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Columna
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Euromúsica

Llevo dos días de música terrible, incesante melodía motora a gasolina y gasóleo para fin de semana, fin de mes, fin de verano y principio de vacaciones de septiembre, pelota de juego, de set, de partido: todos los coches del mundo en mi calle blanca y estrecha. Ya casi sé reconocer la marca de los coches por el ruido del motor, como aquel amigo mío de Córdoba que se retiró a un monte y aprendió a distinguir los árboles por el ruido de las hojas. Oigo música electrónica estos días porque los motores de explosión se integran perfectamente en el ritmo de las percusiones africanas programadas y los samplers de violines y pianos vieneses.

La música electrónica lo integra todo. Matmos, un dúo de San Francisco, fabrica música con ruidos de quirófano, láseres para la miopía, agujas de acupuntores o tatuadores, el mundo sonoro de la cirugía estética, música tan agradable como estos días de viajar dolorosamente, cuando hasta los coches aparcados se vuelven locos y suenan solos, vacíos, bocina criminal y luces parpadeantes. Y en estos mismos días de mucho viaje salen a la carretera los camiones cargados de monedas y billetes nuevos, los euros, y de los euros oigo hablar en los bares irlandeses, alemanes y españoles de Nerja, ciudad internacional como la música electrónica.

Oigo que Europa nace sin ideal, unida sólo por el dinero, y recibo una postal desde una ciudad norteitaliana, donde el 18 de agosto celebraron todavía el cumpleaños del marido de Sissi, Francisco José, muerto hace 85 años, emperador del Imperio Austro-Húngaro, que sí fue una comunidad de ideales católicos. Veo el mismo día la foto de Wim Duisenberg, presidente del Banco Central Europeo, que presenta los euros en la Nueva Ópera de Francfort: los trae enmarcados en una estrella de metacrilato, como si fueran un premio de concurso de Eurovisión. Europa naciente es una unión sin ejército ni ambiciones de lengua común que no sea el inglés americano, pero tiene un Banco Central común (y la música común, eléctrica o de motor, nómada). Yo soy partidario del euro, que lleva su nombre en dos alfabetos, griego incluido: unión por el dinero, por el comercio, una manera de invadir e influir sin guerras.

En la presentación de los billetes nuevos el presidente del BCE exaltó los valores de la Unión: libertad y democracia. Es verdad que el dinero da libertad y dignidad (por eso veneramos a los ricos, porque suelen gozar de los derechos propios de un ser humano), y quizá por eso los euros están ilustrados con espléndidas puertas y ventanas, que sugieren paso libre, aire que corre, abertura en el muro. Nos darán unidad los euros, sentido de identidad común, como si fueran las paredes que cierran nuestra casa europea. Pero también nos harán mucho más europeos los extranjeros pobres que no cesan de llegar: nos harán conscientes de nuestra diferencia, es decir, del valor de nuestras fronteras. Por ahora, ya nos vamos aprendiendo los nombres de las playas de aquí, desde la playa del Cañón de Motril hasta Punta Camarinal, en Tarifa: 350 africanos han desembarcado en estas costas en la última semana, según voy sumando en las notas de prensa mientras oigo ruido de viaje.

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