, el desafío europeo, la inmigración y no digamos ya todo lo que tenga que ver con la cultura van a pasar a un segundo plano. Pero hace mucho que entendí que los problemas reales de la sociedad vasca no van a ocupar el lugar que merecen en la agenda de nuestros políticos hasta que solucionemos los problemas imaginarios. Así que me veo forzado a hablarles de autodeterminación. Espero no aburrirles yo también.

En democracia nadie puede negarse a hablar de nada, ni siquiera con los que niegan el mismo concepto de democracia. Quienes afirman que los nacionalistas vascos están haciendo el juego a ETA al abrir la caja de Pandora del soberanismo deberían preguntarse seriamente si no son ellos los que dan excusas a los terroristas al negarse a cuestionar siquiera en el plano teórico la unidad de España. ETA lleva asesinando durante un cuarto de siglo de democracia porque siempre ha sostenido que la Constitución no permite la autodeterminación del pueblo vasco. Quienes se niegan a hablar de independencia incluso cuando ésta es planteada democráticamente están dando argumentos a ETA.

En un Estado democrático una Constitución es una norma de gobierno para la convivencia de sus ciudadanos, no un texto sagrado de inspiración divina. Ni la unidad de España ni la independencia de Vasconia valen una sola vida humana. Mantener lo contrario es poner al Estado por encima de los individuos que lo constituyen. Una forma de totalitarismo.

Es absurdo sostener que el principio de autodeterminación sólo puede aplicarse a las colonias africanas y asiáticas viendo cómo se han modificado las fronteras de Europa en los últimos tres lustros. Pero los dirigentes de los partidos nacionalistas vascos deben explicarnos de una vez al conjunto de los ciudadanos qué pretenden realmente. ¿Sueñan con poner fronteras en el Adour y el Ebro? Porque si lo que desean es una Vasconia dentro de la Unión Europea y de la OTAN, sin fronteras, sin moneda, sin ejército ni soberanía efectiva ¿vale la pena todo este follón para cambiar poco más que la bandera? ¿De qué sirve acabar con el centralismo de Madrid y París si caemos de bruces en el de Bruselas?

El mismo concepto de autodeterminación es polisémico. Una cosa es su reconocimiento tácito, para lo que bastarían unas modificaciones formales de la Constitución de 1978 (y una mínima voluntad política para ello), y otra cosa muy distinta es el ejercicio de ese derecho. En este caso los abertzales deberían tener muy claro que Navarra y por supuesto las tres provincias vascofrancesas -está por ver qué pasaría con Álava- quedarían fuera del rimbombantemente bautizado como 'ámbito de decisión vasco'. Lo contrario sería la pura anexión de esos territorios contra la voluntad de la mayoría de sus habitantes. El ejercicio del derecho de autodeterminación así planteado significaría un paso más en la desarticulación de la Vasconia histórica. En el mismo momento en que Vizcaya-Guipúzcoa, con o sin Álava, consiguiera la independencia, los vascos de Navarra nos convertiríamos en extranjeros en nuestra propia tierra. Por ello mismo considero que el autodeterminismo es contrario al auténtico patriotismo vasco. Pero aun así creo con Rosa Luxemburgo que libertad significa siempre libertad de los que piensan de otra manera. Si la mayoría de los vizcainos, guipuzcoanos y en su caso alaveses quieren formar su propio Estado no seré yo quien se oponga.

Hablemos de autodeterminación. Hablemos de independencia. Hablemos de su coste, económico y humano, de sus consecuencias políticas. De la posibilidad real de desgarro que supondría para este país. De sus alternativas. Y una vez que sepamos de qué estamos hablando, si ésa es verdaderamente la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, adelante.

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