El laberinto de Camacho
El dueño de Gescartera manipuló a clientes y funcionarios en el mayor escándalo financiero del PP
Siempre, incluso en las farsas más disparatadas, algo que el caso Gescartera ha rozado en diversas ocasiones este verano, existe un raro momento en el que, excepcionalmente y sólo por un instante, se deja entrever la verdad, desnuda. Uno de esos momentos se produjo, probablemente, durante la última declaración que el principal imputado, Antonio Camacho, realizó ante la juez del caso el pasado 9 de agosto, día jueves:
-Hay un momento clave en la vida mía, y por favor, lo que sí rogaría es que eso no se fuera..., al menos que no salga todo esto este fin de semana..., que es cuando mi padre contrae el cáncer y cuando yo estoy con él en Pamplona, que es cuando coincide con una de las supervisiones de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), con un enfrentamiento muy directo, o sea, con una situación muy violenta que ocurrió, y fue cuando mi padre, allí en Pamplona, recibiendo la quimioterapia, pues me puso más al día de todo esto.
Un amigo de la infancia relata que, de niño, era 'el dueño del colegio'; allí entabló amistad con los curas y con el director, es decir, con el poder
Todo esto, la expresión que utiliza Camacho, gran hacedor de eufemismos, como revelará su declaración, folio tras folio, quiere decir todo lo siguiente: 18.000 millones de pesetas evaporados, más de 2.000 clientes de una agencia de valores afectados, la credibilidad de las instituciones encargadas de la vigilancia (con la CNMV y los Ministerios de Economía y Hacienda al frente) bajo sospecha, funcionarios y ex diputados del PP que aceptan regalos, un descrédito que poco a poco comienza a salpicar la imagen de España en los grandes periódicos internacionales (Le Monde, Financial Times), y en definitiva, el mayor escándalo político-financiero desde que José María Aznar y el Partido Popular han llegado al Gobierno.
Shakespeare dice que 'es de tontos confiar en la salud de un caballo, o en el juramento de una puta'. Tampoco parece razonable creer a pies juntillas la declaración de un imputado. Y de hecho, una lectura atenta de los más de 60 folios de la declaración de ese día ante la juez Teresa Palacios, en la Audiencia Nacional, muestra como Antonio Camacho trata una y otra vez de esconder la verdad, de enredarla con palabras, de ocultar sus responsabilidades, las de sus amigos. De enmascarar la operativa sobre cómo una agencia de valores, supuestamente vigilada de cerca por la CNMV, ha logrado estafar a la Mutualidad de la Policía, a la Armada, a arzobispados diversos, a monjas, a curas. Pero cuando habla de su vida privada, sus palabras tienen una extraña resonancia de sinceridad:
-O sea, yo llevo 17 años de mi vida, pues, horrorizado.
¿Por qué 17 años? Camacho, el broker de vida deslumbrante, de los 100 trajes de Armani, de los coches de lujo, del tren de vida irrefrenable, intuye, desde el día en que entra a trabajar con su padre, que no sabe nada de mercados financieros. Que no tiene intuición para las operaciones en Bolsa. Que ha vivido una vida de lujo e irresponsabilidad y que, quizá lo más dramático, nunca va a estar a la altura de su padre, que es quien lleva el negocio.
Pero durante esos 17 años, sabe que un día heredará la empresa, algo para lo que nunca ha estado preparado.
-Yo, al fin y al cabo soy un don nadie. El reconocimiento profesional era de mi padre, y era el mejor profesional que yo he conocido, independientemente de que sea mi padre. Pero eso era conocido perfectamente por el mercado.
Así que, desde niño, Camacho ha tratado de compensar estas insuficiencias como fuese: aparentando, comprando voluntades, seduciendo, corrompiendo si hacía falta. Un amigo suyo de la infancia relata que en el colegio al que acudió, el de los padres Capuchinos, en Santa María de la Cabeza, en Madrid, entabló amistad con los curas más jóvenes, con el director de la institución, con el poder, en definitiva. Llegó a dirigir el periódico del colegio. Se mezclaba poco con sus compañeros. 'Le llamábamos el dueño del colegio', afirma su antiguo amigo.
Años después, aplicará metódicamente estas cualidades en asuntos más graves. Y en instituciones que, por principio, deberían de haber puesto límite a estos acercamientos. Camacho consigue que Enrique Giménez-Reyna, a la sazón secretario de Estado de Hacienda, le organice dos comidas con Pilar Valiente, presidenta de la CNMV.
Y Valiente acude. Acude además con otro cargo importantísimo del organismo, cuya tarea, en principio, es vigilar al propio Camacho, tras los enfrentamientos que éste ha tenido con los técnicos de la comisión, que han descubierto las irregularidades de Gescartera, en la que faltan ya miles de millones de pesetas.
En esos almuerzos a finales del año pasado y a principios de este, comparte mantel con Antonio Alonso Ureba, secretario del consejo de la CNMV. Antonio Alonso Ureba, de quien depende en gran parte el futuro de Gescartera, según lo que se decida en la cúpula de la CNMV, es hermano de un abogado cuyo despacho ha sido contratado por Camacho. Éste, además, afirma que es amigo personal de Antonio Botella, hoy director de Supervisión de la CNMV. Regala un reloj de dos millones de pesetas a Luis Ramallo, ex diputado del PP y vicepresidente de la Comisión hasta octubre del año pasado. Envía regalos comprados en tiendas de lujo de Madrid a la propia Pilar Valiente, que ésta no acepta, según ha declarado. Trata de convertirse en el dueño de la CNMV, como antaño lo fue de su colegio. No sabrá de mercados financieros, como afirma ante la juez:
-Porque yo, técnicamente, en eso, no estoy yo preparado.
Pero lo que sí sabe hacer bien es torcer voluntades. Hasta el punto de que, aparentemente, ha logrado en los dos años anteriores casi todo lo que se ha propuesto: que David Vives, el director de supervisión que ha descubierto la verdad de Gescartera, deje el caso, que pasa precisamente a manos de Antonio Botella. Que los inspectores dirigidos por este último den por buenos en noviembre de 1999 unos certificados falsos de La Caixa que tapan un agujero de 4.000 millones de pesetas. Que la CNMV no le intervenga Gescartera ese año, pese a su grave situación y al incumplimiento reiterado de sus promesas.
Ante la juez, de nuevo con un imaginativo uso del español, Camacho reconoce el grado de cumplimiento que ha otorgado a las sugerencias de las autoridades:
-Ahí, en ese sentido, pues cumplimos con caso omiso lo que la Comisión ordenó.
Haga lo que haga, lo que nunca le ha fallado a Camacho es la intuición. Pilar Giménez-Reyna fue durante muchos años una comercial, más o menos oscura, de Gescartera, hasta el momento en el que su hermano, Enrique Giménez-Reyna, comienza a ascender en el Ministerio de Hacienda. Y, en paralelo, lo hace Pilar. Cuando Giménez-Reyna es nombrado secretario de Estado de Hacienda, Camacho ve la gran oportunidad.
Pilar Giménez-Reyna pasa rápidamente a vicepresidenta de Gescartera e inmediatamente a presidenta. Algo parecido sucecde con sus clientes. Tras el triunfo del PP en las elecciones de 1996, la base de clientes se amplía de forma espectacular: asociaciones religiosas, arzobispados, empresas públicas. La derecha tradicional, ahora en el poder, ofrece muchas posibilidades. También sus conexiones con periodistas económicos, que a su vez amplían su radio de operación. Se trata de aprovecharlas a fondo. De explotar las conexiones (fichó a dos técnicos de la CNMV). De recurrir a amigos. De tener conocidos en el Gobierno. Y todo eso, Camacho lo tiene.
El dueño de Gescartera no parece encontrar trabas legales. Mientras cumple con caso omiso las indicaciones de la CNMV, sin que suceda nada, el consejo de este organismo celebra el 16 de abril de 1999 una reunión clave para Gescartera, y que, vista en retrospectiva, parece destinada a convertirse en uno de los mayores problemas políticos del Gobierno en este caso en cuanto arranque la comisión de investigación del Parlamento, junto a la actuación de Enrique Giménez-Reyna.
Ese día, los consejeros de la CNMV tienen un 'documento de trabajo' elaborado por David Vives, que durante tres meses ha estado investigando en profundidad a Gescartera. El documento, según todas las fuentes consultadas, es demoledor.
En los tres meses anteriores, Vives ha acumulado evidencias del desfalco en Gescartera. Sospecha que faltan miles de millones de pesetas. Que Camacho falsifica documentos bancarios. Que no hay más remedio que intervenir la agencia.
Todo eso explota en una reunión en la sede de la CNMV en Madrid el 30 de marzo de 1999, a la que acuden Vives y siete de sus inspectores, por una parte, y Camacho y su equipo, de otra. El encuentro resulta 'tensísimo y muy desagradable', según el relato de uno de los asistentes. Y para cuando acaba, Vives tiene las pruebas que confirman sus sospechas: Camacho falsifica documentos bancarios.
Quince días después, sin embargo, el consejo de la CNMV delibera sobre el caso y en lugar de intervenir Gescartera, aprueba simplemente 'reforzar' la vigilancia. Vives pierde después el caso, que pasa a Antonio Botella, de quien Camacho presumirá luego ser amigo. Botella es ascendido a director general de Supervisión por Pilar Valiente, en cuanto el Gobierno la nombra presidenta de la CNMV. Vives abandona la institución.
En esos meses, el descontrol se ha acelerado en Gescartera. Camacho y sus colaboradores se dedican a li quidar a toda velocidad las inversiones de la empresa en Bolsa. Y el dinero inicia una senda misteriosa, que hasta ahora nadie ha podido determinar con precisión. Todas las pistas han resultado falsas. Todos los caminos, sin salida. Martin Investment, la primera esperanza de encontrar parte de los 18.000 millones en Delaware (EE UU), no es más que un invento, torpemente urdido, de Camacho:
-Martin Investment fue, o sea, vamos a ver. Martin Investment es una de las miles de sociedades que se venden a nivel internacional y vas a un despacho, incluso al colegio de abogados y compras cualquier sociedad de éstas, o sea, que eso no es, ... o sea, yo asumo toda la responsabilidad de todo esto, su señoría.
Sociedades fantasma en el paríso fiscal de Jersey, como Euroinvestment (UK) o Stock Selection, en las que inicialmente se sospechó que podía estar oculto el dinero, se revelan también como cascarones vacíos, sin actividad, fundadas originalmente por Camacho. Lo que indica que, en lo que de verdad sobresale Camacho, es en borrar sus propias huellas.Siempre, incluso en las farsas más disparatadas, algo que el caso Gescartera ha rozado en diversas ocasiones este verano, existe un raro momento en el que, excepcionalmente y sólo por un instante, se deja entrever la verdad, desnuda. Uno de esos momentos se produjo, probablemente, durante la última declaración que el principal imputado, Antonio Camacho, realizó ante la juez del caso el pasado 9 de agosto, día jueves:
-Hay un momento clave en la vida mía, y por favor, lo que sí rogaría es que eso no se fuera..., al menos que no salga todo esto este fin de semana..., que es cuando mi padre contrae el cáncer y cuando yo estoy con él en Pamplona, que es cuando coincide con una de las supervisiones de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), con un enfrentamiento muy directo, o sea, con una situación muy violenta que ocurrió, y fue cuando mi padre, allí en Pamplona, recibiendo la quimioterapia, pues me puso más al día de todo esto.
Todo esto, la expresión que utiliza Camacho, gran hacedor de eufemismos, como revelará su declaración, folio tras folio, quiere decir todo lo siguiente: 18.000 millones de pesetas evaporados, más de 2.000 clientes de una agencia de valores afectados, la credibilidad de las instituciones encargadas de la vigilancia (con la CNMV y los Ministerios de Economía y Hacienda al frente) bajo sospecha, funcionarios y ex diputados del PP que aceptan regalos, un descrédito que poco a poco comienza a salpicar la imagen de España en los grandes periódicos internacionales (Le Monde, Financial Times), y en definitiva, el mayor escándalo político-financiero desde que José María Aznar y el Partido Popular han llegado al Gobierno.
Shakespeare dice que 'es de tontos confiar en la salud de un caballo, o en el juramento de una puta'. Tampoco parece razonable creer a pies juntillas la declaración de un imputado. Y de hecho, una lectura atenta de los más de 60 folios de la declaración de ese día ante la juez Teresa Palacios, en la Audiencia Nacional, muestra como Antonio Camacho trata una y otra vez de esconder la verdad, de enredarla con palabras, de ocultar sus responsabilidades, las de sus amigos. De enmascarar la operativa sobre cómo una agencia de valores, supuestamente vigilada de cerca por la CNMV, ha logrado estafar a la Mutualidad de la Policía, a la Armada, a arzobispados diversos, a monjas, a curas. Pero cuando habla de su vida privada, sus palabras tienen una extraña resonancia de sinceridad:
-O sea, yo llevo 17 años de mi vida, pues, horrorizado.
¿Por qué 17 años? Camacho, el broker de vida deslumbrante, de los 100 trajes de Armani, de los coches de lujo, del tren de vida irrefrenable, intuye, desde el día en que entra a trabajar con su padre, que no sabe nada de mercados financieros. Que no tiene intuición para las operaciones en Bolsa. Que ha vivido una vida de lujo e irresponsabilidad y que, quizá lo más dramático, nunca va a estar a la altura de su padre, que es quien lleva el negocio.
Pero durante esos 17 años, sabe que un día heredará la empresa, algo para lo que nunca ha estado preparado.
-Yo, al fin y al cabo soy un don nadie. El reconocimiento profesional era de mi padre, y era el mejor profesional que yo he conocido, independientemente de que sea mi padre. Pero eso era conocido perfectamente por el mercado.
Así que, desde niño, Camacho ha tratado de compensar estas insuficiencias como fuese: aparentando, comprando voluntades, seduciendo, corrompiendo si hacía falta. Un amigo suyo de la infancia relata que en el colegio al que acudió, el de los padres Capuchinos, en Santa María de la Cabeza, en Madrid, entabló amistad con los curas más jóvenes, con el director de la institución, con el poder, en definitiva. Llegó a dirigir el periódico del colegio. Se mezclaba poco con sus compañeros. 'Le llamábamos el dueño del colegio', afirma su antiguo amigo.
Años después, aplicará metódicamente estas cualidades en asuntos más graves. Y en instituciones que, por principio, deberían de haber puesto límite a estos acercamientos. Camacho consigue que Enrique Giménez-Reyna, a la sazón secretario de Estado de Hacienda, le organice dos comidas con Pilar Valiente, presidenta de la CNMV.
Y Valiente acude. Acude además con otro cargo importantísimo del organismo, cuya tarea, en principio, es vigilar al propio Camacho, tras los enfrentamientos que éste ha tenido con los técnicos de la comisión, que han descubierto las irregularidades de Gescartera, en la que faltan ya miles de millones de pesetas.
En esos almuerzos a finales del año pasado y a principios de este, comparte mantel con Antonio Alonso Ureba, secretario del consejo de la CNMV. Antonio Alonso Ureba, de quien depende en gran parte el futuro de Gescartera, según lo que se decida en la cúpula de la CNMV, es hermano de un abogado cuyo despacho ha sido contratado por Camacho. Éste, además, afirma que es amigo personal de Antonio Botella, hoy director de Supervisión de la CNMV. Regala un reloj de dos millones de pesetas a Luis Ramallo, ex diputado del PP y vicepresidente de la Comisión hasta octubre del año pasado. Envía regalos comprados en tiendas de lujo de Madrid a la propia Pilar Valiente, que ésta no acepta, según ha declarado. Trata de convertirse en el dueño de la CNMV, como antaño lo fue de su colegio. No sabrá de mercados financieros, como afirma ante la juez:
-Porque yo, técnicamente, en eso, no estoy yo preparado.
Pero lo que sí sabe hacer bien es torcer voluntades. Hasta el punto de que, aparentemente, ha logrado en los dos años anteriores casi todo lo que se ha propuesto: que David Vives, el director de supervisión que ha descubierto la verdad de Gescartera, deje el caso, que pasa precisamente a manos de Antonio Botella. Que los inspectores dirigidos por este último den por buenos en noviembre de 1999 unos certificados falsos de La Caixa que tapan un agujero de 4.000 millones de pesetas. Que la CNMV no le intervenga Gescartera ese año, pese a su grave situación y al incumplimiento reiterado de sus promesas.
Ante la juez, de nuevo con un imaginativo uso del español, Camacho reconoce el grado de cumplimiento que ha otorgado a las sugerencias de las autoridades:
-Ahí, en ese sentido, pues cumplimos con caso omiso lo que la Comisión ordenó.
Haga lo que haga, lo que nunca le ha fallado a Camacho es la intuición. Pilar Giménez-Reyna fue durante muchos años una comercial, más o menos oscura, de Gescartera, hasta el momento en el que su hermano, Enrique Giménez-Reyna, comienza a ascender en el Ministerio de Hacienda. Y, en paralelo, lo hace Pilar. Cuando Giménez-Reyna es nombrado secretario de Estado de Hacienda, Camacho ve la gran oportunidad.
Pilar Giménez-Reyna pasa rápidamente a vicepresidenta de Gescartera e inmediatamente a presidenta. Algo parecido sucecde con sus clientes. Tras el triunfo del PP en las elecciones de 1996, la base de clientes se amplía de forma espectacular: asociaciones religiosas, arzobispados, empresas públicas. La derecha tradicional, ahora en el poder, ofrece muchas posibilidades. También sus conexiones con periodistas económicos, que a su vez amplían su radio de operación. Se trata de aprovecharlas a fondo. De explotar las conexiones (fichó a dos técnicos de la CNMV). De recurrir a amigos. De tener conocidos en el Gobierno. Y todo eso, Camacho lo tiene.
El dueño de Gescartera no parece encontrar trabas legales. Mientras cumple con caso omiso las indicaciones de la CNMV, sin que suceda nada, el consejo de este organismo celebra el 16 de abril de 1999 una reunión clave para Gescartera, y que, vista en retrospectiva, parece destinada a convertirse en uno de los mayores problemas políticos del Gobierno en este caso en cuanto arranque la comisión de investigación del Parlamento, junto a la actuación de Enrique Giménez-Reyna.
Ese día, los consejeros de la CNMV tienen un 'documento de trabajo' elaborado por David Vives, que durante tres meses ha estado investigando en profundidad a Gescartera. El documento, según todas las fuentes consultadas, es demoledor.
En los tres meses anteriores, Vives ha acumulado evidencias del desfalco en Gescartera. Sospecha que faltan miles de millones de pesetas. Que Camacho falsifica documentos bancarios. Que no hay más remedio que intervenir la agencia.
Todo eso explota en una reunión en la sede de la CNMV en Madrid el 30 de marzo de 1999, a la que acuden Vives y siete de sus inspectores, por una parte, y Camacho y su equipo, de otra. El encuentro resulta 'tensísimo y muy desagradable', según el relato de uno de los asistentes. Y para cuando acaba, Vives tiene las pruebas que confirman sus sospechas: Camacho falsifica documentos bancarios.
Quince días después, sin embargo, el consejo de la CNMV delibera sobre el caso y en lugar de intervenir Gescartera, aprueba simplemente 'reforzar' la vigilancia. Vives pierde después el caso, que pasa a Antonio Botella, de quien Camacho presumirá luego ser amigo. Botella es ascendido a director general de Supervisión por Pilar Valiente, en cuanto el Gobierno la nombra presidenta de la CNMV. Vives abandona la institución.
En esos meses, el descontrol se ha acelerado en Gescartera. Camacho y sus colaboradores se dedican a li quidar a toda velocidad las inversiones de la empresa en Bolsa. Y el dinero inicia una senda misteriosa, que hasta ahora nadie ha podido determinar con precisión. Todas las pistas han resultado falsas. Todos los caminos, sin salida. Martin Investment, la primera esperanza de encontrar parte de los 18.000 millones en Delaware (EE UU), no es más que un invento, torpemente urdido, de Camacho:
-Martin Investment fue, o sea, vamos a ver. Martin Investment es una de las miles de sociedades que se venden a nivel internacional y vas a un despacho, incluso al colegio de abogados y compras cualquier sociedad de éstas, o sea, que eso no es, ... o sea, yo asumo toda la responsabilidad de todo esto, su señoría.
Sociedades fantasma en el paríso fiscal de Jersey, como Euroinvestment (UK) o Stock Selection, en las que inicialmente se sospechó que podía estar oculto el dinero, se revelan también como cascarones vacíos, sin actividad, fundadas originalmente por Camacho. Lo que indica que, en lo que de verdad sobresale Camacho, es en borrar sus propias huellas.
La claridad de la prisión
Ante la juez, en la Audiencia Nacional, el pasado 9 de agosto, Antonio Camacho caminó por la cuerda floja durante varias horas, en las que quiso hacer creer que quería explicar todo lo sucedido, pero no pudo. -El objeto de esta declaración voluntaria es hacer una rectificación con la primera que hice en este juzgado, y embarcar el establecimiento del desfase patrimonial acontecido en Gescartera. 'Embarcar el establecimiento del desfase' constituye una fórmula extraña cuando se quiere explicar la verdad. Lo cierto es que Camacho afirma que la prisión le ha hecho reflexionar y quiere contar lo sucedido en Gescartera 'con toda la claridad concisa que me permite también el hecho de estar ahora mismo en prisión'. Pero una y otra vez fracasa en su intento de lograr claridad, pese a su aparente sinceridad. Su gran defensa es el desconocimiento. Y el hecho de que su padre, José Camacho, era de verdad quién llevaba la compañía hasta su muerte en el año 1999. -Yo, al final, su señoría, cuando yo cojo las riendas, o sea, no las riendas, es decir, yo... desconozco mi responsabilidad, mi material, en fin, todo esto (...) Porque realmente, o sea, el alma de todo esto y el gran profesional, y como la copa de un pino, ¿no?, era mi padre.
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