FUMAR.COM
Eso de Internet tiene más cosas buenas que malas. Para viajar y conocer gente, por ejemplo, ya no es necesario salir de casa. A mí, que tantas cosas me han descubierto los viajes, desde Alejandría a Tebas, desde el Campo di Fiori a Villa Borghese, a mí, que tanto le debo a mi inquietud por nuevos horizontes y a compartir la inteligencia de seres tan generosos como Elsa Morante o Pier Paolo Pasolini, a mí, digo, ya no me gusta viajar. Y no porque los médicos me hayan recomendado no moverme y, como máximo, acercarme al restaurante de la calle Casanova en el que llevo años almorzando, ni porque los disgustos que me ha dado el tabaco me hayan dejado sin fuelle para bañarme en las aguas de mi Nilo. No me gustan los viajes porque me recuerdan los amores que, como maletas repletas de leprosería sentimental, perdí por estos mundos. Ignoro la razón, pero cuando me alejo de mi cueva, de mi pantalla y de mi colección de películas, de mis horas ante el ordenador retocando con irreverentes modales las curvas de Marilyn con el photo-shop, aparece lo peor de mí mismo y todas mis manías me ponen en evidencia hasta el extremo de provocar no pocas broncas con quienes me acompañan. Tengo malos recuerdos de desgarros veraniegos, de viajes que inicié como la alegría de la huerta y que acabé como palomo cojo vapuleado en verbenas sin jolgorio. Ahora, en cambio, me meto en cualquier chat y empiezo a compartir las fantasías de uno, tres, cinco chicos que dicen ser apuestos y que resultan menos cargantes que muchos de los cretinos y de las parejas mal avenidas con las que uno coincide en aviones que huelen a pis. Me imagino a mis virtuales interlocutores sin los tabúes de cuando las pajas nos impedían ver el bosque, como jugadores de waterpolo, fornidos, en porretas, persiguiéndose con toallas mojadas. Y, la verdad: se me hace más llevadero el mono de nicotina. Y hablando de nicotina: en Internet también se puede ser fumador pasivo. De repente descubres una web como SmokingCelebs.com y recuerdas por qué empezaste a fumar. En mi caso, para seducir y parecerme a hombres a los que admiraba. La paradoja es que, después de tanto fumar, resultó que los tíos que de verdad me gustaban eran atléticos, musculosos y, por tanto, no eran fumadores. Pero entonces ya era tarde para dejar el vicio, así que, entre lo malo y lo peor, preferí sufrir de mal de salud que de mal de amores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.