_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ni rastro

Contra todo pronóstico, los periodistas no han tenido que inflar este verano ni globos imposibles ni improbables serpientes de papel. El ferragosto ha sido todo él una elefantiásica serpiente que ha deglutido sin piedad millones, expedientes y pinturas de Goya y de Solana sin que quede ni rastro, ni un recibo, ni una trama de lienzo, ni un céntimo de euro. Ni siquiera las ganas de encontrarlos en el fondo del mar, en el zulo de lujo de un banco ginebrino o en algún ostentóreo chaletón marbellí, en sus gámbaras fétidas o sus lóbregos sótanos.

Este primer verano del siglo XXI ha convertido el país en un cuadro de Gutiérrez Solana, uno de esos oscuros poblachones manchegos, secos y alucinantes que dibujó en sus libros y en sus lienzos el pintor madrileño. La España negra se titula, por cierto, uno de los mejores libros de Solana. Ni los innumerables adosados que acribillan las costas españolas, ni los coches cargados de airbags, válvulas y caballos que atraviesan la red de carreteras del Estado han logrado borrar la sombra negra de los toros troquelados de Osborne. Una sombra alargada que pasa por Madrid y aterriza en Marbella. Una sombra que todo se lo traga, los ahorros de un colegio de huérfanos, las genuinas pinceladas de Goya o el Derecho Penal, tanto da.

Ya no queda ni rastro de esos 18.000 millones, uno encima del otro, que en Gescartera juran haber perdido sin que la Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtiera el fenómeno, digno del mago Copperfield. Tampoco, al día de hoy, se sabe dónde paran esos quince sumarios robados en los juzgados de Marbella y que involucran a Jesús Gil y Gil en diversos delitos. No se trata de cuatro papeles que ha de llevarse el viento o ha de borrar el agua. Son nada menos que 40.000 folios (algo así como la Obra Completa de Balzac, pero con menos arte, o tal vez no, quien sabe). Todo desaparece este verano: 18.000 millones, 40.000 folios y 14 pinturas, las de esa pobre niña rica llamada Esther Koplowitz. Sus cuadros (uno de ellos, un Goya, se titula, por cierto, La caída del burro) han volado sin dejar rastro. Como la fe de algunos ciudadanos en la ley y el derecho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_