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Reportaje:VIAJE POR EL EBRO (Y 31) | PICO DE LOS TRES MARES (SANTANDER)

PEÑAS ARRIBA

El viajero llega al Pico de los tres Mares, donde se dice que nace el Ebro, después de un mes de recorrido. Allí termina su periplo a lo largo del río y el autor concluye que las voces reales del Ebro son lo auténticamente valioso del viaje y de su relato

Cada día de este verano, hasta 31, escribía un capítulo sobre el río. Cuando acababa, en general por la noche, echaba un vistazo a la lista donde estaban anotadas las etapas del recorrido y empezaba a preparar la siguiente. Algunos de los relatos quedaban resueltos en el inmediato duermevela y por la mañana bastaba con una aplicada y alegre transcripción. La resolución de otros se arrastraba penosamente durante varias horas, como uno de esos días barceloneses lacios y húmedos.

Las voces personales del relato las llevaba un viajero, burlón con el presente histórico de muchos libros del género, que iba y venía del río a la ciudad, del viaje a su escritura, según conviniera. A veces, uno y otro chocaban con estrépito y temo que no siempre haya sabido despejar del relato los restos del choque. El milagro retórico de escribir desde la ciudad, en pleno viaje, solucionaba algunos problemas. Como la incandescente y catalanesca Titana -Elisabeth Sauvy, en el Registro Civil- cuando leo libros de viajes suelo saltarme las descripciones. Me parece que viajando también me las salto, lo que debe de ser todavía peor. Los paisajes, tierra, hombres o libros, son como comida: sólo me queda el gusto y a eso voy cuando debo hablar de ellos.

Esta tarde mismo tenía que disponer la llegada del viajero al final de su relato y subirlo al Pico de los Tres Mares, donde los expertos sitúan el nacimiento del Ebro. A peso, prácticamente, tenía que subirlo. Era a primera hora de la tarde, antes de que la niebla bajara, y para el relato no había nada más que una carretera en obras, un viento atroz y una mano de montañas, obviamente amenazantes, y el viajero allí, enterrando a su orbe, a su río palindrómico. Una ojeada al material de apoyo no mejoraba las cosas. Primero, unos versos grabados en piedra en el friso reglamentario, que se le habían escapado a Gerardo Diego, río abajo:

Ni una gasa de niebla ni una lluvia

o cellisca, ni una dádiva de nieve,

ni un borbollar de fuente candorosa

dejó perderse. Madre, soy de Iberia /, etcétera.

Seguramente el viajero en tierra habría podido sacar alguna fantasía de los dos últimos,

Prostérnate en mi altar si eres hispano.

Si de otras tierras mira, admira y calla.

Pero era posible que fuera ya una fantasía muy regurgitada. Luego estaba Pereda. Bien, no era desdeñable: quizá no habría otra ocasión en la vida de citar a Pereda. El problema es que los fragmentos idóneos de Peñas arriba -la novela empieza con la iniciática ascensión del viajero a las fuentes del Ebro- estaban escritos como en cántabro, o así, tan lego en lenguas como en leguas, me parecía. Por lo tanto habría que buscar un traductor del cántabro, y no era fácil en agosto. Es verdad que podría citarse la frase con la que el protagonista hace al río hombre y le censura duramente que, en naciendo en estas tierras, vaya a dar su fruto en otras -nada quiero ocultar al lector, la frase es ésta: 'Da grima pensar en la conducta de este renegado montañés'-; pero habría que ponerla en su contexto, sintonizarla y la buena relación calidad / precio del asunto no parecía del todo segura.

O sea que el postre era parvo. Ante la amenaza de tres inexorables folios de descripciones, que, sin duda, podía escribir pero que muy difícilmente yo habría leído jamás y consciente, además, de que el último capítulo del viaje por un río es una trampa para osos melancólicos, acabé decidiendo que ni siquiera el juego del viajero yendo de aquí para allá iba a servirme, y que mejor que el asunto lo afrontara directamente el padre de todos los viajeros, yo.

Me he resistido como un jabato a la tentación de tratar al río como un ser vivo. Aunque no descarto haber caído, espero que honrosamente, en algún párrafo. La presión era fortísima. A la presión poética me refiero ahora, que empieza con el conocido estrangulamiento -¡qué otra cosa, ah, ah, es la poesía sino un hermoso y fértil estrangulamiento!- 'Ega Arga y Aragón / hacen al río varón'. Hay también otro tipo de presión, más relacionada con la mitología política. Se habla del río como ser vivo para poder hablar en su nombre. Costa ya utilizó esta retórica que amplificaba sentimentalmente la potencia de su discurso. Hoy, la lucha por el agua -el agua es, seguramente, la pieza más delicada de la estrategia económica española-, se formula en términos que pasan obligatoriamente por esa mitología.

La estrategia de hacer hablar a las piedras es antigua y confortable. Preguntaré al canónigo, pero hasta ahora creo que no hay ningún caso documentado en que el río, cansado de charradas, haya levantado su voz para protestar por lo que dicen en su nombre. La obsesión en hacer hablar a los seres inanimados tiene también peligros. El principal es que uno acabe olvidándose de los seres realmente vivos. Pero yo lo he tenido bien: refractario a las descripciones, tuve que llenar esto de algún modo, y las voces reales del río, las voces de esos hombres convocados por el hormigón o el nácar, por el siluro o el Edén, por la Guerra o por Schumann, por María Antonia, que murió en el río, o por la náyade que perdió allí el sujetador, por el vino o el petróleo, por Cervantes y Juan Benet, son lo auténticamente valioso del viaje y de su relato.

Está escrito que un viajero siempre llega al final cansado. Así, a nadie debe extrañarle que Joseph Roth diga las últimas palabras y que las haga suyas el que vuelve: 'Puedo sentirme en casa en países extraños, pero no en tiempos extraños. Nuestra verdadera patria es el presente. El siglo es nuestra patria'.

Los expertos sitúan en el Pico de los Tres Mares el nacimiento del río Ebro.
Los expertos sitúan en el Pico de los Tres Mares el nacimiento del río Ebro.JESÚS CISCAR

Fin de viaje entre riscos

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