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Tinto de verano | GENTE
Columna
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QUIERO TENER UN MILLÓN DE AMIGOS

El otro día me escribió una señora de la política, concejal, no diré de qué partido. Bueno, digo que empieza por I y que cada cual se imagine lo que quiera. La señora me llamaba camarada y eso me gustó, porque a mí me encanta integrarme. Lo que no sabe la mujer es que hoy pienso una cosa y mañana otra, soy muy veleta. A los mítines no voy, no puedo porque me pongo de parte del que los echa. Es superior a mí. Me emociono, aplaudo. Cuando trabajaba en Radio Nacional me mandaron a cubrir la campaña de los populares y, oye, se me fue la olla, me puse a hacer una semblanza de Fraga, y cómo sería la semblanza que se me hizo un bolón en la garganta de emoción y no podía seguir. Al día siguiente me mandaron a espacios infantiles. Y así sigo, en esa onda. Era en tiempos de los socialistas, a lo mejor ahora me habían ascendido. A mí cualquiera me convence, no se me ha dado el caso de asistir a un mitin de Arzalluz, pero mi santo, cuando sale este señor en la tele, me tapa los ojos, dice que por si acaso.

La señora concejal me decía que estos artículos son muy graciosos porque no tengo reparos en dejar en ridículo a mi familia, dice que se aprecia también que tengo la autoestima baja. Y que no tendría que tenerla baja porque yo represento lo que no representan otros columnistas, que doy voz a la gente del pueblo, que tal vez estos artículos no tienen el estilo, ni la brillantez, ni la profundidad de otros, pero que eso no me tiene que acomplejar porque a mi manera sencilla y facilona (aquí ya empezaba a estropearlo), llego a aquellos que no han podido tener una formación y no tienen voz en estos tiempos del pensamiento único. Tal vez lo tuyo no tenga valor literario alguno, pero qué importa, ¿no es más importante llegarnos al corazón?, recuerda aquello de Roberto Carlos: 'Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar'. '¡Salud!', así terminaba.

Comparé mi carta con una que había recibido mi santo. La admiradora de mi santo decía que gracias a él había leído The German Trauma, Los amigos voluntariosos de Hitler y había releído a Proust. Se despedía diciéndole que sentía necesidad de verlo. Tantas cosas las que les unían... Tiré la carta a la papelera no por nada, sino porque estas admiradoras lánguidas entorpecen la obra de un escritor, o peor aún, acaban secuestrándolo y atándole a las patas de la cama como la loca de Misery. Y lo que yo digo, para locas, ya tiene bastante conmigo.

El caso es que a mí la señora que me animaba a subir la autoestima me dejó la autoestima por los suelos. Le pregunté a mi santo, ¿es verdad que yo no tengo estilo?; ¿que tú no tienes estilo?, tú no le hagas caso a nadie, Lindurri, que tienes la mente muy influenciable. Luego le dije, cariño, otra pregunta, contéstame de verdad, ¿yo me dedico a poneros en ridículo? Entonces mi santo dijo, pues sí, pero no nos importa, los niños pasan, Evelio no lee el periódico; tu padre, al contrario, los enmarca. ¿Y a ti, le dije, te importa? Me contestó que un poco, que tal vez sería conveniente marcharnos durante un tiempo, que no se atreve a dar la cara. Entonces sonrió y se sacó del bolsillo unos billetes para Nueva York. Yo debo ser muy materialista porque no sólo le quise mucho más, sino que mi falta de estilo literario me importó un pimiento.

Que os den.

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