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Cuando los editores escriben

Todos los tiempos son buenos para la lectura, pero cuando el verano asoma, y con él aumenta la perspectiva de disponer de más horas para saldar cuentas pendientes con los libros, es el momento oportuno para acudir a la librería y contribuir modestamente con nuestra compra a las nunca fáciles contabilidades de algunos editores. Si los editores son, además, autores, la contribución es doble, y si alguno de los editores-autores se cuenta entre los supervivientes mohicanos que nadan entre tiburones, hay en nuestra compra un plus a favor del ecologismo editorial.

Pues bien, este verano he invertido -o, mejor dicho, estoy invirtiendo- mis horas de lectura en la sugestiva oferta que ponen a nuestro alcance los editores que también en algunas ocasiones escriben. Tres han sido ya objeto de mi atención, Jorge Herralde, Carlo Feltrinelli y Esther Tusquets. Los dos volúmenes de un cuarto, Mario Muchnik, esperan tentadoramente su turno, estimulado por la astuta sonrisa que recoge la fotografía del autor en la solapa y que invita a pensar que la sorna es un arma eficaz para sobrevivir ante lo peor.

En Opiniones mohicanas, Jorge Herralde ha recogido y ensamblado como buen artesano diversos escritos que tienen un hilo conductor común, la pasión por los libros; dicho de modo más adecuado: la pasión por hacer libros y por vivir entre ellos y sus autores con una vitalidad envidiable, minimizando dificultades y apuntando con una mirada positivamente crítica hacia todas las direcciones. El índice onomástico con que termina el libro recoge más de 850 nombres, y aunque de contarse la reiteración de algunos de ellos, los de sus confesadas preferencias, la cifra aumentaría notablemente, estamos lejos de encontrarnos ante una guía telefónica. Bien al contrario, las descripciones y los juicios sobre los personajes son el fruto de un inteligente observador. Valga como ejemplo las páginas dedicadas a Enzensberger o al recuerdo de Carlos Barral.

En estos tiempos en que 'ser un editor independiente se está convirtiendo por lo visto en una anomalía', es alentador leer que hay quien anima a 'los nuevos insumisos'. Y ahora que hemos empezado a reivindicar la memoria histórica de la lucha antifranquista, sería bueno reflexionar también sobre el papel de 'los viejos editores insumisos'. Es toda una lección recordar hoy el nombre de los editores que se reunieron para fundar en 1970 una distribuidora, Enlace, todos de marcado carácter progresista y decidida beligerancia contra el oscurantismo de la censura.

Entre los más de 850 nombres de los que habla Herralde encontramos, claro está, repetidas referencias a la editorial Feltrinelli, y de una forma especial a su relación con Inge. Llama, sin embargo, la atención que no nos haya ofrecido, con la agudeza que le caracteriza, algún comentario, a partir de Inge, sobre el gran insumiso que fue el fundador de la editorial, Giangiacomo Feltrinelli. Su hijo Carlo, y ésta ha sido mi segunda lectura de verano, tras siete años de rigurosa investigación ha publicado la biografía de su padre, un documento de especial interés, que no sólo refleja la dinámica progresivamente acelerada del personaje que le llevó con toda probabilidad a su autodestrucción, sino que nos da valiosas claves de interpretación sobre la situación italiana, el papel del Partido Comunista Italiano y de sus dirigentes -tenía una relación directa con Palmiro Togliatti-, la represión en la Unión Soviética -a propósito de la complicada publicación de El doctor Zhivago, de Pasternak- o sus relaciones con Fidel Castro y la influencia en su evolución política de la experiencia revolucionaria en América Latina.

Si abrimos el libro por la página 205, quedaremos asombrados de la labor editorial de un Giangiacomo Feltrinelli que a sus 33 años había publicado ya, entre otros autores, a Saul Bellow, Blixen, Dürrenmatt, Foster, Doris Lessing y Nathalie Sarraute.

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A lo largo del libro, Carlo apenas deja traslucir su sentimiento como hijo más allá de la reproducción de las cartas que su padre le mandaba desde la clandestinidad.El resto, aun las dudas que puedan quedar de los detalles de su muerte, sigue con coherencia el hilo conductor de la trayectoria de un hombre que en la recta final vivió y murió à bout de souffle.

He sido siempre un seguidor de Esther Tusquets, desde la publicación a finales de la década de 1970 de su El mismo mar de todos los veranos, al que seguirían las otras dos obras de la trilogía, El amor es un juego solitario y Varada tras el último naufragio, trenzadas con un sutil tejido de mimbres que revelaban la sensibilidad de una autora comprometida desde la discreción con la actividad política progresista y capitana de una editorial de las que hacen sinónimo independencia y calidad. Ahora, simultáneamente, nos anuncia su retirada de la actividad editorial, quizá fatigada de tanto bracear entre tiburones, y nos ofrece su último libro, Correspondencia privada. Cuatro cartas y un epílogo, escritos invocando la Venecia de Canaletto, pero sin olvidar que, pese a las transformaciones del pintor, Venecia sigue siendo Venecia y que, como escribe Esther, '¿acaso existe algún punto donde residamos más íntimamente, más enteramente que en nuestra obra?'.

El libro recoge cuatro cartas, que obviamente no esperan respuesta, abiertas a todas las miradas pese a su condición de privadas, trascendiendo la intimidad de la autora que se nos muestra sutilmente despiadada con el contexto familiar, tierna y aun apasionada con sus recuerdos amorosos, pero siempre con un regusto amargo en el sabor final, que no consigue mitigar el recurso distanciador de la ironía.

El epílogo parece una despedida. Espero y deseo que sea una deformación más de Canaletto y que no tengamos que refugiarnos como último recurso 'en el mismo mar de todos los veranos'.

Antoni Gutiérrez Díaz es miembro de IC-V.

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