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Tribuna:
Tribuna
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El nacionalismo lastrado

Nadie puede negar el importante papel que el nacionalismo tiene que interpretar después de que los ciudadanos vascos se pronunciaran a su favor en las elecciones autonómicas del 13-M. Pero cabe preguntarse, después de cien días, si su partido mayoritario, el PNV, está dispuesto a liderar este nuevo tiempo; y si lo está, de qué modo lo va a hacer. Probablemente el nacionalismo en general, y el PNV en particular, han interpretado los resultados con escaso rigor, no han calibrado suficientemente la procedencia de sus votos y ni siquiera las razones ocultas que llevaron a bastantes vascos no nacionalistas a votarles en esta ocasión.

Desde que el PNV se escindiera a mediados de los ochenta, dando lugar a EA, han pasado muchas cosas. Sin embargo, sólo una alianza, formal o a escondidas, ha provisto de cierta estabilidad a las instituciones y sociedad vascas. La relación entre el PNV y los socialistas vascos no sólo ha tenido lugar para crear gobiernos de coalición sino para evitar maniobras de otros grupos políticos que pudieran poner en riesgo el poder en los ayuntamientos, diputaciones y otros organismos. Acuerdos de no agresión, de respeto a las mayorías, aunque fueran minoritarias, y otro tipo de acuerdos se han venido sucediendo, lo que ha dado cierta serenidad a la vida política, tan convulsionada en los últimos tiempos. Ahora es preciso preguntarse precisamente por las razones de tal convulsión generalizada, que impide acuerdos firmes, estables y duraderos; es decir, eficaces.

'El 13-M el electorado fue benevolente con el nacionalismo y le ha dado una nueva oportunidad'

La sociología del País Vasco es contundente y apenas permite digresiones. Nacionalistas y no nacionalistas se reparten el espacio a partes casi iguales desde el advenimiento de la democracia y mucho antes. Esta estructura se ha formado así por la adscripción al nacionalismo moderado del PNV de muchos vascos que, sintiéndose cómodos y satisfechos con la pertenencia de Euskadi al Estado español, creen que los vascos bien pueden administrarse a partir de un estatuto tan amplio y abierto como el de Gernika. Por tanto, no debe engañarse el nacionalismo cuando hace sus cuentas mediante una simple suma. Pero el nacionalismo vasco es un nacionalismo lastrado que hace equilibrios para, mediante dichos lastres, mantener y engordar su hegemonía, aunque mermando su eficacia y deteriorando su calidad y credibilidad.

El lastre más importante y peligroso es la incorporación de los nacionalismos violentos de EH (HB, Batasuna o como se les ocurra llamarse en el futuro) al sumando de los nacionalistas. Incluso en la interpretación de los resultados electorales del 13-M, todos los analistas han coincidido en ajustar el incremento de votos al PNV con el descenso de EH, en un análisis demasiado lógico que puede llevar al PNV a la radicalización por la avidez de captar nuevos disidentes de la formación independentista. El lastre es precisamente lo que lleva a esa tentación, porque a nadie se le oculta las diferencias que deben existir entre un partido nacionalista y una formación independentista. Cuando el escritor Javier Cercas recaba documentos y opiniones sobre el falangista Sánchez Mazas en Soldados de Salamina, topa con Miquel Aguirre, un catalán que afirma ser independentista y no ser nacionalista. Cuando el autor le pregunta cuál es la diferencia entre ambas cosas, responde: 'El nacionalismo es una ideología. Nefasta a mi juicio. El independentismo es una posibilidad. (...). Sobre el nacionalismo no se puede discutir; sobre el independentismo sí'. La independencia puede responder a un capricho e incluso a una visión utilitarista de una comunidad compartida de intereses, pero el nacionalismo no tiene por qué desembocar inevitablemente en la independencia. Hay otra serie de características que forman parte de la creencia e ideología nacionalistas y que pudieran no ser enfatizadas por un independentista. He ahí el primer lastre: incorporar al acervo ideológico lo que sólo es una posibilidad.

El segundo lastre lo constituye la alianza firmada con EA, que respondió en principio a la consecución de mayorías en las instituciones y desembocó finalmente en acuerdos de gobierno que parecen eternos. ¿Qué aporta EA, salvo inestabilidad, al nacionalismo? Recientemente, el dirigente de EA Rafael Larreina decía que el referéndum de autodeterminación debe desarrollarse 'ya', y lo decía en el mismo periódico en el que, dos días antes, los líderes del PNV afirmaban que el proceso no puede abrirse en esta legislatura, y mucho menos en esta situación. ¿Qué es lo que mueve a EA hacia esa estrategia que no sea la simple supervivencia como formación política, abriéndose un espacio a codazos? Sin embargo, el nacionalismo se ve arrastrado hacia esos espacios en que no cabe el entendimiento con el no nacionalismo.

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Ambos lastres fueron cargados en la misma operación: el Pacto de Lizarra. Esa debe ser considerada la más grave aberración cometida por el nacionalismo, con unas consecuencias dolorosas para todos los vascos. En esa operación se produjo una alianza que se inició con la presentación de listas conjuntas del PNV y EA en los ayuntamientos para superar las mayorías socialistas que pudieran resultar insuficientes; y se culminó con los acuerdos entre los tres partidos nacionalistas para hacerse con el mayor número de ayuntamientos que, posteriormente, debían formar Udalbiltza, que ya parece defenestrada. Entonces el electorado fue justo volcándose a favor de dirigentes socialistas allí donde la alianza antinatural PNV-EA les amenazaba. El 13-M el electorado se ha mostrado benevolente con el nacionalismo y le ha dado una nueva oportunidad, pero el PNV tiene que responder con cordura, librándose de esos lastres tan poco edificantes, si no cuantitativa sí cualitativamente.

Euskadi puede ser gobernada sólo por el nacionalismo, aunque no sea la fórmula más idónea para fomentar la transigencia y la tolerancia que tanta falta nos hacen. Pero ha de serlo por un nacionalismo que no esté lastrado por quienes solo desean sacar beneficios, aunque sea a costa de la paz, la seguridad de los no nacionalistas y la credibilidad de las instituciones.Nadie puede negar el importante papel que el nacionalismo tiene que interpretar después de que los ciudadanos vascos se pronunciaran a su favor en las elecciones autonómicas del 13-M. Pero cabe preguntarse, después de cien días, si su partido mayoritario, el PNV, está dispuesto a liderar este nuevo tiempo; y si lo está, de qué modo lo va a hacer. Probablemente el nacionalismo en general, y el PNV en particular, han interpretado los resultados con escaso rigor, no han calibrado suficientemente la procedencia de sus votos y ni siquiera las razones ocultas que llevaron a bastantes vascos no nacionalistas a votarles en esta ocasión.

Desde que el PNV se escindiera a mediados de los ochenta, dando lugar a EA, han pasado muchas cosas. Sin embargo, sólo una alianza, formal o a escondidas, ha provisto de cierta estabilidad a las instituciones y sociedad vascas. La relación entre el PNV y los socialistas vascos no sólo ha tenido lugar para crear gobiernos de coalición sino para evitar maniobras de otros grupos políticos que pudieran poner en riesgo el poder en los ayuntamientos, diputaciones y otros organismos. Acuerdos de no agresión, de respeto a las mayorías, aunque fueran minoritarias, y otro tipo de acuerdos se han venido sucediendo, lo que ha dado cierta serenidad a la vida política, tan convulsionada en los últimos tiempos. Ahora es preciso preguntarse precisamente por las razones de tal convulsión generalizada, que impide acuerdos firmes, estables y duraderos; es decir, eficaces.

La sociología del País Vasco es contundente y apenas permite digresiones. Nacionalistas y no nacionalistas se reparten el espacio a partes casi iguales desde el advenimiento de la democracia y mucho antes. Esta estructura se ha formado así por la adscripción al nacionalismo moderado del PNV de muchos vascos que, sintiéndose cómodos y satisfechos con la pertenencia de Euskadi al Estado español, creen que los vascos bien pueden administrarse a partir de un estatuto tan amplio y abierto como el de Gernika. Por tanto, no debe engañarse el nacionalismo cuando hace sus cuentas mediante una simple suma. Pero el nacionalismo vasco es un nacionalismo lastrado que hace equilibrios para, mediante dichos lastres, mantener y engordar su hegemonía, aunque mermando su eficacia y deteriorando su calidad y credibilidad.

El lastre más importante y peligroso es la incorporación de los nacionalismos violentos de EH (HB, Batasuna o como se les ocurra llamarse en el futuro) al sumando de los nacionalistas. Incluso en la interpretación de los resultados electorales del 13-M, todos los analistas han coincidido en ajustar el incremento de votos al PNV con el descenso de EH, en un análisis demasiado lógico que puede llevar al PNV a la radicalización por la avidez de captar nuevos disidentes de la formación independentista. El lastre es precisamente lo que lleva a esa tentación, porque a nadie se le oculta las diferencias que deben existir entre un partido nacionalista y una formación independentista. Cuando el escritor Javier Cercas recaba documentos y opiniones sobre el falangista Sánchez Mazas en Soldados de Salamina, topa con Miquel Aguirre, un catalán que afirma ser independentista y no ser nacionalista. Cuando el autor le pregunta cuál es la diferencia entre ambas cosas, responde: 'El nacionalismo es una ideología. Nefasta a mi juicio. El independentismo es una posibilidad. (...). Sobre el nacionalismo no se puede discutir; sobre el independentismo sí'. La independencia puede responder a un capricho e incluso a una visión utilitarista de una comunidad compartida de intereses, pero el nacionalismo no tiene por qué desembocar inevitablemente en la independencia. Hay otra serie de características que forman parte de la creencia e ideología nacionalistas y que pudieran no ser enfatizadas por un independentista. He ahí el primer lastre: incorporar al acervo ideológico lo que sólo es una posibilidad.

El segundo lastre lo constituye la alianza firmada con EA, que respondió en principio a la consecución de mayorías en las instituciones y desembocó finalmente en acuerdos de gobierno que parecen eternos. ¿Qué aporta EA, salvo inestabilidad, al nacionalismo? Recientemente, el dirigente de EA Rafael Larreina decía que el referéndum de autodeterminación debe desarrollarse 'ya', y lo decía en el mismo periódico en el que, dos días antes, los líderes del PNV afirmaban que el proceso no puede abrirse en esta legislatura, y mucho menos en esta situación. ¿Qué es lo que mueve a EA hacia esa estrategia que no sea la simple supervivencia como formación política, abriéndose un espacio a codazos? Sin embargo, el nacionalismo se ve arrastrado hacia esos espacios en que no cabe el entendimiento con el no nacionalismo.

Ambos lastres fueron cargados en la misma operación: el Pacto de Lizarra. Esa debe ser considerada la más grave aberración cometida por el nacionalismo, con unas consecuencias dolorosas para todos los vascos. En esa operación se produjo una alianza que se inició con la presentación de listas conjuntas del PNV y EA en los ayuntamientos para superar las mayorías socialistas que pudieran resultar insuficientes; y se culminó con los acuerdos entre los tres partidos nacionalistas para hacerse con el mayor número de ayuntamientos que, posteriormente, debían formar Udalbiltza, que ya parece defenestrada. Entonces el electorado fue justo volcándose a favor de dirigentes socialistas allí donde la alianza antinatural PNV-EA les amenazaba. El 13-M el electorado se ha mostrado benevolente con el nacionalismo y le ha dado una nueva oportunidad, pero el PNV tiene que responder con cordura, librándose de esos lastres tan poco edificantes, si no cuantitativa sí cualitativamente.

Euskadi puede ser gobernada sólo por el nacionalismo, aunque no sea la fórmula más idónea para fomentar la transigencia y la tolerancia que tanta falta nos hacen. Pero ha de serlo por un nacionalismo que no esté lastrado por quienes solo desean sacar beneficios, aunque sea a costa de la paz, la seguridad de los no nacionalistas y la credibilidad de las instituciones.

Josu Montalbán es portavoz del PSE-EE en las Juntas Generales de Vizcaya.

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