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Reportaje:BÉISBOL

El samuray del bate

El japonés Ichiro Suzuki se convierte en la gran estrella de los Mariners de Seattle y de la Liga norteamericana

Decir Seattle es decir bruma. La neblina envuelve sin descanso a la atractiva ciudad de la punta noroeste de Estados Unidos. Pero una estrella más grande que el sol brilla sin parar en Safeco Field, el estadio de los Mariners, el equipo de béisbol. Con su juego, Ichiro Suzuki hace recordar a los aficionados los grandes nombres del pasado. Y el fulgor llega hasta Japón, donde grupos de aficionados invierten casi medio millón de pesetas en tres días de turismo para ver jugar dos noches a su estrella, descendiente, dicen, de una línea de samurais que se remonta al siglo XII.

Ichiro, como es conocido en Japón y Estados Unidos, fichó en diciembre por los Mariners, un equipo curiosamente vinculado al país del Sol Naciente. El año anterior, Kazuhiro Sasaki obtuvo el título de novato del año y hace nueve el béisbol de Seattle sacudió la Liga al ceder el control de la propiedad del club al presidente de Nintendo. La llegada de Suzuki era, pues, cuestión de tiempo. El jugador pasaba por ser uno de los mejores y había encabezado durante siete años las estadísticas como bateador en el torneo del Pacífico, uno de los dos japoneses. Ahora, a sus 27 años, ha llegado a la primera Liga del mundo a cambio de 29 millones de dólares (unos 5.500 millones de pesetas) por tres temporadas.

Ha sido el negocio deportivo de la historia para los Mariners, para Seattle y para el jugador. Desde que en abril comenzó la competición, Ichiro no ha dejado de maravillar. Se le tiene por un compuesto de los mejores especialistas del lanzamiento (a casi 150 kilómetros por hora), la captura, la carrera, el robo de bases, el bateo y los análisis del juego. Superman jugando al béisbol. Los Mariners son campeones de su grupo y sus estadísticas, al igual que las de Ichiro, están a años luz del resto, camino de batir el récord de las 114 victorias logradas en una campaña por los Yankees neoyorquinos en 1998.

Por si los resultados deportivos no fueran suficiente fantasía, al equipo le cuadran todos los números. Las ventas de mercadotecnia se han incrementado un 100%; los partidos son televisados en directo a Japón y hasta Amazon ha abierto una línea especial en el país asiático para dar satisfacción a su insaciable demanda de Ichiro.

Y para Seattle ha sido un boom turístico. Miles de japoneses se han aflojado generosamente la cartera en un largo vuelo y una corta estancia para ver de cerca a su astro. Lo que para California son Disneylandia y los Estudios Universal lo son los Mariners para el Estado de Washington desde el punto de vista japonés.

Ichiro es la sensación. Discreto en sus manifestaciones, ni siquiera cuando a principios de temporada fue alcanzado por una moneda en la cabeza en Oakland levantó la voz. En la conferencia de prensa, su intérprete le tradujo: 'Me dio algo lanzado desde la tribuna'. Inmediatamente, tras un comentario al oído el jugador, rectificó: 'Ichiro dijo: 'Algo cayó del cielo y le golpeó'.

En Japón los triunfos de Ichiro tienen un sabor agridulce. Que un japonés triunfe en la Meca deportiva produce inenarrable satisfacción nacionalista. Su fuerza, discreción, empuje y resistencia se vinculan a las raíces, 65 generaciones atrás, de un gran samurai y, por lo tanto, ejemplo para Estados Unidos de lo mejor de los nipones.

Pero esos triunfos también se ven como una amenaza para el béisbol local, que no aguanta la comparación con el producto genuino. Los aficionados están abandonando los estadios y las transmisiones televisivas locales decaen mientras que no menos 20 informadores siguen a diario a los Mariners.

Un síntoma del riesgo de desertización deportiva lo constituyó el fichaje de Tsuyoshi Shinjo. El jugador, lejos de Ichiro, cambió un contrato de 12 millones de dólares (unos 2.280 millones de pesetas) por cinco años en Japón por otro de 400.000 dólares (76 millones) por uno en los Mets de Nueva York.

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